Señor director:
En los medios de comunicación de la región de Coquimbo —y, últimamente, también de Santiago— han salido varias noticias sobre la plaga de vinchucas que afecta a las comunas rurales del Norte Chico. La picadura de tal insecto suele tener efectos letales a largo plazo. Se suponía que se habían extinguido o que, por lo menos, estaban controladas. Pero reaparecieron después de cuarenta y cinco años.
El asunto es doblemente preocupante. Tanto por el riesgo de infección como por la indiferencia del Estado al respecto. Claramente, el peligro está ahí. Pero nadie hace nada. Y quienes en primerísimo lugar debieran hacer algo son las autoridades públicas que están comisionadas para afrontarlo.
La inoperancia del aparato público y —lo que es más grave— la autocomplacencia de los burócratas respecto de su misma inoperancia es exasperante. Los burócratas y altos funcionarios no tienen mayor interés por lo que le ocurre «a la gente del interior» como, a veces, suelen decir ellos.
Para nadie es un secreto que en las comunas rurales del Norte Chico los burócratas no se mueven de sus asientos sino los presionan desde La Serena. Y en las capitales regionales no ponen manos a la obra sino los picanean desde Santiago. Pero quienes tienen la tutela sobre unos y otros son los políticos. De manera que, finalmente, los responsables últimos son los políticos.
Es verdad que a los políticos se los puede penalizar con el sufragio. Pero es un castigo insuficiente, si se tiene en cuenta el daño que algunos de ellos ocasionan a la comunidad y el desprestigio en el cual sumen a las instituciones públicas e incluso al Estado mismo.
Luis R. Oro Tapia
Doctor en filosofía