Poco importa si el diseño político es proteger la figura del Presidente y concentrarse en la pirotecnia de subirlo a patrullar en un vehículo de Carabineros, antes que asumir la tarea para la cual fue elegido: plantear una agenda e intentar hacerla avanzar en el difícil camino de la construcción de mayorías políticas en el Congreso. Menos aún importa si el legado no es, como parece perfilarse, el bienestar y el futuro de los chilenos, sino el pasar a la historia como el primer mandatario de derecha que le entrega el mando a un líder de su sector.
En un foro sobre los avances del gobierno organizado por + 1 y la Universidad de Las Américas sostuve que, aun cuando es temprano para conclusiones, las ofertas de campaña van siendo abandonadas con rapidez y transformadas en algo muy distinto. Lejos de responder al compromiso de correcciones y reformas de fondo planteadas durante el período electoral, la verdadera agenda presidencial parece tener un gran objetivo principal: entregar el mando en cuatro años más a un liderazgo del mismo sector y no importa si en el camino se abandonan las causas por las que se fue elegido.
El mayor mérito del Presidente Sebastián Piñera ha sido el comprender claves fundamentales del estado de ánimo nacional, como la incertidumbre que la velocidad, la profundidad y la dirección de las reformas de Michelle Bachelet habían provocado, que se alimentaba de una economía que parecía no avanzar y de la crisis de confianza que diversos escándalos generaban. Tuvo la capacidad de identificar esa incertidumbre con la Nueva Mayoría y explotar abusivamente ese vínculo con la amenaza de “Chilezuela”, lo que se sumó al vacío de propósitos y de liderazgo de las entonces fuerzas de gobierno.
Despejado ya en segunda vuelta el riesgo de un desborde por la derecha, Piñera se presentó a sí mismo como el liderazgo centrista que siempre ha aspirado a representar. Con agudeza asume su mandato terminando con la incomprensible (e inaceptable) inacción pública frente a la crisis de Carabineros como en la falta de una adecuada regulación migratoria. Capturando el sentir del electorado, convoca a todas las fuerzas políticas a enfrentar transversalmente cinco áreas que declaraba como claves para el futuro del país, comenzando por la infancia. El tipo de liderazgo que los electores que apoyaron su elección esperaban de él.
[cita tipo=»destaque»]Pero cuando casi cualquier cosa se lleva a una comisión y al mismo tiempo se rehuye el debate de fondo con quienes tienen la representación popular, lo que se hace no es solo trivializar los acuerdos que se obtienen en “ambientes controlados”, sino que además alejar la posibilidad de las convergencias que efectivamente se necesitan.[/cita]
Hasta ahí lo que algunos llamarían “el relato”. El trasfondo parece ser otro.
Lo primero que llama la atención es la falta de ideas. La frontalidad de las críticas a la administración anterior hacía esperar, desde el inicio del gobierno, un conjunto de planteamientos robustos sobre los pasos a seguir. Nada de eso ocurrió. Leyes más o leyes menos, el problema es el silencio total que se registra hasta hoy en las áreas que constituyeron banderas electorales, como ocurrió por ejemplo en materia tributaria, previsional y laboral.
Se responderá que no ha habido tiempo para eso, que se han concentrado en las demandas sociales atingentes a la identidad de género, adopción homoparental, agenda feminista y seguridad ciudadana, entre otras cosas. Pero, al menos, constatemos la paradoja de ver a quienes acusaron con tanta insistencia a la administración anterior de gobernar “para la calle” haciendo exactamente lo mismo. Así lo resiente, por lo demás, una parte significativa de su propia coalición.
Se argumentará a favor de “la democracia de los acuerdos” y el rol que en eso ocupan las comisiones presidenciales, discurso en que el tremendo avance que en efecto ha representado el Acuerdo Nacional por la Infancia sería una demostración del espíritu y modo que era necesario recuperar.
Pero cuando casi cualquier cosa se lleva a una comisión y al mismo tiempo se rehuye el debate de fondo con quienes tienen la representación popular, lo que se hace no es solo trivializar los acuerdos que se obtienen en “ambientes controlados”, sino que además alejar la posibilidad de las convergencias que efectivamente se necesitan.
Por destacados que sean los integrantes de estas comisiones, las leyes y políticas que se requieren solo pueden ser el producto de la deliberación política en una cancha de verdad como es el Congreso Nacional. Lo que el gobierno hace es como querer ganar el Mundial jugando en Chile y con dos equipos chilenos.
Y el tiempo no pasa en vano. El plazo para construir un legado de esta administración se agota, junto con el inicio de la campaña municipal y de gobernadores regionales. Mientras más se postergue el debate de fondo, más difícil será avanzar.
Agreguemos a eso una instalación desprolija que el senador RN, Francisco Chahuán, simboliza en 30 seremis que no han estado en condiciones de asumir sus funciones, “uno de ellos por hurto”, nos recordó el parlamentario; un estilo discursivo del gabinete que a ratos hace palidecer el recuerdo del Almirante Merino, y ministros más concentrados en culpar a sus antecesores de diversas cuestiones que en sacar adelante sus agendas.
Por supuesto que nada de esto importa mientras no exista oposición.
Tampoco importa si el diseño político es proteger la figura del Presidente y concentrarse en la pirotecnia de subirlo a patrullar en un vehículo de Carabineros, antes que asumir la tarea para la cual fue elegido: plantear una agenda e intentar hacerla avanzar en el difícil camino de la construcción de mayorías políticas en el Congreso. Menos aún importa si el legado no es, como parece perfilarse, el bienestar y el futuro de los chilenos, sino el pasar a la historia ya no solo como el primer presidente de derecha tras el retorno de la democracia, sino también como el primer mandatario de derecha que le entrega el mando a un líder de su sector.
¿Quo vadis, Sebastián? La pregunta comienza a responderse.