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¿Hacia un 2011 recargado?: el capital, la moral y el cuerpo Opinión

¿Hacia un 2011 recargado?: el capital, la moral y el cuerpo

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Renato Garín
Por : Renato Garín Abogado, exdiputado, integrante de la Convención Constituyente.
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La moral de las elites sataniza lo sexual y su diversidad, mientras canoniza cierto tipo de corrupción funcional. Del otro lado, la ciudadanía condena la corrupción y tolera la diversidad. Esta contradicción entre el malestar de las elites y el pluralismo ciudadano es cada vez más evidente, tanto en temas de moral sexual como en temas de corrupción. Esta es una tensión inédita en la transición, la que obliga a repensar las categorías conceptuales con las cuales leemos el presente. Nada de esto era visible el 2011.


Son días de preguntas complejas para la elite chilena. ¿Vivimos el comienzo de un 2011 recargado? Dicho de otra manera: ¿se enfrenta el país al inicio de un nuevo ciclo de movilizaciones? ¿Vivimos un proceso de continuidad con el 2011? Si es así: ¿cuál es el sustrato de lo que hoy amanece, como un día más, de la turbulenta década? De no ser así: ¿es este un proceso continuo o, por el contrario, el hoy se encuentra enfrentado al 2011 como antagonistas de una misma trama?

Todas estas preguntas, que se vuelven lugares comunes en los pasillos del Congreso, en las improvisadas conferencias de El Pensador, remiten a un mismo patrón narrativo, cual es observar el presente desde el pasado y buscar, así, cordones comunes que aten la contingencia con lo permanente. Sin embargo, el presente bien puede resignificar el pasado, de tal forma que el 2018 nos permita leer mejor lo ocurrido desde el 2011.

El capital y el trabajo

Cuando Marx escribió El Capital, Europa se aprestaba recién para la modernización capitalista que conocería el siglo XX en todo su esplendor. En la época de Marx, el número de obreros se multiplicaba al mismo ritmo que se alimentaba la dialéctica central de los dos siglos siguientes: la tensión entre el capital y el trabajo. Durante dos siglos, una forma de ver el mundo ha comprendido que el capital y el trabajo son conceptos claves, incluso para entender la economía neoclásica, así como su mutación neoliberal.

Hablo de una “mutación” para ejemplarizar una metáfora respecto a cómo el concepto de “capital” que manejaba Marx se transforma dramáticamente en el siglo XX. Al escribir Marx, eso que llama el capital se basaba en los medios de producción como la tierra y las máquinas. Así, crecieron las primeras clases de alta burguesía de esta época, acumulando la plusvalía que resultó de ser los dueños de los medios de producción dominantes. Esa fue la matriz de la oligarquía europea hasta entrado el siglo XX.

Esta lógica, sin embargo, fue rápidamente reemplazada por el capital financiero, el cual se erigió como el medio de producción por antonomasia, aquella pieza de la cadena productiva que se vuelve indispensable.

Así es como el capital financiero, administrado en grandes bancos y fondos de inversión (como las AFP), es el jerarca mayor en la línea productiva de las economías occidentales. En Chile, el poder de los bancos, así como de las AFP y otras instituciones, es una muestra fiel de cómo el capital financiero penetra en las economías, las transforma, y luego las vuelve dependientes de sus créditos en todo formato: crédito a microempresarios, crédito a la mediana y gran empresa, créditos de consumo a las personas, créditos hipotecarios sobre las casas, créditos con aval del Estado en la Educación.

[cita tipo=»destaque»]Junto con la moral, hoy irrumpe en Chile la noción de Cuerpo. Este, en cuanto categoría, se posiciona en tensión con la noción de derechos. El feminismo, de este modo, nos plantea un debate no solo político sino también “corporal”, en cuanto invita a repensar el cuerpo como categoría y qué derechos se asocian a tal categoría. De este modo, el feminismo es la estructura que abrió la categoría de cuerpo y en esa apertura han entrado también las categorías trans y otras que impugnan la categoría del cuerpo masculino con pene como portador de derechos preferentes.[/cita]

Hoy, en Chile, observamos cómo el trabajo renta cada vez menos, como hormiga, al lado del capital financiero elefantiásico. La deuda de las familias en Chile ha crecido entre los años 2011 y 2017, pasando de 36% a 46% del PIB, esto según datos del Banco Central que, en su Informe de Estabilidad Financiera (IEF) del primer semestre de 2018, se muestra alarmado por el ascenso sostenido de la deuda de las familias y de las jefas y los jefes de hogar. En su comentario sobre la vulnerabilidad financiera de los hogares, el Banco Central añade que, respecto de la tenencia de deuda, el 68% de los hogares chilenos mantenía deuda en el 2011, cifra que aumentó hasta 73% en el 2017.

