Todo lo que ha pasado es malo para Perú, y no son buenas noticias para Chile tampoco. No hay nada más asustadizo que los mercados, especialmente las inversiones, y ello puede, a lo menos, meter freno a los miles de millones que se aprestan especialmente para la minería peruana. Una economía peruana frenada afectaría en algo a las empresas que han invertido en el vecino país, entre ellas, muchas chilenas. Una economía frenada aumenta el desempleo y la migración se abre como una alternativa. ¿Y hacia dónde? ¿Los acogerá con generosidad Donald Trump? Lo más probable es que el peregrinaje de un eventual incremento migratorio peruano se dirija hacia Buenos Aires o Chile. Sin comentarios.
Perú atraviesa por una fuerte crisis de legitimidad. La reciente renuncia de PPK es la punta del iceberg de lo anterior. ¿Qué escenarios se abren? ¿Cómo puede impactar a Chile?
La democracia peruana que nació luego del convulso fin del siglo pasado, hoy se encuentra desafiada: por la erosión de la legitimidad de las elites debido a los transversales casos de corrupción, que a su vez arrastró al descrédito a la mayoría de los partidos políticos tradicionales.
En efecto, a finales del siglo XX, Perú enfrentó la confluencia de varios procesos muy difíciles: la insurrección de Sendero Luminoso, la hiperinflación que destrozó la economía en la primera administración de Alan García, lo cual explicó la emergencia del liderazgo carismático de Alberto Fujimori, quien al poco andar dio un autogolpe y con mano férrea dirigió la lucha contrainsurgente y estabilizó la economía. Se apoyó en las FF.AA. y tuvo como consejero a su jefe de Inteligencia, el ex capitán de Ejército Vladimiro Montesinos, quien fue un poder en las sombras que usó todas las maniobras de guerra sucia y corrupción para consolidar dicho poder. Hoy está preso, pero todos recuerdan los vladivideos en los que registraba a todas sus visitas, para así consolidar su poderío. Sin contrapesos institucionales, el gobierno de Fujimori devino en una feroz dictadura.
Perú recuperó la democracia, Fujimori huyó de Perú (la leyenda dice que con maletas repleta de dólares), un presidente de tránsito, Valentín Paniagua, organizó un proceso de restauración y en las primeras elecciones ganó Alejandro Toledo, derrotando a los partidos tradicionales (APRA, PPC e incluso a la otrora poderosa Izquierda Unida). La nueva era se iba a caracterizar por liderazgos más carismáticos que organizacionales, los partidos se fueron debilitando progresivamente y surgieron nuevas organizaciones, definidas más por el carisma de sus líderes que por la profundidad programática. Similar proceso empezó a reproducirse en las provincias.
[cita tipo=»destaque»]Pero el crecimiento económico atrajo inversiones externas y, entre ellas, la constructora brasileña Odebrecht, que en su modelo de negocios incluía sobornar, financiar y subsidiar a todo político que se dejara. Sus principales ejecutivos están presos en Brasil, pero su metástasis se extendió a muchos países de la región, entre ellos Perú. Sus confesiones, en especial las relacionadas con este último país, revelan que financiaron ilegalmente a casi todo el arco político peruano, no solo a los presidenciables sino también a muchos parlamentarios. La bomba Odebrecht es una de racimo y terminó por erosionar lo poco que quedaba de legitimidad de los políticos peruanos. Virtualmente todos los ex presidentes, desde Toledo hasta PPK, o están procesados, presos o prófugos[/cita]
Toledo, como coloquialmente dicen en círculos limeños, «es un Chicago enchapado en cholo». De modesto origen, se abrió paso en la vida, estudió en USA y, ya profesional y luego Presidente, aplicó las recetas del consenso de Washington, en tiempos de bonanza de las materias primas, y empezó el «milagro peruano», con muchos miles de millones de inversiones chilenas entre ellos. A Toledo lo sucedió Alan García de vuelta, pero esta vez «era un Chicago enchapado en Apra» y se ajustó rigurosamente al libreto de privatizaciones, desregulación y apertura. No repitió la hiperinflación de su primer gobierno, pero terminó por hundir a su partido (hoy solo tiene cinco diputados). Ollanta Humala vino después, con orígenes etnoaceristas y furibundo nacionalista, término rigurosamente apegado al libreto de la macroeconomía, que fue heredado por el renunciado PPK.
