El hecho de declarar como feminista-antipatriarcal al PS sube de inmediato los estándares, ya que se mandata a erradicar la naturalizada violencia institucional y la exclusión política que padecen las mujeres socialistas hasta nuestros días. Se espera que esta declaración pueda permear en las prácticas políticas y comenzar a entregar poder real a las instancias feministas, incluso más allá de la orgánica, reconociendo la existencia de otros espacios de acción política tan válidos como el naciente Frente Feminista Socialista y el Frente Socialista de Disidencia Sexual, que reclaman por transformaciones institucionales profundas, sin embargo, desconfían de la institucionalidad formal, debido al ejercicio de disciplinamiento que se ha generado sobre las mujeres socialistas militantes, para otorgarles presencia pero no poder, vaciando su capacidad de incidir y decidir en las decisiones partidarias y, menos, tener una opinión política y su debida expresión.
El pasado 23 de junio, se desarrolló la Conferencia Nacional de Organización y Programa del Partido Socialista (PS), instancia que no se efectuaba desde 1966. A pesar de las bajas expectativas que se tenían de la misma, pues carecía del carácter resolutivo de los congresos generales, la Conferencia movilizó al partido casi tanto como cualquier elección interna. De hecho, desde las conferencias comunales y regionales emanaron alrededor de 3 mil votos políticos orientados a enriquecer los principios ideológicos y a modificar sustantivamente la orgánica partidaria. Desafortunadamente, estas resoluciones fueron dejadas para el final del evento, en que, alrededor de la 1 .am., ni siquiera el quórum alcanzaba, por lo que solo pudieron ser leídas.
Uno de los hitos principales fue haber podido sumar a los principios socialistas el feminismo y el antipatriarcado. Dicha propuesta, ya a estas alturas revolucionaria para un partido con tanta tradición como el PS, consiguió radicalizar la discusión interna, introduciendo elementos tales como la crítica profunda al modelo establecido desde la heteronorma, así como también el cuestionamiento al neoliberalismo que acaba por incrementar las relaciones de desigualdad de género y de clase en la sociedad chilena actual. Ni hablar de las contradicciones con las políticas públicas –concertacionistas y nuevamayoristas– que estuvieron marcadas por el neoliberalismo, sobre las cuales el PS jamás cuestionó, por el contrario, siente orgullo de esta y se ha sindicado, a quienes las critican, como traidores y de seguirle el juego a la derecha.
El hecho de declarar como feminista-antipatriarcal al PS sube de inmediato los estándares, ya que se mandata a erradicar la naturalizada violencia institucional y la exclusión política que padecen las mujeres socialistas hasta nuestros días. Se espera que esta declaración pueda permear en las prácticas políticas y comenzar a entregar poder real a las instancias feministas, incluso más allá de la orgánica, reconociendo la existencia de otros espacios de acción política tan válidos como el naciente Frente Feminista Socialista y el Frente Socialista de Disidencia Sexual, que reclaman por transformaciones institucionales profundas, sin embargo, desconfían de la institucionalidad formal, debido al ejercicio de disciplinamiento que se ha generado sobre las mujeres socialistas militantes, para otorgarles presencia pero no poder, vaciando su capacidad de incidir y decidir en las decisiones partidarias y, menos, tener una opinión política y su debida expresión.
En ese mismo sentido llamó profundamente la atención que, dentro de los votos políticos orgánicos, las bases socialistas se mostraran cansadas de la acumulación de poder por parte de los parlamentarios, denunciando con frecuencia una excesiva parlamentarización de las dirigencias del partido y un centralismo catalogado por ellos mismos como “inaguantable”, que terminó por desconocer decisiones de carácter local, en el reciente proceso electoral, imponiendo candidatos desde Santiago, provocando una incipiente crisis de gobernabilidad al interior del partido y costos políticos irreparables en los territorios. Es más, se recurrió con frecuencia a argumentos tales como “toda la mesa se fue a hacer campaña y nos quedamos sin conducción política”.
[cita tipo=»destaque»]Lamentablemente la dirigencia del partido no está a la altura de este desafío. Si se sigue en esta senda, el Congreso General Ordinario, de enero de 2019, podría entregar respuestas interesantes y profundizar la fisura entre las élites y las bases y avanzar hacia un nuevo orden político interno, ya que, esta vez, no hay tanto poder que repartir, sino que se juega la sobrevivencia del PS. Existe un resentimiento hacia las malas decisiones tomadas, en particular por la candidatura presidencial de Alejandro Guillier, pero, por sobre todo, el cuestionamiento a que, pese al “recambio generacional” de la actual mesa directiva, este no se ha plasmado en nuevas formas de hacer la política, por el contrario, ha reproducido con mayor fuerza los mecanismos de exclusión y despolitización del partido.[/cita]
Por otro lado se reclamó, con entusiasmo, que el patrimonio socialista –no solo su historia, sino también el dinero– fuese repartido hacia las regiones, traduciéndose este en sedes partidarias y un presupuesto descentralizado para realizar actividades, así como también la existencia de un mayor control sobre las acciones de las y los dirigentes, y la imperiosa necesidad de tener una incidencia real en las decisiones, tanto en la nominación de candidaturas, así como también de la construcción de una posición político-ideológica del partido.
Lo interesante de esta conferencia fue, sin lugar a duda, la reapertura de un proceso deliberativo al interior del PS, donde se privilegió en los años de transición la disciplina y la pragmática obsecuencia para la mantención del poder, en desmedro del debate político y el derecho al disenso. Es más, se puede concluir que, a pesar de que Chile posee una democracia de una muy baja intensidad, el PS ha replicado de la peor forma el autoritarismo en sus procesos decisionales internos, marcados por la exclusión, la poca transparencia, centralismo y un fuerte componente de misoginia –aquí van a salir a decir que tienen cuotas desde hace mucho tiempo, pero las mujeres NO poseen poder real–. A pesar de ello, esta conferencia logró movilizar al verdadero patrimonio socialista, en que sin un proceso de competencia electoral o movilización de votantes, las y los delegados se movilizaron para participar y discutir de política, repensar el partido y cuestionar justamente estos elementos.
Lamentablemente la dirigencia del partido no está a la altura de este desafío. Si se sigue en esta senda, el Congreso General Ordinario, de enero de 2019, podría entregar respuestas interesantes y profundizar la fisura entre las élites y las bases y avanzar hacia un nuevo orden político interno, ya que, esta vez, no hay tanto poder que repartir, sino que se juega la sobrevivencia del PS. Existe un resentimiento hacia las malas decisiones tomadas, en particular por la candidatura presidencial de Alejandro Guillier, pero, por sobre todo, el cuestionamiento a que, pese al “recambio generacional” de la actual mesa directiva, este no se ha plasmado en nuevas formas de hacer la política, por el contrario, ha reproducido con mayor fuerza los mecanismos de exclusión y despolitización del partido.
Es de esperar que este entusiasmo perdure en el tiempo y permita modificar el curso de acción del partido, a través de una profunda transformación de la estructura orgánica, que esta sea descentralizada, que haya pesos y contrapesos, mecanismos de accountability vertical y horizontal, y las decisiones sean más democráticas e inclusivas, pero si las élites siguen negando el actual estado de las cosas, y tratando de traidor a quien cuestione este aparente orden “natural” de las cosas, podrían generar una fisura irreparable en la institución, debilitándola y condenándola a ser aplastada por otras orgánicas progresistas, que desean con mucha fuerza ocupar el espacio ideológico y político del Partido Socialista.