En la Región de Los Lagos, la Comisión de Evaluación Ambiental (COEVA) aprobó en tiempo récord la descarga de aguas servidas del Río Trapen, y su trasvasije al Río Gómez que, a su vez, es afluente del Río Maullín. ¿Alguien logra dimensionar las aguas servidas de 10 mil viviendas del sector vertiéndose al Río Gómez? Más cuando se trata de una empresa de «tratamiento» de aguas (San Isidro) que ya tiene varios sumarios ambientales en otras regiones del país.
Quintero y Puchuncaví visibilizaron a gran escala la compleja relación –por decirlo diplomáticamente– que tiene la administración del Presidente Piñera con la agenda medioambiental y, por qué no decirlo, la destrucción de nuestros recursos naturales. Ese episodio nuevamente dejó al desnudo cómo grandes empresas privadas y del Estado –eso sí, con la complicidad de los gobiernos– vulneran sistemáticamente las débiles y laxas normativas medioambientales que existen en Chile, usando los espacios en blanco para producir a bajo costo económico energía, pero a un enorme costo ambiental y social para los habitantes de muchas localidades, como lo puso en el tapete ese episodio dramático.
En tal sentido, la famosa oficina de Gestión de Proyectos Sustentables (GPS) anunciada con bombos y platillos por el Mandatario, junto al controvertido ministro de Economía, no sería otra cosa que una agencia gubernamental que, más que viabilizar la factibilidad de proyectos sustentables, facilitaría la concreción de muchos que no alcanzan ese estándar. De nuevo la letra chica, y el torcer el sentido de las palabras como se ha hecho costumbre.
Sin ir más lejos, son decenas los proyectos energéticos que se han presentado o están en carpeta aprovechando el carácter empresarial de esta administración y su orientación favorable a la aprobación de iniciativas que afectan directamente el patrimonio medioambiental.
Uno de ellos sería el que afectaría al río Maullín, cuna del poblamiento americano y que podría acabar, para siempre, con la enorme riqueza viviente de esa localidad, destruyendo ecosistemas, humedales y la rica flora y fauna que contiene.
En efecto, en la Región de Los Lagos, la Comisión de Evaluación Ambiental (COEVA) aprobó en tiempo récord y a espaldas de las comunidades que serán afectadas (y por supuesto con la aprobación de políticos), la descarga de aguas servidas del Río Trapen, y su trasvasije al Río Gómez que, a su vez, es afluente del Río Maullín. Los habitantes y actores locales dieron una emblemática batalla, no por la construcción de casas de Portal del Sur de la empresa constructora Pocuro, sino por la de un medio ambiente libre de contaminación. Es cierto, todos tienen derecho a una vivienda digna, pero ¿alguien logra dimensionar las aguas servidas de 10 mil viviendas del sector vertiéndose al Río Gómez? De manera especial cuando se trata de una empresa de «tratamiento» de aguas (San Isidro), que ya tiene varios sumarios ambientales en otras regiones del país.
Y, por si fuera poco, retorna la amenaza, siempre latente, de la construcción de una Central Hidroeléctrica de pasada –El Gato– que se ubicará en la comuna de Los Muermos, que no solo cortará el histórico río en dos, para construir una bocatoma que encauzará 100 m3/s, casi el total del caudal del Río Maullín, con la instalación de 3 turbinas tipo Kaplan en el río, generando con ello apenas 6 Mw de energía para aproximadamente 3 mil hogares, en el sector del mismo nombre del proyecto.
¿Los autores de tal iniciativa habrán dimensionado el efecto devastador que tendrá la implementación de este proyecto para la producción, al final, de tan poca energía? En especial, cuando los países que queremos imitar ya han desechado este tipo de construcción por considerarlas obsoletas y atentatorias contra el medio ambiente.
Como bien lo saben los actores locales y las comunidades que ya se han organizado para combatir tan dañina iniciativa, esta es la cuarta vez que el proyecto se presenta.
Como se sabe, anteriormente, la empresa se desistió debido a la gran cantidad de observaciones ciudadanas que se realizaron en el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA), no dando abasto para tantos requerimientos. O también, puede pensarse como una estrategia empleada por este tipo de empresas para recopilar información y así ahorrarse todos los estudios correspondientes. Estamos en Chile y, aquí, todo puede pasar, en especial con un empresariado depredador sin ninguna conciencia medioambiental.
