Para quienes pertenecemos al Ejército de Chile o que alguna vez integraron sus filas, el legado de O’Higgins nos convoca –más que nunca– para que, en común unión con los líderes políticos, los actores sociales y nuestros conciudadanos, nos esforcemos para responder a su llamado a la unidad, restituyendo las confianzas erosionadas, no solo por las situaciones puntuales del último tiempo, sino también por aquellas que se han derivado de actuaciones del pasado.
Cuando conmemoramos un nuevo aniversario del natalicio del Libertador General Bernardo O’Higgins Riquelme, el conocimiento de los extraordinarios y épicos acontecimientos que rodearon su vida –desde que vio la luz del mundo, hasta su muerte, lejos de la patria– confirman y refuerzan la admiración que todos los chilenos sentimos por el máximo héroe nacional.
En cada ciudad, plaza, calle o unidad militar donde se alce un monumento, una estatua, o cualquier expresión recordatoria suya, O’Higgins convoca e invita con su imagen a la unidad. Cabe preguntarse entonces, ¿qué tienen su figura, su vida y su obra que, aún después de más de dos siglos, continúa despertando este auténtico sentimiento patriótico?
Sin duda, la época que le correspondió vivir al Padre de la Patria fue de las más trascendentes entre las distintas etapas que comprende la historia nacional. El nacimiento de la República no estuvo exento de dolor, de sacrificios, de enfrentamientos fratricidas, de incomprensión, de muerte, o de soledad y destierro para los próceres que la impulsaron. Y, como sabemos, O’Higgins, su gestor principal, siguió este último destino después de haber contribuido a dar la libertad a Chile.
Existe amplio consenso que don Bernardo fue un modelo de virtudes cívicas, ejemplo que se ha convertido en uno de sus legados para las sucesivas generaciones. En un plano más personal, los historiadores reconocen al general O’Higgins como un hombre de actitud modesta, de vida austera y modales sencillos. Al decir de quienes lo conocieron personalmente, el trato que dispensaba a la gente que le rodeaba no se diferenciaba del que otorgaba a los altos personeros del Estado. Nunca buscó los honores, ni la ostentación, ni la pompa o los festejos. Se mantuvo alejado de los homenajes y soportó con dignidad la incomprensión y la injusticia.
Esta sucinta relación de algunos de los aspectos de la biografía del Libertador, más allá de dar cuenta de su legado histórico, busca resaltar la vigencia permanente que dicha herencia tiene para nuestros tiempos y para el futuro de la nación que conformamos. En particular, y de modo significativo, interesa destacar su compromiso con el destino del Estado. Todos los chilenos, especialmente quienes en una u otra forma servimos al país desde distintas instituciones, cualquiera sea nuestra actividad, debemos reconocer y admirar la forma generosa y comprometida con que O’Higgins –el militar, el ciudadano, el estadista– asumió su responsabilidad con Chile, al punto de transformarla prácticamente en el único norte de su existencia.
De allí que, sin temor a equivocarse, podemos pensar que la consigna de O’Higgins hoy, como ayer, sería la unidad nacional; que nadie la afecte, que nada la empañe, que ninguno se reste a su logro. Para lograrlo, él nos movilizaría con todas sus fuerzas. Esperaría de nosotros que, conscientes del ayer con todas sus vicisitudes, pudiéramos avanzar hacia el mañana con las confianzas restablecidas, con las instituciones revitalizadas, con las libertades fortalecidas y con la justicia triunfante. Por cierto, celebraría los esfuerzos que sus sucesores y los representantes de los diversos estamentos de la sociedad hacen, para reconstituir las piezas disgregadas de la paz y amistad entre los chilenos.
Para quienes pertenecemos al Ejército de Chile o que alguna vez integraron sus filas, el legado de O’Higgins nos convoca –más que nunca– para que, en común unión con los líderes políticos, los actores sociales y nuestros conciudadanos, nos esforcemos para responder a su llamado a la unidad, restituyendo las confianzas erosionadas, no solo por las situaciones puntuales del último tiempo, sino también por aquellas que se han derivado de actuaciones del pasado.
El Ejército pertenece a todos los chilenos y, por tanto, todos debemos contribuir en el esfuerzo para que sea más querido y valorado, ya que ha sido, es y será un elemento fundamental en la consecución de los objetivos nacionales para la seguridad y desarrollo de la Patria.