Desde la década de 1940, los antibióticos han sido cruciales para la medicina moderna y la salud global, permitiendo el desarrollo de la cirugía y el control de enfermedades contagiosas producidas por bacterias (tales como la tuberculosis) que en el pasado fueron la principal causa de muerte en distintos lugares del mundo. Desde ese entonces, se han producido y utilizado indiscriminadamente millones de toneladas de antibióticos, lo que coincide con la detección cada vez más frecuente de bacterias “multirresistentes” capaces de resistir al efecto de muchas de esas sustancias. Actualmente, los antibióticos son usados masivamente no sólo en medicina humana -donde a menudo su uso es injustificado-, sino además en medicina veterinaria y como suplemento alimenticio en ganadería y salmonicultura, lo que implica el vertimiento de grandes cantidades de antibióticos al ambiente. Esto supone una fuerte y constante presión a las bacterias que comparten nuestro hábitat, quienes al enfrentarse a los antibióticos tienen dos opciones: perecer, o evolucionar para hacerse resistentes y así sobrevivir.
El surgimiento y propagación de bacterias patógenas multiresistentes es considerada una de las crisis sanitarias más graves del siglo XXI, con un impacto potencial comparable al causado por el calentamiento global. Ante esta situación, en la 68ª Asamblea Mundial de la Salud (mayo, 2015) se aprobó un plan de acción global para luchar contra la resistencia a los antibióticos, que busca concientizar a la población y promover el correcto uso de estas sustancias, además de incentivar la investigación sobre resistencia y desarrollo de nuevos antibióticos. Adicionalmente, se implementó un sistema de vigilancia global de bacterias multirresistentes (Global Antimicrobial Resistance Surveillance System, GLASS), el cual en un reporte de enero del 2018 reveló la presencia generalizada de resistencia en muestras de 500.000 personas de 22 países. Según la OMS, el informe confirma la grave situación que representa la resistencia a los antibióticos en todo el mundo, situándola como una de las máximas prioridades de la Organización. Por otra parte, otro informe publicado por la OMS en septiembre del 2017 advirtió la grave falta de nuevos antibióticos en fase de desarrollo para combatir esta amenaza, y que la mayoría de los fármacos que se están desarrollando son variaciones de antibióticos ya existentes que ofrecen soluciones solamente a corto plazo.
Nuestro país no está exento de este problema, lo que ha motivado distintas acciones por parte de organizaciones como el Ministerio de Salud (Minsal), el Instituto de Salud Pública (ISP), el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), y distintas Universidades y centros de investigación. Desde el año 2015 a nivel mundial y desde el 2016 en Chile se realiza la Semana mundial de concientización sobre el uso de los antibióticos, en coordinación con la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Por otra parte, en noviembre de 2017 el Minsal lanzó el Plan Nacional contra la Resistencia a los Antimicrobianos, que contiene una serie de estrategias y acciones similares a aquellas planteadas en el plan global, aunque no hay claridad respecto a si se destinarán recursos económicos dirigidos a financiar investigaciones en este tema país. No obstante, distintos grupos nacionales se encuentran investigando diferentes aspectos de esta problemática.
Nuestra contribución consiste en explorar nuevos compuestos o estrategias para controlar infecciones bacterianas, además de entender de qué manera las bacterias se hacen resistentes y cómo traspasan esta información a otras bacterias. Gracias al financiamiento del Instituto Chileno Antártico, estamos usando la Antártida como laboratorio natural para aislar bacterias que produzcan nuevos antibióticos, además de evaluar el impacto de las actividades humanas sobre la presencia de bacterias multirresistentes. A la fecha hemos construido una colección de sobre 400 cepas de bacterias antárticas, y en alianza con el proyecto 1.000 Genomas Chile estamos analizando en profundidad la información genética de una serie de bacterias antárticas con potencial para la producción de antibióticos o bien para estudiar posibles mecanismos de resistencia que puedan surgir en el futuro.
Adicionalmente, en conjunto con investigadores principalmente de la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica, participamos del grupo de resistencia a antibióticos, en el marco del Foro de Colaboración Académica Chile-Suecia (ACCESS). Esta instancia ha fomentado la interacción entre microbiólogos, médicos infectólogos, médicos veterinarios y otros profesionales afines de ambos países, los cuales muestran situaciones contrastantes en este ámbito. Comparativamente, Suecia presenta bajos niveles de resistencia, permitiéndonos aprender sobre sus políticas y prácticas sanitarias, mientras que Chile representa un posible escenario futuro para Suecia, considerando la inminente diseminación de esta amenaza. Estas instancias multidisciplinarias son tremendamente valiosas para generar propuestas que permitan enfrentar la resistencia a antibióticos en sintonía con el concepto “Una salud” (One Health) respaldado por muchos investigadores, que nos dice que la salud humana está profundamente relacionada con la salud animal y con lo que está ocurriendo en el medio ambiente donde vivimos. En mi opinión, sólo este tipo de entendimiento integrativo permitirá generar estrategias efectivas para abordar esta crisis sanitaria.