En estos años del siglo XXI, Perú ha mantenido su buen desempeño económico, aunque con una ralentización propia del ritmo de la economía global. Y si miramos el breve recuento de su proceso, constataremos que sus jefes de Estado son líderes que surgen al margen de los partidos, incluido el propio Alan, que se dedicó a cuidar su imagen y gobierno aunque en ese esfuerzo el APRA colapsó.
Pero el crecimiento económico atrajo inversiones externas y, entre ellas, la constructora brasileña Odebrecht, que en su modelo de negocios incluía sobornar, financiar y subsidiar a todo político que se dejara. Sus principales ejecutivos están presos en Brasil, pero su metástasis se extendió a muchos países de la región, entre ellos Perú. Sus confesiones, en especial las relacionadas con este último país, revelan que financiaron ilegalmente a casi todo el arco político peruano, no solo a los presidenciables sino también a muchos parlamentarios. La bomba Odebrecht es una de racimo y terminó por erosionar lo poco que quedaba de legitimidad de los políticos peruanos. Virtualmente todos los ex presidentes, desde Toledo hasta PPK, o están procesados, presos o prófugos.
Por ello, la renuncia de PPK no hace más que terminar de cerrar el círculo. Queda por ver cómo resistirá la institucionalidad peruana. Formalmente, si se acepta la renuncia, debiera asumir el primer vicepresidente, Martín Vizcarra, quien fuera elegido en fórmula con PPK para impedir el triunfo de Keiko Fujimori, que si bien no ganó la Presidencia, se llevó más de 70 parlamentarios de 120. Y aunque en el clan Fujimori estalló la lucha por la sucesión entre Keiko y su hermano Kenji, y sus respectivos samuráis reparten sablazos día a día (el último fue el pasado miércoles, cuando se publicaron videos de Kenji tratando de comprar la voluntad de un parlamentario), el drama de Perú desborda las peleas del fujimorismo por quien hereda al viejo líder.
Vizcarra podrá asumir el mando, pero… ¿tendrá el poder? Sin partido, sin ninguna fuerza propia en el Congreso, sin fuerzas sociales detrás suyo. Y tendría que gobernar en esas condiciones más de tres años. La incertidumbre se puede instalar.
Todo lo anterior es malo para Perú, y no son buenas noticias para Chile tampoco. No hay nada más asustadizo que los mercados, especialmente las inversiones, y ello puede, a lo menos, meter freno a los miles de millones que se aprestan especialmente para la minería peruana. Una economía peruana frenada afectaría en algo a las empresas que han invertido en el vecino país, entre ellas, muchas chilenas. Una economía frenada aumenta el desempleo y la migración se abre como una alternativa. ¿Y hacia dónde? ¿Los acogerá con generosidad Donald Trump? Lo más probable es que el peregrinaje de un eventual incremento migratorio peruano se dirija hacia Buenos Aires o Chile. Sin comentarios.
De pilón. La próxima cumbre de las Américas, reunión de todos los presidentes del continente, está planificada para la segunda semana de abril en Lima. Para colmo de males, el tema de la reunión es «la gobernalidad democrática y la corrupción». Conversando semanas atrás con mi amigo Jorge Castañeda, me decía con su característico humor: «Podrían hacer un panel con ex presidentes para que cuenten su experiencia».
Así, el futuro próximo de Perú será complejo. Podrá asumir el primer vicepresidente, si es que en el Congreso aceptan la renuncia, pero estamos en América Latina, no somos nórdicos, y es probable que los cálculos y el realismo político nos traigan nuevas sorpresas. Lo único cierto es que, en junio próximo, los peruanos podrán disfrutar de una gran alegría: ver a su selección de regreso al Mundial, y ojalá sea con Paolo Guerrero a la cabeza.