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¿Quo vadis cobre? Opinión

¿Quo vadis cobre?

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Manuel Riesco
Por : Manuel Riesco Economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (Cenda)
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El extraordinario auge del precio del cobre de la década del 2000 tiene lugar mientras el empleo asalariado estadounidense -expresado como proporción de la población mayor de 16 años- se contrae fuertemente hasta tocar fondo el año 2011. Precisamente, el año en que se inicia el nuevo derrumbe del cobre, mientras la proporción de asalariados ocupados respecto de la población de los EE.UU. empieza a repuntar sostenidamente. Es interesante anotar que el 2018 dicha proporción todavía se encuentra por debajo de su máximo histórico alcanzado a fines del siglo pasado, justo antes de la crisis secular todavía en curso.


Salvador Allende decía que el cobre era el sueldo de Chile. Es verdad, pero resulta harto veleidoso. Nunca se sabe lo que recibiremos al mes siguiente. Al igual que todas las cosas escasas, su precio cambia a cada momento porque depende exclusivamente de los caprichos de la demanda. El de las mercancías normales, en cambio, es igual al costo de producción y decrece establemente con este. Por añadidura, la demanda de cobre no tiene una sino dos componentes: producción para consumo final como todas las mercancías y, precisamente porque su precio cambia a cada instante, especulación. Lo peor del asunto es que esta manda. Solo así se explica que el precio del cobre y de todas las materias primas, más o menos al unísono, se vayan a las nubes cuando su consumo productivo trastabilla, al atravesar las economías desarrolladas periódicas crisis seculares. A la inversa, se viene al suelo cuando aquel y estas se recuperan y crecen aceleradamente. El problema es que las crisis seculares duran menos de dos décadas, en cambio la recuperación y auge seculares duran más de dos, y la que está en curso se encuentra recién en sus primera fase. Mal pronóstico.

El precio del cobre ha seguido a lo largo de las últimas ocho décadas una trayectoria de montaña rusa llena de paradojas. No presenta una tendencia secular a la baja a medida que la tecnología ha multiplicado extraordinariamente la productividad del trabajo, como sucede con todas las mercancías no escasas. Eso significa que los notables avances productivos solo han compensado poco más o menos la creciente escasez de yacimientos de buena ley al alcance de la mano. De este modo, el gobierno podría licenciar a los sabios que reúne periódicamente para determinar el precio del cobre de largo plazo: este no presenta misterio alguno, es de más o menos dos dólares por libra. De modo más preciso, y por usar la métrica de COCHILCO, su promedio desde 1935 hasta la fecha alcanza exactamente a 2,15 dólares del año 2012 por libra, lo que equivale a 2,30 dólares de hoy. Medido en oro, que para estos efectos es bien útil, dada su función de material dinero cuya cotización ha fluctuado libremente desde 1974, el precio promedio del cobre desde entonces es de 176 gramos de oro por tonelada.

Lo más incomprensible, sin embargo, junto a sus incesantes fluctuaciones enloquecidas, es su trayectoria de largo plazo. Esta sigue lo que se ha dado en llamar un “superciclo”, que se mueve en sincronía con el ciclo secular de las economías desarrolladas, solo que exactamente al revés. Es decir, aquel duplica su promedio cuando estas se encuentran en crisis; y a la inversa, se reduce a la mitad de este cuando las segundas se recuperan y bullen.

En efecto, en los últimos ochenta años el precio del cobre presenta dos enormes “montañas” en que roza los cuatro dólares por libra, precedidas y separadas por profundos valles en que cae hasta un dólar por libra. Los primeros años de bonanza se extienden desde 1963, cuando el precio se eleva sostenidamente por encima del promedio, y 1980, con la excepción de unos años entre 1975 y 1978 en que cayó algo debajo. Es decir, estuvimos en jauja la mayor parte de los 17 años durante los cuales el país “chilenizó” y acto seguido nacionalizó el cobre.

[cita tipo=»destaque»]El precio del cobre ha seguido a lo largo de las últimas ocho décadas una trayectoria de montaña rusa llena de paradojas. No presenta una tendencia secular a la baja a medida que la tecnología ha multiplicado extraordinariamente la productividad del trabajo, como sucede con todas las mercancías no escasas. Eso significa que los notables avances productivos solo han compensado poco más o menos la creciente escasez de yacimientos de buena ley al alcance de la mano. De este modo, el gobierno podría licenciar a los sabios que reúne periódicamente para determinar el precio del cobre de largo plazo: este no presenta misterio alguno, es de más o menos dos dólares por libra.[/cita]

El segundo período de vacas gordas se inicia el 2005, cuando nuevamente el precio del cobre supera sostenidamente el promedio de dos dólares por libra. Tras rozar nuevamente los cuatro dólares el 2007 y superarlos levemente el 2011, viene oscilando hacia abajo hasta hoy, perdiendo la mitad de su valor máximo, pero todavía sin caer por debajo del promedio, a excepción de unos meses entre octubre del 2008 y marzo del 2009, en lo más agudo de la crisis financiera mundial. Así medido, el segundo período de precios elevados se extiende ya por más de trece años.

