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«Miente, miente,  que algo queda» (o Piñera en The New York Times) Opinión

«Miente, miente, que algo queda» (o Piñera en The New York Times)

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La crisis de representación y confianza que atraviesan las instituciones del país se asemeja a un aluvión que arrastra a todos al barro. Instituciones que ayer nos parecían intocables e incuestionables, hoy son víctimas del más profundo desprecio y suspicacia de la ciudadanía. Los medios de comunicación han sido golpeados duramente desde octubre de este año; y es que a ratos (o siempre) parecen ser más una cámara de ecos que una herramienta al servicio de la democracia chilena.

El gobierno de Piñera, al que le quedan poco más de 2 años a la cabeza del Estado, agonizaba hasta el 18 de octubre en un espiral de mentiras, medias mentiras, medias verdades, o simplemente tomaduras de pelo, llamados a madrugar y comprar flores. Pareciera ser que sólo el Presidente y unos pocos adeptos confían en la capacidad de conducción que éste tiene de la crisis. El Congreso ha oscilado entre la cordura y una improvisación temeraria, la oposición se fracciona incansablemente (basta leer los memes que circulan tristemente por redes sociales estos días). La Iglesia Católica calla, los pastores evangélicos se divorcian. El Poder Judicial ha resistido estoicamente estos meses, borrando una oscura mancha que le pesaba desde la Dictadura. Y el Presidente decide mentir. En The New York Times, nada menos.

Cuatro son los informes que señalan que en Chile se han violado Derechos Humanos. El Presidente, personeros de gobierno y miembros de su coalición han sido los encargados de relativizar esta información. No bastaba con cuestionar la neutralidad de Amnistía Internacional y Humans Rights Watch, también había que redefinir el significado de sistemático. El que puede lo más, puede lo menos, y si este gobierno puede negar en el país que se han violado Derechos Humanos, ¿por qué no hacerlo al mundo entero?

Las cadenas nacionales de los últimos meses le han valido al Jefe de Estado un sinnúmero de sobrenombres (mi favorito: El Nadas). La sensación de desconexión con la población es profunda. Qué sabrá un multimillonario sobre no llegar a fin de mes, de vivir endeudado, de renunciar a gastos necesarios para cubrir los urgentes, de viajar aplastado como sardina en el Transantiago (que con elegancia rebautizan RED y pintan de rojo, cambiando así el tarro pero no los peces). Y sin embargo, con desparpajo anuncia una agenda social que no alcanza a ser ni un punto del PIB. ¿De qué transformaciones profundas nos habla, Presidente, si no han sido capaces de tocar a las AFP, las ISAPRES, el Código de Aguas, y un largo etcétera de abusos de los que el pueblo de este país se cansó hasta el hastió? El TAG sí lo tocaron, pero a algunos automovilistas no les pareció suficiente.

Para qué hablar de Carabineros de Chile, que hoy es una de las instituciones peor evaluadas y que acumulan mayor desprecio de los ciudadanos. Años de abusos, desregulaciones y robos a manos llenas fueron acumulándose bajo la alfombra, y bastó un par de semanas de protestas y disturbios para revelar lo que realmente encarnaba “un amigo en tu camino”: la brutalidad, la impunidad, la separación del mundo civil.

El Mandatario se refiere al cuerpo y alma de Chile. No le basta con bendecirnos en cada alocución, ahora también decide señalarle a la comunidad internacional que han sido los incendios, saqueos, protestas y marchas las que han causado un serio daño al cuerpo y alma del país. Olvida, por cansancio imagino, que el nuestro cuerpo y alma fue vendido al dios del capital por un grupo de chilenos durante los años 80, e hipotecado desde los 90 al mismo dios, en cuotas. El mismo grupo de personas entre las que se cuentan casi todos los políticos chilenos que hoy ocupan algún espacio en nuestras instituciones de representación, esa elite que de la mano de las grandes empresas se ha dedicado a hacer negocios a costa del Estado, abusando de la legislación, pagando sueldos míseros, evadiendo impuestos o sencillamente legislando a medida, como quien compra un traje de sastre.

No basta con escribir cartas, la imagen del país se encuentra irremediablemente dañada. El oasis se quemó. La COP25, aquella instancia “exitosa pero insuficiente” sí que dañó la imagen internacional del país. Es vergonzoso conversar con amigos de otras latitudes e intentar explicar la postura de Chile en Madrid. Lamento comunicarle al Presidente y a su gobierno que una cartita en un diario neoyorkino no borrará de la memoria de los países asistentes a la COP de este año el show pobre que nos pegamos. Y digo nos pegamos porque en este barco vamos todos juntos, al parecer comandados por un grupo de amigos del club de golf que parece no entender que no basta con comprar porciones de islas y convertirlas en parques nacionales, el cambio climático exige sacrificios económicos, nuevas formas de entender la economía y nuestras interacciones  con el medio ambiente. Entre tinterilladas y volteretas, la zona central se secó, el aire se contaminó, los bosques se quemaron, pero el Acuerdo de Escazú terminó durmiendo el sueño de los justos porque “ya existía toda una institucionalidad que protege al medio ambiente”.

En su carta se refiere a la necesidad de construir un nuevo contrato social en el país, mientras los partidos políticos juegan un interminable partido de ping pong, y Las Tesis se toman las calles. Y el Presidente tiene la osadía de señalar que se encuentra de acuerdo con diseñar en conjunto un camino hacia una nueva Constitución, mientras los parlamentarios (y ex parlamentarios) de su coalición de gobierno llaman a votar que NO, y en caso de perder, a elegir la opción que les permita participar de una eventual Convención Constituyente (donde dice Convención, léase Asamblea), e incluso señalan en la televisión que de no producirse una nueva constitución, resucita la de 1980 en toda su gloria. El Presidente es también, en una copia incomoda del sistema inglés, jefe de la coalición, pero parece ser que esta vez es mejor prescindir de él, no vaya a ser que declare una segunda guerra imaginaria.

Derrocados los mitos y el nunca más, qué nos queda hoy, Sr. Presidente, más que palabras de buena educación (particular pagada, por supuesto), un par de exabruptos con la prensa nacional y extranjera sobre el modelo (que parece ser o este o el venezolano, ningún otro existe), un porcentaje ínfimo de aprobación, una guerra imaginaria contra un enemigo poderoso que no ha logrado ser identificado (del cual no se ha entregado ningún antecedente al Ministerio Público ni a los Tribunales de Justicia) y la sensación de que no importa lo que se diga, el gobierno murió el 18 de octubre pasado. A pesar de las mentiras póstumas que decida contar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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