
Cuando la transparencia se vuelve opaca, la confianza se pierde
Para que esa transparencia tenga valor, se requiere independencia. La autonomía en los procesos de control es la única forma de sostener prácticas coherentes en el tiempo.
Durante el último año, diversos casos han puesto a prueba los principios que sustentan la gestión pública y privada. Fundaciones, instituciones financieras, municipalidades y otras entidades y personas, se han visto involucrados en situaciones que, pese a sus diferencias, comparten elementos que es necesario analizar. La recurrencia de estos hechos debilita un bien esencial para el funcionamiento institucional: la confianza.
Cuando la transparencia se resiente, se erosionan los vínculos entre ciudadanos, empresas, inversionistas y autoridades. Las consecuencias se expresan en la pérdida de legitimidad, en el deterioro de las relaciones entre actores y en una disminución de la capacidad de actuar ante contextos inciertos, como los que estamos viviendo actualmente.
Uno de los factores más recurrentes es la forma en que se gestionan los conflictos de intereses. La ausencia de protocolos claros, de mecanismos eficaces de identificación y tratamiento, o su débil implementación, ha permitido que personas o entidades relacionadas operen sin supervisión suficiente. Esta omisión expone a las organizaciones a riesgos que no solo son operativos, sino que también pueden comprometer el principio de imparcialidad en la toma de decisiones.
La falta de información oportuna sobre los procesos internos también ha sido una constante. En varios de estos casos, las decisiones relevantes se comunicaron de forma fragmentada o tardía, generando incertidumbre entre quienes deben fiscalizar, invertir o colaborar. Sin comunicación clara hacia reguladores y partes interesadas, se debilita la posibilidad de control y se incrementan las brechas para que los errores se conviertan en crisis.
Otra lección importante es la necesidad de contar con controles internos más exigentes. Cuando no existen auditorías independientes, cuando los sistemas de cumplimiento normativo no tienen capacidad operativa o cuando la revisión es solo formal, se incrementa la posibilidad de que las fallas se mantengan sin corrección durante largos períodos. Prevenir requiere estructuras funcionales, equipos con preparación técnica y una revisión periódica de los sistemas.
Frente a estos desafíos, hay un viejo dicho que vale la pena recordar: no hay que inventar el hilo negro. La experiencia internacional ofrece ejemplos concretos y normativas consolidadas que han sido diseñadas precisamente para prevenir lo que hoy preocupa en nuestro país. En Estados Unidos y Europa, existen regulaciones específicas que establecen requisitos para el traspaso de recursos públicos a organizaciones privadas, especialmente cuando se trata de fundaciones. Estas reglas incluyen límites, criterios de elegibilidad, exigencias de transparencia en los destinos de los fondos y obligaciones de rendición de cuentas detalladas.
Además, cuando estos marcos normativos son vulnerados, las sanciones contempladas no se limitan a lo administrativo. La transgresión de la fe pública, el uso indebido de fondos públicos o la simulación de vínculos entre entidades son tratados como faltas graves y, en muchos casos, con consecuencias penales de alta severidad. Estas sanciones no buscan castigar por castigar, sino establecer un estándar que proteja la confianza en las instituciones.
Ninguna organización está libre de enfrentar errores. Pero sí puede prepararse para anticiparlos, detectarlos y corregirlos. La transparencia no se reduce a divulgar datos, sino que implica construir trazabilidad en la toma de decisiones, abrir espacios a la revisión externa y asumir el deber de explicar cómo y por qué se actúa.
Para que esa transparencia tenga valor, se requiere independencia. La autonomía en los procesos de control es la única forma de sostener prácticas coherentes en el tiempo.
Lo que hemos visto no es nuevo y tampoco carecemos de herramientas para enfrentarlo. El desafío es usar lo que ya sabemos, fortalecer lo que ya existe y actuar con claridad donde hay opacidad. Transparencia, independencia y confianza no son eslóganes. Son condiciones mínimas para avanzar.
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