Antes de 1963, así como entre 1980 y 2004, en cambio, el precio del cobre se sumergió sostenidamente por debajo de su promedio de largo plazo, a excepción de un período a mediados de la década de 1950 y algunos meses salpicados entre 1987 y 1996, en que el precio superó fugazmente el promedio. Es decir, el precio del cobre ha estado por debajo de dos dólares por libra durante unas cinco de las últimas ocho décadas. Alrededor de la mitad de ese tiempo estuvo por debajo de un dólar y medio, y alcanzó sus mínimos históricos de las últimas ocho décadas en 1935, año que inicia esta serie con un precio de 1,02 dólares por libra, y el período entre 1998 y 2001 cuando se iniciaba la crisis secular en curso, en que cayó hasta 1,08 dólares.

Paradójicamente, el ciclo del precio del cobre se mueve exactamente a la inversa del ciclo secular de las economías desarrolladas. La primera “montaña” de precios emerge por encima del promedio en la víspera del derrumbe secular de las bolsas de los países desarrollados, que se desploman en 1965 y no recuperarán su nivel de ese año sino hasta un cuarto de siglo más tarde.

Por el contrario, el precio del cobre se sumerge sostenidamente por debajo del nivel promedio en 1980, precisamente cuando las bolsas mundiales tocan fondo secular e inician su larguísima recuperación y auge, que se extendería hasta fines del siglo. La segunda “montaña” de altos precios del cobre empieza a subir precisamente en 1998, cuando la “Crisis asiática” da la primera gran campanada de lo que sería la más severa crisis secular de las economías desarrolladas desde los años treinta. Emerge nuevamente por encima del nivel promedio el año 2004 y se mantiene así hasta hoy.

La nueva trayectoria descendente del precio del cobre se inicia tras tocar el cielo a 4,6 dólares por libra en febrero del año 2011 y ha oscilado hacia abajo rozando el promedio a 2,24 dólares durante el 2016 y, tras una recuperación parcial durante el 2017, vuelve a caer, alcanzando el valor de 2,7 dólares por libra a mediados de julio de 2018. A lo largo de toda la caída del cobre, las bolsas de los países desarrollados han continuado su recuperación y al cabo de 18 años igualaron en enero pasado su nivel de inicios de siglo.

Si las bolsas de los países desarrollados reflejan el movimiento real de las economías subyacentes, ello se confirma con la evolución del empleo asalariado como proporción de la población mayor de 16 años, quizás el indicador más preciso de la actividad económica real de los países. La primera “montaña” de altos precios del cobre emerge por encima del promedio a mediados de los años sesenta, precisamente cuando la proporción de asalariados ocupados sobre la población estadounidense mayor de 16 años se estanca tras su larga y rápida subida en la posguerra.

Al revés, el precio del cobre se sumerge sostenidamente por debajo del promedio en 1980, cuando la proporción de asalariados sobre la población en los EE.UU. inicia otra larga fase ascendente que la lleva a su máximo histórico en 1999, en la víspera del estallido de la burbuja “punto com”.

Nuevamente, el extraordinario auge del precio del cobre de la década del 2000 tiene lugar mientras el empleo asalariado estadounidense, expresado como proporción de la población mayor de 16 años, se contrae fuertemente hasta tocar fondo el año 2011. Precisamente el año en que se inicia el nuevo derrumbe del cobre, mientras la proporción de asalariados ocupados respecto de la población de los EE.UU. empieza a repuntar sostenidamente. Es interesante anotar que el 2018 dicha proporción todavía se encuentra por debajo de su máximo histórico alcanzado a fines del siglo pasado, justo antes de la crisis secular todavía en curso.

El resto de las materias primas sigue una trayectoria muy similar al cobre, con algún rezago o anticipación en los grandes puntos de inflexión arriba descritos, como se puede apreciar en la serie de rentas de las principales 14 materias primas que publica el Banco Mundial.

¿Se repetirá esta historia? ¿Caerá el cobre sostenidamente y durante décadas por debajo de su promedio de largo plazo como sucedió en las décadas de 1980 y 1990? Primo Levi escribió que  si pasó una vez puede pasar de nuevo y ello se aplica no solamente a los grandes fenómenos políticos. También los economistas sensatos alertan contra el riesgo de suponer que “esta vez será diferente”.

