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El viejo pascuero y el cambio climático Opinión

El viejo pascuero y el cambio climático

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Javiera Araya
Por : Javiera Araya Socióloga, Universidad de Chile
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“¿Y usted cree en el cambio climático?” – me pilla desprevenida un señor en el paradero de la micro después de que comentamos el calor que hace estos días en Santiago. No sé qué responder. Hasta ese momento no había pensado en el cambio climático como algo en lo que uno pudiera creer o no, como si el cambio climático fuera como el viejo pascuero. “Obvio que sí”, le respondo al señor que, para quienes se lo pregunten, no era de apellido Bolsonaro o Trump, quienes probablemente nunca han tomado una micro en sus vidas. “No es que uno pueda creer o no creer, el cambio climático es real” – digo, convencida – “es por eso que hay sequía en el norte, los glaciares se derriten y el Amazonas se quema, ¿no ha visto las noticias acaso?”, le reprocho, sintiéndome Greta del paradero.

Pero resulta que el señor sí había visto las noticias. Y me explica que la sequía en Petorca no se debe a razones naturales, sino que políticas; que no es que falte agua, sino que el agua se la están llevando los productores de paltas. También me dice que los incendios en el Amazonas son el resultado de la intervención humana, que algunos comerciantes queman intencionalmente la selva para aumentar los terrenos disponibles para la producción agrícola, que la quema de la Amazonía es un negocio millonario. ¿Los glaciares? Pascua Lama ha destruido más que el calentamiento global, me dice, mientras yo, con mi orgullo ecologista afectado, miro si viene la micro.

“Bueno, pero igual algo le pasa al planeta”, replico tímidamente, y procedo a describir un escenario apocalíptico de sequías, huracanes e inundaciones. Le menciono los incendios que, sólo este verano, ya han arrasado con millones de hectáreas en Australia y con más de 700 en el Cajón del Maipo. Mi descripción es interrumpida por la llegada de la micro, a la que nos subimos raudos mientras el señor me responde, incrédulo, “ahí veremos”. El escéptico climático y yo nos perdemos post-torniquete, apretujados, entre los pasajeros de la micro. Ya no podemos seguir hablando, él se concentra en no caerse sobre una señora y yo en esquivar mochilas en mi camino hacia atrás. Este señor podrá no creer en el cambio climático – pienso – pero las emisiones de gases de efecto invernadero de la micro en la que viajamos están bien rentabilizadas.

 

En cierta forma, el señor de la micro tiene razón. Es difícil creer que una serie de hechos, en apariencia desconectados, puedan ser explicados por un mismo fenómeno: el aumento de la temperatura del planeta. ¿Cuál es la conexión entre las inundaciones en Bangladesh, un oso polar muriendo de hambre en el ártico canadiense, las caravanas de migrantes en América central y el interés de LUN en cómo uno duerme durante las noches sofocantes del verano en Santiago? Además, mal que mal – dirá el señor de la micro – hay muchos otros factores que podrían explicar estas situaciones: los incendios son muchas veces intencionales, siembre ha habido migración desde América central hacia Estados Unidos y la minería destruye glaciares. ¿Hace calor? Asegúrese de dormir con la ventana abierta, pero con una sábana encima – nos dirá LUN – no meta a Trump o a la COP25 en esta historia.

Y, sin embargo, todos estos hechos sí están conectados. No tienen una única causa, pero todas ellas se explican al menos parcialmente por, o están vinculados con, de alguna manera, el calentamiento global. Ese es el problema, el cambio climático es definitivamente global – ¿qué más global que un fenómeno que afecta, literalmente, a todo el planeta? – y, al mismo tiempo, extremadamente local en sus expresiones. En algunos casos se manifiesta como récords de altas temperaturas, en otros, de bajas temperaturas. En algunos lugares como huracanes y lluvias torrenciales, en otros, como desertificación. Para algunas personas implica llegar con la maleta mojada después de unos días en Venecia o, como Kim Kardashian, tener que contratar bomberos privados para proteger su mansión en California; para otras, estar desnutrido y tener que huir de Boko Haram. La pregunta no es si a uno le afecta el cambio climático, la pregunta es cómo y al mismo tiempo que qué otra cosa. Que el incendio empiece de forma intencional, o no, es irrelevante tanto para su propagación en un planeta más caliente y más seco, como para las familias que, contrariamente a Kim Kardashian, enfrentarán la pérdida de sus casas desde la falta de recursos.

Además, que uno no crea en el cambio climático no implica que uno no va a sufrir sus consecuencias. Trump podrá no creer, pero igual se le van a mojar los pies cuando su campo de golf en Miami se inunde. Y el señor de la micro va a tener que afrontar las consecuencias del calentamiento global, las que se manifestarán probablemente en el precio de la comida, los incendios o, como lo sugiere LUN, en que va a tener que dormir con la ventana abierta. Es que no es que el planeta vaya a explotar cuando la temperatura aumente en los famosos 2 grados del Acuerdo de París y muramos todos cual dinosaurios o la Tierra sin Bruce Willis en Armagedón; los efectos son graduales y progresivos. Y en ese contexto, va a dar lo mismo que uno crea en el cambio climático, en el viejo pascuero o en el horóscopo. Trump y el resto de millonarios – incluidos los 88 billonarios de la lista Forbes que tienen inversiones en fósiles combustibles y el 10% más rico de la población mundial, el que además genera un 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero – van a poder probablemente irse a alguna parte en que aún sea posible vivir, mientras que el señor de la micro va a tener que seguir transpirando en la misma micro y los habitantes de Petorca van a seguir esperando camiones aljibe con agua.

¿Cómo diablos, como humanidad, logramos destruir el planeta – o casi – y al mismo tiempo una gran parte de esa misma humanidad vive en la incertidumbre de no tener casa, comida o agua? Porque uno diría, “ok, valió la pena, aunque le subimos algunos grados al planeta y ahora tenemos que preocuparnos por el clima, al menos todo el mundo vive relativamente bien”, pero no es el caso. Si cada una de las familias del mundo tuviera dos autos, un refrigerador y una lavadora – no un yate, no un jet privado, no un campo petrolero – la humanidad se asfixiaría. El estilo de vida de unos es posible gracias a la vulnerabilidad de otros. En eso el señor de la micro sigue teniendo razón: las distintas tragedias medioambientales son efectivamente de orden político, precisamente porque afectan de manera diferenciada a las personas y están causadas de manera diferenciada por distintas personas. Y es la política la que ha vuelto esas desigualdades posibles. La pregunta no es dicotómica y su respuesta no es mutuamente excluyente; no es que los incendios o la sequía se expliquen exclusivamente ya sea por la política o por el cambio climático, es que el cambio climático es, en sí, un fenómeno de orden político. No como el viejo pascuero, en el que uno sí puede no creer.

 

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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