Es ampliamente conocido que el carbón es una fuente de energía sucia, no solo por los graves impactos que genera a nivel local en la salud de las personas y en los ecosistemas, sino también por los niveles de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que emite a la atmósfera. Generar energía en base a este hidrocarburo produce una evidente paradoja en Chile: por un lado, usamos altos niveles de carbón, lo cual obviamente genera emisiones y contribuye al cambio climático, pero, por otro lado, no se toman medidas para reducir su uso. De hecho, pareciera que se busca asegurar su presencia en el Sistema Eléctrico Nacional, ya que se plantea como una solución efectiva ante la escasez hídrica -la cual en parte se explica por los mismos efectos del cambio climático- reflejada en una menor generación hidroeléctrica ¿Será esta incongruencia la razón por la cual no avanzamos a la velocidad que deberíamos para adaptarnos al actual escenario?
En el marco del lanzamiento de la Cumbre sobre Cambio Climático (COP) 25 hace dos semanas, el Presidente Sebastián Piñera mencionó que el gobierno se encuentra trabajando “con un sentido de urgencia y de ambición muy grande” para avanzar hacia la descarbonización de nuestra matriz energética, así como también se están dejando de construir nuevas termoeléctricas a carbón. Si bien nos podríamos detener en esta última parte, ya que contrariamente a lo mencionado por el Presidente, estamos ad portas de que entre en funcionamiento la nueva y más grande central a carbón construida en nuestro país llamada Infraestructura Energética Mejillones de la empresa Engie, es justamente en los esfuerzos que se están realizando en torno a la descarbonización de las centrales existentes en donde deberíamos poner mayor atención y urgencia.
Sin embargo, durante esta semana el Coordinador Eléctrico Nacional entregó un informe, en el que luego de modelar la participación de todas las fuentes de producción de electricidad en el Sistema Eléctrico Nacional para distintos escenarios de hidrología, se concluyó que debido a la persistente sequía que nos ha acompañado por casi nueve años, se tendrá que mantener la alta participación del carbón en la producción eléctrica del país, donde actualmente cerca de un 40% de la generación bruta, proviene de las 27 unidades termoeléctricas a carbón que funcionan en Chile.
Dicho lo anterior, llama la atención que el actual subsecretario de Energía, Ricardo Irarrázabal, considere que el cambio a nivel climático del país no está afectando el suministro de energía, que sigue estando asegurado aún en condiciones adversas, debido justamente a la alta participación que tiene el carbón como medida de seguridad ante estos escenarios. Es decir, paradójicamente, en términos energéticos se está concibiendo al carbón como la solución a los embates del cambio climático y no como debiese ser considerado realmente: como uno de los enormes culpables de la problemática planetaria que estamos viviendo.
Desde Fundación Terram, observamos con preocupación que este hidrocarburo se presente como la única respuesta a los escenarios hidrológicos adversos que disminuirán el aporte de la generación hidroeléctrica; ante esto, cabe destacar que nuestra matriz eléctrica tiene una capacidad instalada de 23 mil megawatts (MW), mientras que la demanda no supera la mitad de esa oferta, es decir, existe una sobreoferta que, sumado a la entrada de más energías renovables, nos permitiría perfectamente eliminar ya las energías más sucias como el carbón y disminuir de forma decisiva nuestra participación en las emisiones de GEI.
Es de esperar que este año, que debiese estar marcado por los esfuerzos en descarbonizar nuestra matriz mediante la entrega del cronograma de cierre de centrales, nuestro país ejerza un liderazgo real en la COP 25, no por sus discursos y declaraciones de buenas intenciones, sino que más bien por acciones concretas que logren superar esta sucia paradoja.