Según el instituto emisor, estos desarrollos han tenido “implicancias positivas” en términos de “profundización” e “inclusión” financiera, ofreciendo más alternativas de pago y financiamiento a los consumidores. Sin embargo, dichos elementos también podrían traducirse en mayores riesgos financieros para deudores y acreedores.

Visto así, las ganancias de los bancos se pueden leer de otra manera. En 2017, la banca chilena obtuvo beneficios netos por US$3.600 millones, un 11,92% más que el año anterior. Los resultados del 2017 fueron encabezados por el Banco Santander, que obtuvo utilidades de casi US$1.000 millones, siendo este uno de los países en el mundo donde más renta dicho banco. El segundo lugar correspondió al Banco de Chile, controlado por el grupo Luksic, que obtuvo beneficios por US$930 millones. Después se situó el Banco de Crédito e Inversiones, controlado por la familia Yarur, con ganancias por US$600 millones.

¿Qué ocurrió en 2011? ¿Fue, como a primera vista aparece, un movimiento de índole estudiantil, una impugnación generacional al orden establecido como ha habido tantas? ¿O fue, más bien, una impugnación al poder de los bancos y la lógica de los créditos voluntario-obligatorios? Ocurre que, en menos de 40 años, a partir de 1964 en adelante, Chile pasó de ser una economía basada en la Hacienda a ser una economía basada en el capital financiero. Esto transformó a nuestra elite, así como también fue modelando una concentración del capital nunca antes vista en nuestra historia. El 2011, esto tocó un punto de eclosión en materia educacional, con el referido Crédito con Aval del Estado como protagonista.

En comparación con el 2011, la lógica del capital financiero se encuentra apuntada no solo desde su arista de la educación sino, también, desde la arista de las pensiones. Las pensiones son ese debate donde la tensión entre capital y trabajo se vuelve contingente, así vemos cómo las AFP, administradoras del capital financiero resultante del trabajo acumulado, son puestas en tela de juicio desde un movimiento social. Esto no estaba el 2011. Esto hace que la demanda estudiantil de dicho año tome hoy otro tono a la luz del nuevo escenario.

La moral de unos y la moral de otros

A diferencia del 2011, el 2018 carga consigo profundas cuestiones morales sobre la elite y su relación con la ciudadanía. Ciertamente, el nuevo ciclo político está marcado por una nueva concepción de la moral, tanto en lo público como en lo privado, así como en la división misma entre qué es público y privado. La moral de las elites, siguiendo a Nietzsche, se nos presenta como una moral de esclavos, de una hipocresía manifiesta respecto al funcionamiento de las instituciones y la igualdad ante la ley.

La elite, del mismo modo, ha ido configurando un discurso, desde 2015 a la fecha, que ha justificado el financiamiento ilegal de campañas, así como los casos de cohecho y prevaricación. Se ha dicho que “todos lo hacían”; se ha dicho “la gente debe escoger con el voto”; se ha dicho de todo. Aunque para la magnitud del escándalo que se armó, las penas otorgadas son irrisorias. Las salidas alternativas y las diversas herramientas utilizadas para salir del atolladero ya las conocemos: intervención del SII, renuncia de fiscales, presión pública a los denunciantes, y un poco honroso etcétera. Esta es la moral de las elites, una moral donde su actuar se ha justificado de forma acomodaticia y sugerente: no hay pecado allí donde todos han pecado. Y aquellos jóvenes, ilusos jacobinos, que denuncien a los pecadores, no están sino escupiendo al cielo.

Así como en el caso de la doble moral de delitos tributarios y delitos económicos, también vemos el doble discurso en temas sexuales. El país vive una crisis de sida, sifilis y gonorrea, sin embargo, la elite evadió el tema durante décadas. En particular, el segmento más conservador de la elite satanizó cualquier campaña de educación sexual, así como antes lo hicieron con el divorcio y los hijos “naturales”.

Sin embargo, esta moral de las elites convive con una moral ciudadana que es bastante más tolerante y receptiva con la diversidad sexual. Y quizás, entonces, sea una moral ciudadana aquella que mejor comprende el nuevo Chile, y no la moral de la elite que ha visto en lo sexual un espejo oscuro donde no quiere mirarse.

De este modo, la moral de las elites sataniza lo sexual y su diversidad, mientras canoniza cierto tipo de corrupción funcional. Del otro lado, la ciudadanía condena la corrupción y tolera la diversidad. Esta contradicción entre el malestar de las elites y el pluralismo ciudadano es cada vez más evidente, tanto en temas de moral sexual como en temas de corrupción. Esta es una tensión inédita en la transición, la que obliga a repensar las categorías conceptuales con las cuales leemos el presente. Nada de esto era visible el 2011.

Tampoco lo era, como lo es hoy, la enorme crisis de la Iglesia católica, portadora inexorable de dicha moral conservadora heredera del cardenal Wojtyla.

