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Siutiquería analítica luego del reventón social de octubre en Chile Opinión

Siutiquería analítica luego del reventón social de octubre en Chile

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Eda Cleary
Por : Eda Cleary Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal.
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Una lectura rápida de los análisis sobre las causas y soluciones del feroz reventón social que venimos viviendo en Chile desde el 18 de octubre, pone de manifiesto la siutiquería de escritos y entrevistas con una variada gama de así llamados “expertos”, “políticos a sueldo”  e “investigadores” nacionales tanto en la TV como en los medios digitales. El uso erróneo del lenguaje y las hipotesis sobre las características de la ola de ira ciudadana ante el abuso sistemático y la violencia elitista en su contra, conducen a un cuadro de pensamiento cada vez más alejado de la realidad chilena.

Un  ejemplo de ello es Álvaro Soto, quien escribió el 1 de nov. de 2019 en El Mostrador  “La revuelta de octubre. Una crisis de subjetividad neoliberal chilena». Su artículo destaca por una delirante siutiquería pseudo-analítica en torno a las actuales protestas sociales. Allí crea un fenotipo de chileno totalmente inexistente en el panorama nacional: el “sujeto neoliberal chileno” y su supuesta “subjetividad” alimentada por el sueño de los planes “individuales”, la “meritocracia”. Llama a observar su conducta de consumo y una posible “politización” por “angustias”, “tensiones” y hasta “hastío” por los “cambios” en esa “subjetividad”.

Su “análisis” se inscribe dentro de la línea comunicacional dominada por el gobierno y los viejos políticos de la Concertación, exministros (Vidal, Insulza, Muñoz, Montes), animadores y personajes de la farándula de televisión devenidos en analistas (Tomicic, Argandoña y J.C Rodríguez) y periodistas como M. Rincón que arribó a TVN en plena Concertación para, últimamente, derivar en un estilo de  periodismo televisivo de crítica de “buen gusto” en CNN.

Soto llegó tarde al final del baile de los rockstars locales de las ciencias sociales oportunistas (Tironi, Correa, Brunner, M. Lagos, Halpern y muchos otros de segunda línea) que florecían durante los regímenes de  transición “protegida” por las Fuerzas Armadas y el Estado liderados por la Concertación, la derecha y la Nueva Mayoría. Él se inscribe más bien en el cuadro del trato neurasténico que los medios de comunicación, especialmente la TV pública y privada,  ha dado a las protestas, pues en el correr de tan solo pocos días de manifestaciones se pasó de calificaciones de “delincuentes” a  “vándalos”, pasando por protesta “familiar”, “pacífica” y “creativa” para terminar afirmando que las protestas constituían una oportunidad para “reformar” el modelo imperante por la sola voluntad de “unidad nacional” al mando de los mismos que crearon este caos.

Sin embargo, Soto, no está lejos del pensamiento que han abrigado la mayoría de los políticos de la transición. Por ello, se hace necesario desglosar toda esta entelequia absurda, pues crea confusión, auto-engaño e impide, en consecuencia, cambiar el actual estado de descomposición de nuestro país.

PRIMERO: en Chile NUNCA ha existido un sistema económico ni liberal ni neoliberal, ni menos de libre competencia, sino que exclusivamente uno fuertemente centralizado, monopólico, oligárquico y de carácter expropiador de la riqueza generada por los  todos los chilenos en beneficio de unos pocos. Durante la dictadura y la transición este sistema  solo se perfeccionó poniendo al Estado y a las Fuerzas Armadas como las figuras  institucionales determinantes  en la protección de  los intereses monopólicos empresariales (AFP’s, ISAPRES, Privatización de servicios sociales y recursos naturales). El poder judicial, el legislativo y los medios de comunicación comenzaron a funcionar tan solo como oráculos del abuso y  como portadores de un arrollador mensaje central para mantener el “status quo”, que era: No hay alternativa posible ante el sistema.

SEGUNDO: el panorama político de las últimas décadas, ha estado caracterizado por la presencia de un fiero “cartel político” entre la centro-izquierda y la derecha, mucho más parecido al sistema del “partido único” de los ex países socialistas, que a los sistemas políticos prevalecientes en los países de la OECD. En este contexto no es posible hablar de “subjetividades neoliberales”, sino que exclusivamente de subjetividades sitiadas (manejo eficaz de la ira) por una cultura política altamente ideologizada, clasista , machista, racista y homofóbica que se ha dedicado al negacionismo de los conflictos sociales y la naturalización de la desigualdad entre chilenos.

TERCERO: La eficacia para encubrir el modelo abusivo de desarrollo solo fue posible hasta que pasó el corto período de  alto crecimiento económico en nuestro país, pues se creó la apariencia de bienestar material  fomentando el consumo a crédito con intereses usureros de los bancos.  A ello se sumó inicialmente la amenaza soterrada de un nuevo golpe de estado que había traumatizado a la población chilena por su vocación criminal y la instauración de un  modelo único de pensamiento que  contradictoriamente declaraba a los cuatro vientos su “apego irrestricto a la legalidad vigente”, que era la Constitución de la dictadura.

CUARTO: En Chile NUNCA ha existido la sociedad de mérito. Cualquier persona común en Chile  tiene como experiencia vital el nepotismo, el tráfico de influencias, la ausencia de movilidad social  y el uso del “pituto” para cualquier mejoramiento de las condiciones de vida.

QUINTO: la explosión social de las protestas en Chile no ha sido ni pacífica, ni alegre, ni espontánea, ni  menos causada por continuar el deseo “furioso” de consumo (MEO), sino únicamente por la experiencia real  y concreta de la imposibilidad de sobrevivir a la violencia elitista  estructural.

Soto plantea una suerte de prevalencia del “sujeto neoliberal chileno”. Con ello hace caso omiso de toda la diversidad de pensamientos que ha existido en Chile históricamente y también durante la transición (que llevó, por ejemplo, a los fenómenos de MEO y el Frente Amplio), planteando que los chilenos serían sujetos apolíticos dominados por el sueño meritocrático.

Llamar a la sociedad chilena una sociedad de “consumo” constituye una gigantesca ceguera, pues hace mucho tiempo que la mayoría en Chile sobrevive el día a día de una auténtica “sociedad del miedo  y de las necesidades”. Este levantamiento social ha costado al país, aparte de los daños materiales, 20 muertes, mujeres y hombres abusados sexualmente por agentes del estado, cerca de 4000 detenidos principalmente durante el toque de queda, torturados, 140 personas que perdieron la visión por disparo de perdigones de las fuerzas del “orden abusivo” en Chile. La protesta no puede ser atribuida a  una suerte de “cambios en la subjetividad neoliberal chilena”.

Los “investigadores” de los que habla Soto son aquellos que viven en el ficticio y disparatado mundo de los “símbolos” y los “ejes estructurales del orden neoliberal chileno”.

Las razones de la protesta son evidentes. No es preciso buscar “qué se esconde” tras este inmenso estallido social que respondió a la violencia elitista con violencia irracional. Cabe recordar que la violencia no es un hecho aislado, sino que crea espirales de violencia que si no se detienen, destruyen todo lo que encuentran a su paso. Los efectos del brutal estado de desorden que han impuesto las élites a nuestro país, no se combaten con siutiquerías sino que comprendiendo la brutal seriedad de los hechos acaecidos para corregirlos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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