Para responder estas preguntas no basta con mirar gráficos por uno y otro lado, como hacen los apostadores de bolsa. Lo importante es comprender las determinantes principales de este “superciclo”, entender las corrientes profundas que lo mueven. Las respuestas de los grandes especuladores financieros que a diario —a cada milisegundo con las tecnologías actuales— apuestan miles de millones de dólares a que el cobre sube o baja, y que son los principales mercaderes y almacenadores de cobre y demás materias primas, no son convincentes. Según ellos y su pequeña corte de “expertos” con gran presencia en los medios, los llamados “fundamentos” del mercado del cobre radicarían en su oferta y demanda productiva. Quizás deseen disimular un poco su propio rol en las constantes alzas y bajas de precios de todas las materias primas, que afectan la vida y fortuna de miles de millones de seres humanos, especialmente en países emergentes.

Otros muestran la profundidad de su pensamiento atribuyendo este ciclo a fenómenos puramente monetarios. Si el dólar sube o baja, entonces la cotización del cobre se mueve en sentido contrario. Obvio. Tales genios nunca se han preguntado, al parecer, por qué el precio del cobre y el resto de  las materias primas se mueve exactamente al unísono, suben y bajan juntos, con las bolsas y monedas emergentes. También con el endeudamiento empresarial y general en estas economías, como a su pesar descubrieron los “Pirañas” de la década de 1980.

Para intentar comprender este fenómeno, así como otros en esta esfera esencial de la actividad de los seres humanos que consiste en producir e intercambiar lo que necesitan para vivir, resulta de gran ayuda la siempre mirada en menos, por incómoda, teoría económica clásica. Esta nació hace dos siglos y medio, precisamente con los descubrimientos del progresista arrendatario agrícola James Anderson, inventor del “arado escocés”, la teoría de la renta y las modernas clases sociales. Bien sabía Anderson que dos de estas, él mismo como capitalista pionero y sus trabajadores, se desloman para disfrute de la tercera, representada por el elegante duque propietario de las tierras mejores y más cercanas a Glasgow, que cada vez que lograban bajar sus costos mediante alguna innovación, les subía la renta de arrendamiento. De este modo, el precio del trigo no dependía para nada de sus costos de producción, sino de los de predios más yermos y lejanos que había que cultivar para satisfacer la creciente demanda de la floreciente “Segunda Ciudad del Imperio”. La misma donde algunos años más tarde, Adam Smith publicaría su “Investigación acerca de la naturaleza y origen de la moderna riqueza de las naciones”, concluyendo que esta surgía exclusivamente del trabajo humano aplicado a la producción de bienes y servicios que se venden en el mercado.

Las conclusiones de la economía clásica al respecto que se resumen al inicio, permiten identificar el rol decisivo de la especulación en la demanda, que a su vez determina el precio siempre fluctuante de los bienes escasos, con independencia de sus costos de producción, a diferencia del resto de los bienes donde el precio es igual a su establemente decreciente costo de producción menos las transferencias de parte de la ganancia capitalista media hacia los rentistas. Asimismo, la economía clásica permite comprender por qué el capital especulativo abunda en los recurrentes períodos de crisis económica de las economías principales, donde la inversión productiva adicional ya no genera ganancias, sino al revés.

De este modo, cual golondrinas en busca de mejor clima, grandes masas de capitales que resultan  excedentes en el Norte en crisis secular, fluyen abundantes, despreocupadas, audaces, generosas, pero muy hambrientas de ganancias hacia el Sur emergente. Insuflan allí todo lo que encuentran para especular: monedas, bolsas y materias primas, entre otras cosas. Más peligroso, elevan la deuda privada y pública hasta niveles insostenibles. Todo ello se revierte cuando las economías centrales se recuperan, ofreciendo nuevamente oportunidades masivas de inversión productiva más cerca de casa. El vuelo de las golondrinas regresando al Norte en las décadas de 1980 y 1990 derrumbó todo lo que en la década precedente había insuflado en el Sur, y acogotando a los deudores a quienes ya no renegocian sus deudas crecidas adicionalmente por la devaluación monetaria.

La “década perdida” de América Latina fue la de 1980, no la precedente como sucedió en el Norte. Las recientes devaluaciones de monedas emergentes —que para muchos llegaron como relámpago en día claro—, caídas bursátiles y de precios de materias primas, se suman a las que se insinuaron el 2011. Los grandes grupos y países endeudados empiezan a sudar frío nuevamente. Mala cosa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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