El cuerpo y los derechos

Junto con la moral, hoy irrumpe en Chile la noción de Cuerpo. Este, en cuanto categoría, se posiciona en tensión con la noción de derechos. El feminismo, de este modo, nos plantea un debate no solo político sino también “corporal”, en cuanto invita a repensar el cuerpo como categoría y qué derechos se asocian a tal categoría. De este modo, el feminismo es la estructura que abrió la categoría de cuerpo y en esa apertura han entrado también las categorías trans y otras que impugnan la categoría del cuerpo masculino con pene como portador de derechos preferentes.

Por ejemplo, la obra de Judith Butler, una de las autoras feministas más leídas en Chile, se basa en el cuerpo, como categoría políticamente controvertida. En su libro Cuerpos que importan, Butler problematiza la materialización de los cuerpos de acuerdo a las normas de sexo y género. Esto sirve para observar que nuestras convenciones culturales son “corporeizadas” en cuerpos reales conformados acorde a la comprensión de género dominante en un momento dado. Del mismo modo, en su Deshacer el género, Butler propone las nociones de género y sexualidad y su relación con la identidad personal. Estos conceptos son sumamente claves para entender la irrupción del cuerpo como categoría políticamente controvertida.

El momento actual, de impugnación cultural a la noción de cuerpo dominante, nos hacer recordar cómo el poder configura nuestras concepciones acerca de lo humano. Esta es una idea clave que ya estaba en Foucault y en la tradición que hoy se llama “biopolítica”. Un autora también muy leída en Chile es Silvia Federici, particularmente su libro titulado Calibán y la Bruja, donde analiza la caza de brujas medieval y sostiene, con gran lucidez, que esta tuvo como objetivo domesticar los cuerpos femeninos en el paso del feudalismo al capitalismo, es decir, fue una técnica de dominación del poder sobre el cuerpo y no una persecución religiosa.

Nuevamente, esta irrupción ocurre en las universidades y es el campo educacional el primero en ser interpelado.

La tensión evidente es qué derechos “asignamos” a cada cuerpo. Este será un debate cultural de muy largo trayecto y tocará también al estatuto del cuerpo, en cuanto “afectado” por el modelo productivo. Veremos, cada vez más, un debate sobre la salud mental, el estrés, la depresión, la obesidad, y otros debates que remiten al cuerpo y su estatuto dentro del modelo productivo contingente.

Y es que, si bien la transformación del concepto de “capital” ha sido radical, el concepto de “trabajo” se ha mantenido más o menos incólume. Nadie, hasta nuestros tiempos, ha pretendido especificar una concepción, pues se entiende que se refiere al “trabajo humano”. Sin embargo, hoy estamos en presencia de algo inédito: el concepto de trabajo está mutando tal como lo hizo antes el concepto de capital. Vemos la lenta, aunque constante, sustitución del “trabajo humano” por el trabajo de robots y sistema de inteligencia artificial.

Esta es, también, una transformación que toca al cuerpo como dispositivo de producción. Sobre la base de esta nueva clase de “trabajo robótico”, nos vemos obligados a especificar nuestro concepto de “trabajo” como aquel realizado por “Humanos” y que responde a ciertas reglas de la lógica, del derecho y del cuerpo humano.

La aparición de robots en la esfera de la producción de bienes, así como en la prestación de servicios, es solo el comienzo de una profunda transformación. Lo que se está transformando es nuestro concepto de trabajo y, con él, los conceptos que se encadenan, como salario, jornada laboral, sindicatos, derechos. Muchos puestos de trabajo que antes eran ocupados por los grupos más pobres, hoy son ocupados por robots. Del mismo modo, este proceso tocará los puestos de trabajo de las clases medias: ¿qué ocurrirá en ese momento, cuando los asalariados sean reemplazados por robots?

Entonces: ¿un 2011 recargado?

Chile enfrena hoy un nuevo ciclo de movilizaciones sociales y de tensión política que remite, en lo sustancial, a tres ejes generales: el capital, la moral y el cuerpo. A diferencia de 2011, estos conceptos hoy se encuentran a la luz del debate y no aguardan por ser descubiertos como otrora esperaban. Al igual que el 2011, el ciclo actual irrumpe desde las universidades y, desde ahí, viraliza sus contenidos y sus vanguardias.

El hoy, efectivamente, se presenta como un 2011 recargado, no porque sus consignas sean las mismas o los escenarios coincidan, sino porque, en lo profundo, el ciclo remite a los mismos ejes de la crisis de la modernización chilena. Sin embargo, la historia bien puede leerse hacia atrás y resignificar el 2011 desde el presente. El 2011 podría recargarse, precisamente, como un preludio de lo actual, un prólogo bullicioso de la verdadera crisis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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