[cita tipo=»destaque»]Como se sabe, a partir del descubrimiento hecho por la familia Barría, el sitio arqueológico conocido como Monte Verde fue objeto de diversas investigaciones. La más importante fue la que encabezó Tom Dillehay, que concluyó con una noticia que revolucionó las teorías sobre el poblamiento americano: el asentamiento ubicado en el arroyo tenía vestigios de vida humana de aproximadamente 15 mil años. No solo eso: los yacimientos demostraron que había una rica comunidad con ciertos niveles de especialización, ya que, además de herramientas, se descubrieron espacios en las chozas para determinadas actividades, plantas medicinales y restos de algas empleadas con fines medicinales.[/cita]
A diferencia de las oportunidades anteriores, esta vez el proyecto sí incluye como área de influencia a cinco comunas de la Provincia de Llanquihue: Maullín, Puerto Varas, Puerto Montt, Llanquihue y Los Muermos, cuyos habitantes y su entorno serían afectados profundamente por este proyecto que incluiría, además, un trazado eléctrico que ni siquiera está definido. Solo sabemos que se solicitaron las concesiones definitivas ante la SEC, donde uno de los predios es propiedad de la esposa del general Rodolfo Stange y algunos bancos.
Hay apuro, entre los inversionistas, y también en el Gobierno, por sacar adelante lo más rápido posible estas iniciativas a pesar de que el episodio Quintero-Puchuncaví, y las medidas tomadas en las postrimerías de la anterior administración de Piñera, demostraron lo perversas que fueron.
Para colmo, la central hidroeléctrica se instalaría muy cerca del sitio arqueológico Monte Verde, cuna de la humanidad americana, en uno de cuyos riachuelos miembros de la familia Barría encontraron los restos fósiles que modificaron para siempre el paradigma del poblamiento americano. Lugar que, por lo anterior, ha tomado relevancia mundial.
Como se sabe, a partir del descubrimiento hecho por la familia Barría, el sitio arqueológico conocido como Monte Verde fue objeto de diversas investigaciones. La más importante fue la que encabezó Tom Dillehay, que concluyó con una noticia que revolucionó las teorías sobre el poblamiento americano: el asentamiento ubicado en el arroyo tenía vestigios de vida humana de aproximadamente 15 mil años. No solo eso: los yacimientos demostraron que había una rica comunidad con ciertos niveles de especialización, ya que, además de herramientas, se descubrieron espacios en las chozas para determinadas actividades, plantas medicinales y restos de algas empleadas con fines medicinales.
Eso solo bastaría para preservar esa rica historia que pulula en torno a los bordes y cauces del Maullín. Pero hay mucho más que hace que este lugar sea sitio o patrimonio natural de la humanidad: como se sabe, el Río Maullín ha sido declarado Sitio Prioritario de Conservación. Su extensa red de humedales es hábitat para especies en peligro de extinción, como el Huillín. Cuenta, además, con el reconocimiento RHRAP (Red Hemisférica de Reserva de Aves Playeras). Aves migratorias como el Zarapito de Pico Recto, que viaja 16 mil km, ida y vuelta, desde Alaska llegan a Maullín para descansar y alimentarse, para, a fines de febrero, regresar al hemisferio norte y repetir una y otra vez el ciclo migratorio.
Otro dato significativo para defender el patrimonio que implica el extenso río es que, para los Mapuche, el río Biobío servía como límite norte, y el Maullín como su frontera sur. Límite de la nación autóctona de Chile.
El Camino Real utilizado por los españoles para llegar a Chiloé, cruzaba el río Maullín y pasaba por la ciudad del mismo nombre. Actualmente la Calle O’Higgins es testigo mudo de su paso por la ciudad. Hasta antes del Terremoto de 1960, el río Maullín era navegable. No existía la ruta 5 Sur y, para llegar a Chiloé, la gente navegaba el río para llevar víveres desde Puerto Montt hasta sus casas.
Esos motivos bastan para que, autoridades que se consideren patriotas de verdad –y no esos de fonda dieciochera– echen pie atrás y desechen iniciativas como esas.
Pero, también, estan las otras, más personales, como las mías y de mi hijo, que nos hemos enamorados de ese río y su entorno.
Recuerdo que siendo concejal de Rancagua y participando de un congreso municipal en Puerto Varas en junio de 2001, nos encontramos en una noche lluviosa y helada con una invitación a ir a disfrutar de un curanto a la comuna de Maullín.
Asistí, más por conocer algo distinto y arrancar un poco del cosmopolitismo de Puerto Varas. Recuerdo que, salvo ver niebla y los contornos del río, no conocí mucho a Maullín. Volví casualmente en enero de 2016 cuando, de regreso de Chiloé y ya en la 5 Sur de vuelta al continente, me encontré con un letrero en la carretera que decía: “Maullín hacia el poniente». Viré rápidamente y les dije a mis acompañantes que quería conocer el sitio donde 15 años antes había estado. Me introduje por la ruta V-900 en dirección al Océano Pacífico y, antes de llegar al pueblo, ya había comprado un terreno para construir una cabaña, sueño esperado por años.
