En la historia de Chile este vuelo del ‘plan retorno’ será recordado como el ‘vuelo de la vergüenza nacional’. Ellos y ellas vinieron a nuestro país a buscar una vida más digna, ya que, en su nación el hambre y la pobreza los tenía destrozados, sin embargo encontraron en estas tierras enemistad, desprecio y muy poca acogida, fueron considerados por muchas personas en Chile como ‘migrantes no deseados’, que ‘echaban a perder la raza’. Esto nos habla nuevamente de la pobreza ética de una nación, ni toda la riqueza acumulada en el PIB ni los recursos naturales que sobreabundan, ni siquiera los índices educacionales y de salud que mejoran, podrán revertir esta clara percepción de un evidente espacio de inhumanidad e involución.
Chile país de mestizos, según nos lo recuerda un reciente estudio científico en base al ADN de los chilenos y chilenas, es también una nación históricamente clasista y xenófoba en la que tratamos de manera desigual a las personas de acuerdo a su procedencia social y étnica como lo reportan variadas investigaciones entre las que encontramos la del año pasado, entregada por el PNUD: “Desiguales”.
Esta parte de la identidad nacional, que por momentos nos avergüenza y que pretendemos negar u ocultar, se ha manifestado con fuerza en la relación con las personas migrantes. En efecto, el país de procedencia, el color de la piel, los estudios y su clase social determinan el trato mayoritario que reciben de parte nuestra. Inevitablemente esto se manifiesta luego en las opciones de la política, que respondiendo a un ‘sentir ciudadano’ clasifica y discrimina a quienes son migrantes. No es lo mismo venir de EEUU que de Haití, ni tampoco resulta igual llegar de Buenos Aireas (Argentina) que de Buenaventura (Colombia) o de Venezuela que de Bolivia. Hay grandes diferencias que he analizado en una reflexión publicada con anterioridad utilizando el concepto de aporofobia desarrollado por Adela Cortina.
Si no nos vemos ni aceptamos como mestizos, con un alto peso de ascendencia indígena, difícilmente seremos capaces de vernos en los demás, de reconocer y respetar su dignidad, y en consecuencia, tratarlos como iguales. El trato que les damos a las personas provenientes de Haití es, a mi parecer, la expresión más dolorosa de la profunda indignidad que ponemos en nuestra mirada hacia los demás y la manifiesta desigualdad que expresamos concretamente en el trato que les proporcionamos.
¿Viven donde desearíamos vivir nosotros si fuésemos inmigrantes? ¿reciben una remuneración que esperaríamos recibir nosotros si estuviésemos en su persona? Un reciente estudio de la Universidad de Talca nos da las respuestas, ¡no es así! El incendio de esta semana que le quitó la vida a tres adultos y a una persona por nacer nos demuestra concretamente que no son tratados como iguales. Los estudios de Techo acerca de las condiciones de vivienda y los del Servicio Jesuita de Migrantes en relación a su calidad de vida son también pruebas de una clara discriminación.
[cita tipo=»destaque»]¿No hubiese sido más humanitario un plan de inclusión social, cultural y económico que permitiera una vida digna de estas personas provenientes de Haití en nuestro territorio? ¿Por qué el Estado de Chile no destinó estos mismos recursos del plan retorno a una inclusión real y digna, si de la ausencia de aquel apoyo surge la principal queja de quienes parten? Toda acción del Estado, programa o ley, tiene una medida ética que permite observar cuán cercana está de lo justo y bueno, algo de ello podemos husmear en la respuesta a la pregunta de ¿cómo me gustaría ser tratado si yo fuese un haitiano que llegará a Chile[/cita]
Sin lugar a dudas los que han partido en el vuelo del ‘plan retorno humanitario’ no han sido testigos ni han experimentado en persona aquella conocida frase de una canción chilena que dice: ‘y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero’, muy por el contrario –de acuerdo a sus propios testimonios y razones para optar por el regreso- sus vivencias han sido de carencia de oportunidades, discriminación, maltrato, humillación y una inmensa desilusión. Todo con la complicidad del Estado de Chile, como lo señaló en su momento la Plataforma Nacional de Organizaciones Haitianas en Chile.
Un signo de acentuación en la exclusión es la ‘expulsión voluntaria’, con ella me refiero a que estas personas experimentaron tales barreras para lograr su inclusión, tanta adversidad y violación a sus derechos, que se les hizo por momentos la vida tan insoportable, que no les quedó más remedio que retornar.
Una ironía: el país con el PIB per cápita más elevado de Latinoamérica se ‘deshace’ de personas y familias provenientes de la nación con el menor PIB per cápita de la región.
En la historia de Chile este vuelo del ‘plan retorno’ será recordado como el ‘vuelo de la vergüenza nacional’. Ellos y ellas vinieron a nuestro país a buscar una vida más digna, ya que, en su nación el hambre y la pobreza los tenía destrozados, sin embargo encontraron en estas tierras enemistad, desprecio y muy poca acogida, fueron considerados por muchas personas en Chile como ‘migrantes no deseados’, que ‘echaban a perder la raza’. Esto nos habla nuevamente de la pobreza ética de una nación, ni toda la riqueza acumulada en el PIB ni los recursos naturales que sobreabundan, ni siquiera los índices educacionales y de salud que mejoran, podrán revertir esta clara percepción de un evidente espacio de inhumanidad e involución.
¿No hubiese sido más humanitario un plan de inclusión social, cultural y económico que permitiera una vida digna de estas personas provenientes de Haití en nuestro territorio? ¿Por qué el Estado de Chile no destinó estos mismos recursos del plan retorno a una inclusión real y digna, si de la ausencia de aquel apoyo surge la principal queja de quienes parten? Toda acción del Estado, programa o ley, tiene una medida ética que permite observar cuán cercana está de lo justo y bueno, algo de ello podemos husmear en la respuesta a la pregunta de ¿cómo me gustaría ser tratado si yo fuese un haitiano que llegará a Chile?