Señor director:
Mi nombre es Diego, hace poco cumplí 18 años, soy estudiante de 4to Medio y vivo en Vallenar. En una semana más rendiré, junto a miles de jóvenes la prueba de acceso a la educación superior (PAES).
Es este mismo acontecimiento el que moviliza a escribir estas líneas, en donde me gustaría expresar algunos puntos que son poco mencionados sobre este proceso: El sufrimiento que conlleva vivir Cuarto Medio.
Mi colegio me ha preparado de buena manera para rendir una buena evaluación, y desde Tercero Medio he experimentado cómo los esfuerzos académicos se multiplican para alcanzar el éxito. Sin embargo, pocos hablan de lo que se esconde debajo de la alfombra: el costo emocional de este camino. Mantener un buen NEM, buscar la carrera ideal, elegir la universidad correcta y, en mi caso, enfrentar la presión de emigrar a la capital, nos lleva a cargar con expectativas que nadie nos preparó para manejar.
Estás presiones no son para nada inofensivas, a mi me desencadenaron un episodio depresivo en el último tramo del año: perdí amigos, subí de peso, dejé de disfrutar actividades que antes me hacían feliz y enfrenté un sufrimiento inesperado. Ante esto me pregunto, ¿Por qué normalizamos este nivel de estrés como si fuera parte del proceso? ¿Por qué seguimos empujando a los estudiantes a sacrificar su bienestar mental en nombre del rendimiento?
La PAES no define nuestras vidas, pero el sistema educativo actúa como si lo hiciera. ¿De qué sirve formar estudiantes con puntajes altos si dejamos de lado su bienestar emocional? Es urgente que los colegios, especialmente aquellos con mayores exigencias, adopten medidas concretas para proteger a los estudiantes. Programas de apoyo psicológico, talleres de manejo del estrés y jornadas de orientación vocacional podrían ser el inicio de un cambio que reconozca nuestras necesidades emocionales y académicas por igual.
Dejo planteadas estas interrogantes y propuestas para que sean reflexionadas, tanto por jóvenes que como yo que enfrentan este proceso, como por los adultos responsables de nuestra formación. A estos últimos les pediría que no midan con la misma vara a nuestra generación, y que tampoco la estigmaticen como “la generación de cristal”.
Somos jóvenes que viven otros tiempos, alejados de crianzas como antaño, que nacieron inmersos en un avance tecnológico feroz, con madres y padres trabajadores, en un sistema escolar que consume y que es altamente academicista.
Es hora de reconocer nuestras diferencias, de entender que necesitamos atención y, por sobre todo, la deconstrucción de los estereotipos que nos gobiernan, solo así podremos equilibrar el rendimiento académico con el cuidado de nuestra salud mental.