Señor Director:
La elección entre Claudio Orrego y Francisco Orrego plantea un importante dilema a los votantes, especialmente para los jóvenes (al menos los “no politizados”).
Uno de los candidatos representa quizás para ellos la “vieja política” de los tiempos de la Concertación. No se lo oirá siendo excesivamente confrontacional y sus declaraciones parecerán casi siempre tibias o demasiado medidas. El otro, cuya popularidad nació al alero del programa “Sin Filtros”, podrá ser considerado como una opción de “recambio” por su impronta irreverente y por confrontar sin tapujos ni piedad a sus adversarios en debate.
Inclinarse por un candidato outsider y de palabra rápida y explosiva puede ser tentador. Pero no debe olvidarse que una de las virtudes de la democracia es sujetar las decisiones que nos afectan a todos a un debate político razonado y formal, en el que quien habla más fuerte no tiene ventaja y donde el exceso de retórica y las frases para el bronce no ponen punto final. En buena medida, las formas moderadas (que no implican desde luego conservadurismo en el fondo) y la reflexividad en el debate (que no debe confundirse con lentitud en la reacción frente a la urgencia) erigen a los buenos argumentos y la razonabilidad de las posturas defendidas como las verdaderas armas para prevalecer en el debate político.
Puede haber algo de placentero en ver en pantalla cómo un político sale airoso tras un altercado encendido, donde todo vale y, ojalá, se permite uno que otro grito o insulto solapado. Mejor todavía si se nos permite escuchar pequeñas secciones del debate compiladas en un video corto de YouTube. Pero en la urna, será necesario volver en sí y recordar que hablar “Sin Filtros” está lejos de bastar para ocuparse de las necesidades públicas que un político debe atender.
Emanuel Gutiérrez