Conocí luego el muelle, el embarcadero, el edificio municipal y ese río imponente con esos humedales maravillosos, así como sus playas y esa naturaleza y ese aire limpio que se siente y se respira.
Con mi crío Agustín, que hoy ya tiene más de 7 años, hemos recorrido cada vericueto de ese imponente río donde regresamos casi cada mes y pasamos siempre nuestras vacaciones. Acompañados por Cristián, hemos disfrutado mañanas y tardes completas intentando pescar y gozar de la tranquilidad del río y de sus peces.
Acompañados por José Cárdenas Vejar, amante de la naturaleza, hemos recorrido en kayak, río arriba, los humedales, hemos sentido el silencio de la naturaleza que cada cierto tiempo interrumpe un canto de pájaro y mi Agustín se ha maravillado observando el pájaro de siete colores, las nutrias, las bandurrias, el albatros, el flamenco chileno y nos hemos emocionado, hasta más no poder, con la danza de los cisnes de cuello negro; cuando ya no podemos seguir remando, nos hemos refugiado, para descansar, en las copas de los árboles del bosque sumergido que producen la maravilla de armar un suelo resistente que soporta el peso de Agustín, mío y de José.
El río, y sus humedales, han sido una verdadera escuela de aprendizaje tanto para Agustín como para mí; nunca lo había visto interesarse más por leer textos de flora y fauna y buscar los pájaros que ha visto durante el recorrido en kayak. Hemos aprendido a trabajar en equipo y cuando ya nos cansamos de remar él me dice “papá, nos turnamos, descansa tú y remo yo y después nos cambiamos”. Agustín, al llegar a algunas partes del río disfruta el silencio solemne que solo interrumpe el cántaro de un pájaro o nuestra voz.
Siempre volvemos al río, en cada viaje a su cabaña, y el Maullín se ha transformado en una ruta de peregrinaje obligatorio, casi un ritual sagrado para ambos.
Sí el río Maullín, cuna de la humanidad americana, significa eso para Agustín y quien escribe estas notas y que, en rigor, somos población flotante, imagínense lo que representa para los nativos que han pasado su vida en torno al mismo.
Tiene razón el historiador Gabriel Salazar cuando ha señalado, en diversas instancias en donde he podido escucharlo, que el gran conflicto de hoy es entre la Globalización y la comunidad local. En un tiempo donde las instituciones y los actores públicos, en especial los políticos, andan próximos al lodo y con su credibilidad por el suelo, el estallido de los conflictos medioambientales entre comunidades versus empresas transnacionales y/o consorcios que, en especial hoy, cuentan con el apoyo directo e indirecto de la actual administración, están a flor de piel: Freirina, Pascua Lama, Patagonia sin represas ayer; Quintero-Puchuncaví, Isla Riesco, las zonas de sacrificio ambiental y el intento por destruir el río Maullín cuna de la humanidad americana y de la preservación de una rica y flora y fauna hoy, se hace más urgente que nunca la construcción de una ciudadanía activa que no solo, cada cierto tiempo y mediante el voto, entregue su adhesión a “otros”, sino que construya saber, desarrolle ciudadanía responsable con su entorno, genere lazos de solidaridad con otras comunidades afectadas. En fin, que se cree sociedad civil, algo muy difícil en nuestra negativa experiencia histórica.
Y eso es lo que, precisamente, ha estado sucediendo en torno a la defensa del río Maullín, donde parte importante de lo que ha pasado ha sido la unidad entre los municipios de la cuenca del río y las comunidades afectadas. Sindicatos de pescadores, ONGs, comunidades indígenas, vecinos de otras comunas, colegios, emprendedores turísticos, población flotante como nosotros, todos hemos tomado conciencia del peligro que implica el proyecto no solo para ellos sino también para la rica biodiversidad allí presente.
De ese sentimiento de atropello, se constituyó el movimiento llamado Río Maullín Libre, que lo conforman vecinos de todas las comunas que se verían afectadas por el proyecto.
Se agendan reuniones para socializar el impacto negativo de este proyecto entre las diversas comunidades y que no tiene ninguna viabilidad en el conocido río; los vecinos comienzan a conversar, a conocerse y empiezan a clamar para que las autoridades salgan de su escritorio, conozcan el lugar, su entorno, los emprendimientos turísticos que existen alrededor de estos ríos, su historia milenaria y costumbres, y se comprometan con su defensa.
Ellos, esta vez con voz fuerte y clara, señalan que no permitirán más contaminación en nuestros ríos y en sus hogares.
Maullín se ha puesto de pie, para resistir. De ellos, y no de otros, depende que el proyecto no se viabilice.