Lo que hace falta es escuchar a los usuarios, más que a los expertos, porque expertos hay de ambos bandos y para tirar a la chuña. El oscurantismo psiquiátrico y del Colegio Médico continúa conjurando la imagen del adicto, la imagen del ser empobrecido, mentalmente consumido por su consumo de marihuana. No es extraño que, para estos funcionarios, el THC, vehículo de ebriedad, constituya el punto focal del conflicto, el hecho básico que impide dar a la planta el lugar doméstico que se merece entre las otras plantas medicinales. No es extraño que invoquen, a su favor, el viejo tropo de la protección de niños y jóvenes. O sea, según ellos, los padres por sí solos no son capaces de proteger a niños y jóvenes, y los expertos médicos deben tomar cartas en el asunto, a la manera de un experto policía, un amigo en su camino que está ahí para decirle a usted que no, que está malo lo que hace. Atrás queda cualquier noción de salud comunitaria y de medicina social.
En tiempos de posverdad y de fake news es difícil debatir y, para hacerlo, es preciso explicitar las sempiternas relaciones entre la ciencia y la política. Porque es la invasión de la racionalidad utilitaria que impregna a las ciencias y tecnologías, lo que da el marco para la extinción de la política como legítima preocupación y actividad ciudadana. Todo lo tendrán que decir los expertos y, así, no habrá lugar para la voz del hombre y la mujer comunes. De esta forma, se perderá el norte y la brújula, y el mundo caerá en la destructiva insensatez que hoy le conocemos. El nihilismo decadente que lleva a relativizarlo todo, y a fomentar la indiferencia, es el elemento en que respiran la posverdad y las noticias falsas. La deconstrucción llevada al extremo, acaba por despojarnos de lo mejor de nosotros mismos. Y es verdad que las instituciones sólidas se van licuando en esta era tecno de modernidades líquidas. Es necesario parir lo nuevo, mientras lo viejo se viene abajo. La tarea requiere de esfuerzo y de empatía.
El Colegio Médico de Chile, con su declaración en contra de la marihuana medicinal, acaba de dar la nota gorda, el paso en falso que le faltaba para mostrarse cómplice de poderes que se vienen abajo. Específicamente, los oscuros poderes de la psiquiatría oficial. Pues se dice que la marihuana posee efectos adversos que desaconsejan su uso médico. Y que esos efectos son sobre todo los que se producen en la esfera de la salud mental. Cuando basta echar un vistazo a la historia para saber que estos defensores del electroshock y la lobotomía son, por lejos, los que más daño han causado a la salud mental de las personas. Y que ahora lo siguen haciendo al mentir sobre la marihuana.
A ese nivel, los argumentos expertos no conocen tregua: defensores y detractores de la marihuana podrán luchar eternamente, igual que psiquiatras y antipsiquiatras. Lo que hace falta es subir de nivel, salir de la discusión técnica, y contemplar las relaciones entre ciencia y política. Comprender que la ciencia siempre ha sido y es una construcción social interesada, producida en un marco de valores y visiones de mundo particulares, y resultado de la aplicación de epistemologías concretas. Y que, siguiendo el camino principal escogido por científicos y políticos durante los siglos XIX y XX, nos hemos metido en un lío planetario muy de padre y señor mío.
Hablando de epistemología, en el caso de la marihuana, los que se oponen a la misma representan una ciencia oficial, comprometida con los grandes intereses económicos, que no son los de la mayoría. De una ciencia oficial que es reduccionista, determinista y arrogante, que no toma en cuenta los datos históricos y que trata a las ciencias humanas con desdén, rebajándolas a ciencias blandas. La viva imagen de una ciencia de expertos que coloniza la política.
Para salir del atolladero, es necesario abrirse a una concepción más compleja, a una visión más amplia, capaz de abordar la complejidad y la diversidad. Hace falta una ciencia integradora, reconciliada con la filosofía, comprometida con la verdad y la historia. SOlo así se haría posible ver que la marihuana es, y seguirá siendo, una especie altamente benéfica, seleccionada y domesticada durante miles de años de civilización y cultura humanas.
Lo que hace falta es escuchar a los usuarios, más que a los expertos, porque expertos hay de ambos bandos y para tirar a la chuña. El oscurantismo psiquiátrico y del Colegio Médico continúa conjurando la imagen del adicto, la imagen del ser empobrecido, mentalmente consumido por su consumo de marihuana. No es extraño que, para estos funcionarios, el THC, vehículo de ebriedad, constituya el punto focal del conflicto, el hecho básico que impide dar a la planta el lugar doméstico que se merece entre las otras plantas medicinales.
No es extraño que invoquen, a su favor, el viejo tropo de la protección de niños y jóvenes. O sea, según ellos, los padres por sí solos no son capaces de proteger a niños y jóvenes, y los expertos médicos deben tomar cartas en el asunto, a la manera de un experto policía, un amigo en su camino que está ahí para decirle a usted que no, que está malo lo que hace. Atrás queda cualquier noción de salud comunitaria y de medicina social.
Del otro lado, estamos los proponentes del uso racional de la marihuana, con guía médica, con acompañamiento médico, en caso de ser necesario, y siempre con educación e información pública, como corresponde. Estamos los que sabemos que un usuario no es por fuerza un adicto y que la mayoría de los usuarios se benefician de la planta, sin volverse adictos. Los que sabemos es que la ebriedad que produce el THC puede ser, bien entendida y aprovechada, algo placentero e, incluso, terapéutico.
Los que confiamos en la educación pública y en el criterio de padres y madres, ciudadanos informados; los que confiamos en la gente común, y sabemos que, a nivel de salud pública, la tarea más urgente es la de trabajar por liberarnos de la tiranía del sobreuso de medicamentos sintéticos (benzodiazepinas, opioides, antibióticos y tantos otros tan malignamente sobrerrecetados), de los efectos secundarios de tantos tratamientos farmacológicos que no curan, sino que prolongan las enfermedades, causando además otras que antes no había.
Es de saludar, contra estas lógicas del poder de los expertos, conjuradas por el Colegio Médico, que pretenden imponer la verdad desde arriba, la proliferación, desde abajo, de miríadas de asociaciones de usuarios medicinales, de asociaciones y clubes de cultivadores, de empresas fitofarmacéuticas que le están apostando al extracto completo de la planta, incluyendo productos altos en THC.
Es de saludar el nacimiento e incipiente estructuración de un mercado global y local de cultivadores y productores de derivados con estándar medicinal, la aparición de miles de artículos científicos examinando este redescubrimiento práctico de la marihuana, y la realización de cientos de ferias, encuentros, simposios, jornadas y congresos relacionados con este floreciente mercado.
En Chile, tenemos el caso de Laboratorios Knop y de los cultivos autorizados para cierta empresa/fundación, que, pese a toda la incomprensión de políticos y galenos superexpertos y desorientados, colocan al país a la vanguardia mundial en el desarrollo de este promisorio campo de actividad.