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Partido Socialista: ensayo sobre la ceguera Opinión

Partido Socialista: ensayo sobre la ceguera

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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No es fácil explicar cómo terminó el sábado pasado la primera parte de esta temporada de la serie. Lo cierto es que un grupo de la llamada “disidencia” o “minoría”, como la bautizó Elizalde, había solicitado que se formara una mesa de consenso y que el presidente electo hiciera el gesto y no ocupara esa posición, como señal de que la colectividad quería asumir la crisis y proyectar el inicio de un cambio. El “oficialismo” desechó la propuesta y decidió ejercer un derecho respaldado por casi el 70% de los votos. Claro, la premisa es cierta, sin embargo, el problema de fondo es que esta nueva directiva no contará con la legitimidad política para conducir a un partido herido, fraccionado y, lo que es peor, cuestionado por la opinión pública.


Capítulo 1. Ceguera Repentina. Un hombre está esperando en un semáforo la luz verde, súbitamente comienza a ver todo blanco, se quedó ciego. El hombre es el presidente de un partido histórico, fundado en 1933. Pese a su angustia, toma el teléfono que vibra en su bolsillo y responde. Al otro lado de la línea, otro dirigente grita desesperado. También está ciego. El relato no corresponde a la novela de José Saramago, sino a lo que simbólicamente parece haberle pasado al Partido Socialista en una trama que comenzó el 26 de mayo y que ha tenido todos los ingredientes para convertirse en guión de una serie de Netflix. Renuncias –incluido Mañalich Jr.–, amenazas, fuego cruzado, intrigas, disputas entre una sobrina y su tía y, por supuesto, sazonado por un nuevo término: los narcovotos.

Este fue el escenario con que llegaron al controvertido comité central del sábado pasado. Un partido inmerso en una crisis repentina que dejó en evidencia profundas divisiones internas, falta de transparencia y prácticas, al menos cuestionables, de conseguir militantes. Pero los problemas y las dudas del partido que le ha dado tres presidentes a Chile –Allende, Lagos y Bachelet– y que tiene la bancada más grande de la oposición –19 diputados y 7 senadores– partieron antes de la elección.

Las primeras alarmas se encendieron con el caso de Juan Pablo Letelier en la Región de O´Higgins. El senador aún está en tela de juicio por los supuestos vínculos con jueces investigados por la justicia. Pérdida de límites entre poderes del Estado, esos que no distinguen entre presiones, sugerencias o simples intercambios de favores.

Además de haber realizado una elección y conteo de votos digna de los miles de memes, burlas que se ganaron –logrando por lejos superar al bochornoso último proceso de la UDI– y de la grave acusación sobre lo ocurrido con el padrón electoral en San Ramón, lo de fondo ha sido la ceguera de su dirigencia, partiendo por el rol de Álvaro Elizalde durante los 41 días que antecedieron al comité central. Una defensa cerrada a su triunfo, como si lo único que hubiera estado en juego fuera su cargo, desacreditando las críticas y repitiendo un discurso superficial y poco a la altura de la gravedad del problema.

Ciegos porque en el PS parecen no estar entendiendo los cambios de una sociedad que valora la transparencia, se irrita con las malas prácticas y, por supuesto, no entiende que gente ligada al narcotráfico pueda estar vinculada a un grupo dentro del partido –por pequeño que sea–. Hace muchos años que este no es el Chile de cuando sus militantes debían actuar en la clandestinidad –para eludir a la CNI o la DINA– y, por tanto, tenían una cara de día y una de noche. Ciegos porque no logran comprender que el espectáculo que han dado sembró un manto de dudas tremendo respecto de la gobernabilidad, los operadores internos y las conductas de algunos dirigentes

Ciegos porque cuesta entender el nivel de convivencia que puede tener una colectividad en que unos acusan a los otros de irregularidades y autoritarismo, donde las disputas se vuelven personales –como el round que llevan por años Díaz y Elizalde, que ya parece pelea de colegio– y en los debates abundan las descalificaciones públicas –sí, por los medios– pero escasean las ideas. Ciegos porque parecen no comprender que cuando un programa de TV, en estos tiempos, hace una denuncia tan grave, se debe actuar de inmediato y de manera drástica.

Capítulo 2. Ceguera Permanente. “El ciego alzó las manos antes los ojos, las movió. Nada, es como si estuviera en una niebla espesa”. El hombre prefirió no escuchar la petición de los otros para evitar el quiebre y, aunque no sabe las consecuencias de su decisión, optó por seguir adelante en el semáforo. El peligro ahora es mayor: está ciego.

No es fácil explicar cómo terminó el sábado pasado la primera parte de esta temporada de la serie. Lo cierto es que un grupo de la llamada “disidencia” o “minoría”, como la bautizó Elizalde, había solicitado que se formara una mesa de consenso y que el presidente electo hiciera el gesto y no ocupara esa posición como señal de que la colectividad quería asumir la crisis y proyectar el inicio de un cambio. El “oficialismo” desechó la propuesta y decidió ejercer un derecho respaldado por casi el 70% de los votos. Claro, la premisa es cierta, sin embargo, el problema de fondo es que esta nueva directiva no contará con la legitimidad política para conducir a un partido herido, fraccionado y, lo que es peor, cuestionado por la opinión pública.

Pero reconozcamos que la “disidencia” tampoco estuvo a la altura. Amurrados como niños de colegio, una parte de ellos, abandonó la sala cuando no los dejaron continuar con el debate que, según los mismos, apuntaba a analizar la crisis. El “oficialismo” intentó mostrar que hacía un acto de generosidad y les dejó dos cupos –de diez– en la directiva para cuando recapaciten. Un gesto que, para los que entienden de política, tuvo más de ironía –y algo de provocación– que de real voluntad, más aún considerando que Maya Fernández había obtenido la primera mayoría nacional en mayo. No olvidemos que la directiva anterior, del presidente reelecto, constituyó una mesa de consenso.

¿Creerá la directiva que con haberse dado el “gustito” de pasarle la aplanadora a la disidencia podrán recuperar la confianza interna perdida y curar las heridas que dejó este bochornoso proceso electoral? ¿Pensará Elizalde que los ciudadanos olvidarán –repentinamente– el episodio de San Ramón y la estela de dudas que dejó en la opinión pública, lo que no se amortiza con un par de anuncios –tampoco a la altura de la gravedad del problema– que apuntarían a evitar que esto se repita? La ceguera parece que se apoderó, definitivamente, del Partido Socialista.

Aún es temprano para proyectar si el PS podrá superar este momento crítico y salir adelante tratando de hacer control de daños. Lo que sí está claro es que la primera prueba en que podrán verificarlo ocurrirá en apenas un año más, en las elecciones municipales y de gobernadores regionales.

Y de seguro, la conducción de Elizalde será cuesta arriba, considerando que el grupo que él califica como “minoría” tiene figuras políticas de peso, partiendo por la expresidenta de la Cámara, Maya Fernández… Allende. Tampoco será fácil la nominación de candidatos y la coordinación de los diputados.

Sin embargo, lo que sí está claro es que, además de los graves efectos internos en su propia colectividad, los costos del episodio para la oposición han sido enormes. Aún sumida en una confusión que raya en lo dramático, desaprovechando el espacio que el propio Gobierno le ha entregado producto de sus errores permanentes y pérdida de respaldo público, el Partido Socialista ha hecho su aporte: aumentar la desconfianza de la gente y sembrar, cada vez más, las dudas acerca de la política y, por supuesto, los políticos.

Por lo visto, la ceguera se está extendiendo en la oposición. Veremos en los próximos meses si es transitoria o definitiva.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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