Entonces, se nos puede ocurrir un gran número de alternativas para mejorar y/o cambiar el sistema, no tengo dudas que el debate será de gran intensidad e incluso con altos grados de detalle, pero nada lograremos si no resolvemos el problema previo, el nivel de remuneraciones de los trabajadores y de formalización de relaciones laborales encubiertas bajo la ficción de los honorarios, todos ellos, por cierto, futuros pensionados.
Se ha anunciado el envío del proyecto que introduce modificaciones al sistema de pensiones. Será un debate de fondo con muchos elementos técnicos y políticos tras un objetivo común: mejorar las exiguas pensiones a las que acceden miles de chilenos y chilenas, con un diagnóstico también compartido: que el sistema no cumplió su promesa inicial y, por eso, requiere cambios de fondo.
Ya veremos la intensidad del debate, las posiciones políticas e ideológicas que se expresarán, los criterios técnicos de cada una de ellas, con una multiplicidad de activos actores involucrados y, tal vez, el gran ausente en esa discusión será el pensionado actual y el trabajador que se pensionará en el futuro.
Hemos conocido hace poco tiempo un estudio que señala los niveles de remuneraciones de los trabajadores y trabajadoras del país. Este informe indicó que el 50% gana menos de $380.000 mensuales y que el 70% está bajo el umbral de los $500.000 mensuales, cifras alarmantes dada su cuantía, el universo que alcanzan y la desigualdad brutal que expresan sobre la distribución global de los recursos. Habría que agregar, además, que las remuneraciones se encuentran estancadas y sin variación real este último tiempo.
Además está la información oficial sobre la realidad de los contratos a honorarios en el sector de las administraciones comunales. Mientras las plantas no han sufrido variaciones desde el año 2008, aunque se espera un aumento significativo, dada la autorización legal a los municipios para modernizarlas y por esa vía también las contratas, los funcionarios municipales a honorarios han aumentado, en el mismo período, de forma creciente. Qué decir del sector público centralizado.
Ninguno de ellos cotiza para previsión ni salud, salvo los que han tomado la iniciativa como independientes y son los menos, pues el impacto en su liquidez mensual es muy fuerte y no tienen una contraparte de beneficios que sea evidente, al menos, en el corto plazo.
[cita tipo=»destaque»]Si tenemos trabajadores con los niveles de salarios ya señalados, con despido libre y por ende con continuidad laboral precaria, con altos niveles de informalidad, con brecha salarial cercana al 30% de las trabajadoras, con impunidad en el pago de las cotizaciones, con pocas condiciones para negociar sus sueldos, sin gratificación real, es decir, si no hacemos un esfuerzo para mejorar las condiciones laborales, todos los cambios al sistema de pensiones quedarán en el vacío. Mas aún cuando los últimos datos muestran un estancamiento e incluso una baja en los salarios en Chile.[/cita]
La pregunta es entonces si se puede resolver efectivamente el problema de las pensiones con todos los cambios que se deben hacer a la industria y al sistema. Hay que mejorar la densidad y rentabilidad de los fondos, para terminar con opacidades todavía existentes y prevenir las lagunas previsionales, para asegurar así la continuidad de las cotizaciones. También hay que generar una mayor competencia con nuevos actores –no solo en la gestión financiera de los fondos– para enfrentar la mayor longevidad de la población, sino que además abaratar los costos de la administración, para que aumente el aporte previsional, incorporando al empleador, que separe funciones.
Hay tantos otros cambios necesarios, como considerar la incorporación de actores públicos –nuevos o ya existentes como el IPS– con nociones de solidaridad intergeneracional e intrageneracional, que se hagan cargo de los jóvenes y la hostilidad del sistema hacia las mujeres.
Es decir, avanzar hacia un sistema de seguridad social real con un pilar importante de ahorro individual y colectivo, esto es, un mixto que garantice seguridad en la vejez con tasa de reemplazo adecuada y sostenible, que mejore claramente la reputación de un sistema fuertemente cuestionado.
Entonces, se nos puede ocurrir un gran número de alternativas para mejorar y/o cambiarlo, no tengo dudas que el debate será de gran intensidad e incluso con altos grados de detalle, pero nada lograremos si no resolvemos el problema previo, el nivel de remuneraciones de los trabajadores y de la formalización de las relaciones laborales encubiertas bajo la ficción de los honorarios, todos ellos, por cierto, futuros pensionados.
Si tenemos trabajadores con los niveles de salarios ya señalados, con despido libre y por ende con continuidad laboral precaria, con altos niveles de informalidad, con brecha salarial cercana al 30% de las trabajadoras, con impunidad en el pago de las cotizaciones, con pocas condiciones para negociar sus sueldos, sin gratificación real, es decir, si no hacemos un esfuerzo para mejorar las condiciones laborales, todos los cambios al sistema de pensiones quedarán en el vacío. Mas aún cuando los últimos datos muestran un estancamiento e incluso una baja en los salarios en Chile.
Qué paradoja, los datos dicen que crecemos y los salarios bajan.
Por milagrosa que sea la fórmula que finalmente se aprueba, un trabajador que gana menos de $380.000 mensuales –es decir, la mitad de los trabajadores en Chile– no tendrá una pensión razonable. Tampoco la tendrá una trabajadora que gana un 20% menos de esa cifra, ni quienes entran y salen de un empleo cada 4 o 5 años, que es el promedio de rotación laboral, y que entre un trabajo y otro, están largos periodos fuera del sistema por diversas razones.
Asimismo, una trabajadora que está largos años –hasta 20 en algunos casos– en forma permanente bajo la ficción de un contrato a honorarios que, todos sabemos, oculta una relación laboral formal con dependencia y subordinación y, por ello, con la obligación de cotizar para pensiones y salud, cuya única posibilidad es demandar a su empleador para que se declare tal condición, y por cierto asuma el despido que será inevitable, tampoco podrá acceder al milagro de la reforma sin que previamente se reconozca y formalice su condición.
Este es el pecado original del sistema de pensiones. Se hizo para un trabajador cotizante que el plan laboral se encargó de terminar. Es la contradicción vital entre un sistema de pensiones construido para un trabajador o trabajadora que el sistema laboral desplazó o reemplazó por otra figura laboral.
Qué paradoja. Fueron hechos en la misma época y por la misma mano. Si no se resuelve esta contradicción, la reforma al sistema de pensiones quedará como un hermoso ejercicio académico.