Creo que lo peor de este episodio de Pablo Piñera es que nuevamente los sectores políticos resultan incapaces de aplicar una mínima objetividad. Los gobiernistas defienden la designación por cuestionable que sea. Los opositores atacan con rudeza y se olvidan de otros episodios. Siempre son los propios los que tienen méritos y los de enfrente los «apitutados» y “operadores”. Así se lo dijeron a Carolina Goic en campaña, a la Presidenta Bachelet y a varios parlamentarios que tenían familiares en el Estado. En estos días hemos visto a la GCU hablando solo de los méritos de Pablo Piñera, sin una palabra sobre el mal criterio presidencial. Y a los contrarios criticando ácidamente sin mirar que muchos de ellos, en su oportunidad, cometieron similares desprolijidades.
Un amigo, medio en broma, sostiene que le gusta trabajar con “gente como uno” (GCU). Según él, con la GCU te vas a la segura, conoces sus costumbres y puedes llegar rápido a conocidos en común. Tanto mejor si hay vínculo familiar, ¡negocio redondo!, según mi amigo. Algo escéptico le replico que, con esos criterios, un chileno de la clase media y de provincia nunca llegaría lejos.
Si estos hábitos de selección de personal se llevaran al Estado serían un atentado a la probidad. Colisionan con la igualdad de oportunidades y, aunque algunos personajes del Gobierno hayan intentado relativizar el concepto cuando se trata de sus familiares, la definición de la RAE es clara: La “desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos” se llama nepotismo.
El nombramiento del hermano del Presidente Sebastián Piñera como embajador en Argentina (más allá del prestigio y los méritos del designado), le hace daño a la democracia. Son muchas las razones, pero me detendré en tres:
Primero: hay una agresión al principio de probidad establecido en la Constitución, entendido como la rectitud de velar por el interés general por sobre el particular. La Contraloría ha sido enérgica en indicar que este mandato también se aplica al Presidente, quien tiene entre sus facultades la designación de embajadores. La Ley de Bases Generales de la Administración del Estado precisa que no se puede nombrar familiares porque se confunde el interés personal con el interés general. Será inevitable el debate jurídico que pondrá en cuestión la capacidad del Presidente para conducir nuestras relaciones exteriores con visión de Estado. Hace bien el Presidente en esperar el dictamen de la Contraloría sobre este nombramiento. Pero si bien ello puede resolver el problema normativo, no se hará cargo de la íntima relación entre la ética, la estética y el espíritu de la ley. Como ha dicho el propio Contralor en sus dictámenes, el nepotismo puede ser también una forma de corrupción.
[cita tipo=»destaque»]Se daña a la política cuando los ciudadanos ven la discusión de sus elites centrada en trabajos y cargos. Irrita a los más comprobar que la capacidad, el mérito, el trabajo, quedan siempre o casi, subordinados a las instituciones del amiguismo, el partidismo o la familiaridad. Creo que estamos ante una equivocación presidencial, no a un acto de mala fe, pero se revela una actitud que tiende a administrar el Estado como un feudo o campo de caza. Quizás vengan tiempos mejores para la “gente como uno”, aunque lamentablemente la inmensa mayoría de los chilenos nunca va a calificar en esta categoría.[/cita]
Segundo: el Presidente Piñera pareciera no comprender aún los límites de los conflictos de interés. La designación de su hermano en la plaza más relevante de la diplomacia chilena lo expone a él y al país a las más complejas e incontrolables tensiones que ni siquiera dependen de la calidad del designado. Ya les pasó a los presidentes Bachelet y Lagos con la incursión de familiares en cargos y funciones cercanas a ellos mismos. Un ejemplo sobre la marcha: en el futuro, cuando algún fideicomiso ciego del propio Presidente o de algún ministro invierta en Argentina, o cuando nuestra Embajada deba intervenir a favor de alguna empresa relacionada, el Presidente no podrá garantizar que no tuvo acceso privilegiado al conocimiento de un eventual conflicto. Lo mejor para Chile, es que la familia de todo Presidente quede fuera de La Moneda y del Gobierno.
Tercero: hay una señal presidencial implícita a sus colaboradores y funcionarios. Ya hay demasiada GCU en La Moneda. Hijos y nueras de un senador, primos y sobrinos de ministros en otras reparticiones. La prensa del fin de semana informó que a la propia jefa de gabinete de la Presidencia (hija de un íntimo amigo del Presidente que sería designado embajador) le gusta trabajar con sus “compañeras de colegio”.
¿Y qué pasa si el Intendente de mi región, que le ha costado formar equipos de confianza, opta por entender como legítimo nombrar hermanos y sobrinos para tener mayor cercanía? ¿O si al director del Hospital Regional se le ocurre contratar a algunos familiares de cuya competencia da plena fe? Recordemos la experiencia del primer subsecretario de Salud de este Gobierno: no pudo asumir cuando alguien recordó que en el anterior Gobierno del Presidente Piñera resolvió que los mejores postulantes para ganar la beca de dermatología eran su hija y algunos de sus compañeros.
Un apunte final. Creo que lo peor de este episodio es que nuevamente los sectores políticos resultan incapaces de aplicar una mínima objetividad. Los gobiernistas defienden la designación por cuestionable que sea. Los opositores atacan con rudeza y se olvidan de otros episodios. Siempre son los propios los que tienen méritos y los de enfrente los «apitutados» y “operadores”. Así se lo dijeron a Carolina Goic en campaña, a la Presidenta Bachelet y a varios parlamentarios que tenían familiares en el Estado. En estos días hemos visto a la GCU hablando solo de los méritos de Pablo Piñera, sin una palabra sobre el mal criterio presidencial. Y a los contrarios criticando ácidamente sin mirar que muchos de ellos, en su oportunidad, cometieron similares desprolijidades.
Se daña a la política cuando los ciudadanos ven la discusión de sus elites centrada en trabajos y cargos. Irrita a los más comprobar que la capacidad, el mérito, el trabajo, quedan siempre o casi, subordinados a las instituciones del amiguismo, el partidismo o la familiaridad. Creo que estamos ante una equivocación presidencial, no a un acto de mala fe, pero se revela una actitud que tiende a administrar el Estado como un feudo o campo de caza. Quizás vengan tiempos mejores para la “gente como uno”, aunque lamentablemente la inmensa mayoría de los chilenos nunca va a calificar en esta categoría.