Mina Invierno encarna todo lo que un proyecto productivo no debe ser en pleno siglo XXI. Si la explotación de su contaminante carbón no es viable sin tronaduras (la forma más agresiva y dañina con el entorno), es porque no es viable, y punto. El usar el número de empleos creados por la empresa en una especie de chantaje para cambiar la solicitud original de explotación, que aseveraba que solo se procedería por medios mecánicos, no corresponde ni es aceptable. Ello le hace un flaco favor a una zona, “la última frontera del mundo”, que tiene un futuro brillante en el turismo, y que proyectos como este ponen en serio peligro.
Chile es, y ha sido por siglos, un país minero. Es algo asociado no solo con nuestra historia y con nuestra economía. También lo es con una cierta mentalidad, la de “pirquinero”, esto es, el pequeño minero cuya única meta es darle “el palo al gato” de un día para otro. Con la mirada fija en el corto plazo, hacerse rico de la noche a la mañana es su único objetivo.
Se ha dicho que la cordillera de los Andes no es más que una gigantesca mina a tajo abierto. Somos afortunados en contar con ella y sus riquezas, que nos han permitido prosperar y avanzar. Somos los mayores productores y exportadores de cobre, que hasta el día de hoy representa más de la mitad del valor de nuestras exportaciones.
Dicho eso, de todas las actividades productivas, la minería es la que tiene un mayor impacto ambiental. Su carácter extractivo implica fuertes efectos sobre su entorno, los que deben ser evaluados y mitigados. De nada nos sirve exportar minerales si nos quedamos sin territorio y sin vida.
Esto siempre ha sido así. Sin embargo, este desafío ha adquirido especial urgencia en estos últimos años con el cambio climático y el calentamiento global. Para muchos observadores, este es el mayor peligro que enfrenta la humanidad hoy. Al respecto, el Acuerdo de París, ratificado por Chile en febrero de 2017, señala como objetivo: “Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2°C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos por limitar ese aumento de la temperatura a 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático”.
No tenemos más que 12 años para actuar al respecto. Después de ello, los efectos del calentamiento global serán irreversibles, con consecuencias funestas para la vida humana y el planeta. Chile es un país especialmente expuesto a esta amenaza.
Según el Indice Global de Riesgo Climático 2017, de un total de 182 países, Chile se encuentra en el lugar número 10 de naciones más afectadas por eventos climáticos. La sequía que aqueja a gran parte del país, temperaturas inéditas de 38 grados en la Región Metropolitana, y el reciente quiebre de Campos de Hielo Sur, son pruebas al canto de los efectos de esto en Chile.
En esto entra Mina Invierno en Isla Riesco, Patagonia chilena, en el año en que Chile hace de anfitrión de la COP25. Esta es la gran conferencia global sobre el medio ambiente, centrada en la urgencia de reducir emisiones de CO2 para evitar los riesgos del cambio climático. Mina Invierno es la mina de carbón a cielo abierto más grande de la historia de Chile, con un rajo de explotación de 500 hectáreas, una especie de monumento a la contaminación. Apunta a extraer 72 millones de toneladas de carbón.
El proyecto, aprobado por el Estado chileno, y llevado a cabo por las empresas Ultramar y Copec, contempla la extracción, almacenamiento, chancado, transporte y venta de carbón para abastecer a centrales termoeléctricas en el centro y norte de Chile, y el mercado internacional. Su carbón sub-bituminoso B y C es de los más contaminantes y de baja ley existente. Su bajo poder calorífico significa que se debe quemar una mayor cantidad del mismo para lograr el calor necesario, generando aún más contaminación.
El carbón es el más contaminante de todos los combustibles y su uso va en retirada en el mundo. Varios países ya han fijado fechas límites tan cercanas como 2030 como para cesar todo uso de combustibles fósiles para generar energía. En los últimos años Chile mismo ha tenido notables avances en la generación de energías renovables no convencionales (ERNC), particularmente en solar y en eólica, que a futuro podrán abastecer todas las necesidades energéticas del país. Iniciar nuevos proyectos de minería del carbón es un anacronismo decimonónico. Ello no se condice con la condición de país moderno y orientado a futuro de la cual nos ufanamos.
Más allá de ello, Mina Invierno es una especie de caricatura del extractivismo desatado que lleva a arrasar sin contemplaciones con el entorno y con el territorio, flora y fauna, con tal de maximizar rentabilidades. No contenta con ser parte de un rubro, como la extracción y venta del carbón, que de por sí hace un enorme daño a nuestro medio ambiente, pareciera decidida a maximizar este daño a como dé lugar:
En breves términos, Mina Invierno encarna todo lo que un proyecto productivo no debe ser en pleno siglo XXI. Si la explotación de su contaminante carbón no es viable sin tronaduras (la forma más agresiva y dañina con el entorno), es porque no es viable, y punto. El usar el número de empleos creados por la empresa en una especie de chantaje para cambiar la solicitud original de explotación, que aseveraba que solo se procedería por medios mecánicos, no corresponde ni es aceptable. Ello le hace un flaco favor a una zona, “la última frontera del mundo”, que tiene un futuro brillante en el turismo, y que proyectos como este ponen en serio peligro.
Chile se debe a sí mismo y al planeta el conservar nuestra Patagonia siempre bella.