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Ética y corazón

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Por: Ángela Parra 


Señor director:

Hace algunos días la Pontificia Universidad Católica organizó el VII Congreso Social “Dignidad Humana: siempre y en todo”, instancia que convoca cada dos años a la comunidad universitaria y la sociedad civil a reflexionar sobre temáticas contingentes a la actualidad nacional. En esta versión se basó en el documento pontificio “Dignitas Infinita”, donde se trataron varios de los temas enunciados en el texto, en particular sobre la dignidad moral y los desafíos éticos de nuestro tiempo. Está ética que se encuentra en jaque con recientes acontecimientos a los cuales no estábamos acostumbrados como país, como ver a ex representantes políticos ante la justicia o casos de abuso de poder e influencias de manera sistemática, nos hace pensar no solo en las consecuencias negativas en la confianza hacia las instituciones por parte de la ciudadanía, sino que también las causas profundas de una crisis de probidad.

Las faltas a la ética responden en primer lugar a una caída estrepitosa de la escala de valores que posee una persona. Esta escala de valores que está construida en base a lo aprendido en la familia, la experiencia y la educación; se constituye de manera aún más significativa cuando somos capaces de reconocer que existe algo más grande que nosotros que nos llama a hacer el bien. No existe una verdadera escala de valores que permita actuar de forma ética que no esté basada en las raíces del cristianismo que propone una humanización de la persona a través de valores fundamentales como el respeto a la dignidad humana, la búsqueda del bien común y la solidaridad. Para nosotros los cristianos, la escala de valores se construye solo cuando somos capaces de mirar con los ojos de Cristo la realidad y, por ende, transformarla a través de la construcción del reino. 

Quien falta a la ética ha perdido todo afecto y toda responsabilidad con el otro. Es en el fondo del corazón donde conectamos con otras personas, nos preocupamos por ellas, dialogamos, llegamos a consensos y nos comprometemos a no dañar a quien está a mi lado. De ahí brota todo lo demás, que por añadidura termina en ser honestos, justos y caritativos; tal como se lo pedimos a nuestra Madre María en este mes de noviembre donde tradicionalmente los católicos celebramos a la Virgen y le encomendamos nuestra labor. 

El desafío es no perder la capacidad de mirar a las personas por sobre los resultados y aspiraciones individualistas, a dejarse empapar por la fraternidad de considerarnos hermanos de la misma vid y que, por ende, tenemos la misma dignidad. La invitación es a no adormecernos por el anonimato de las pantallas y la despersonalización de un mundo inmediato, sino que salir al encuentro de quien está a mi lado para buscar aquello que queremos encontrar en comunidad, que no es otra cosa que el amor de Cristo.  

Ángela Parra 

Directora Pastoral Universidad Católica

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