El aberrante y antidemocrático quorum de dos tercios para la aprobación de una nueva Constitución provocará, a la larga, mucho más frustración y violencia en la sociedad chilena. En efecto, dicho quorum –formulado en el acuerdo entre la derecha y la ex Concertación del 15 de noviembre y que fue incluido en la reciente Reforma Constitucional que estableció el “proceso constituyente”– tendrá el efecto seguro de “obligar” a la ex Concertación a consensuar con la derecha una “nueva” Constitución, dada la amplia obtención de un tercio de los parlamentarios por la derecha en todas las elecciones parlamentarias desde 1990, con o sin sistema electoral binominal.
En otras palabras, esta pretendida nueva Constitución no podrá ser aprobada sin el acuerdo de la derecha. Y si la ex Concertación llegará, muy improbablemente, a izquierdizarse, no podrá hacer tampoco un efectivo uso de la amenaza de utilizar su tercio con el objetivo de lograr un mejor acuerdo con la derecha, ya que si no se llegase a acuerdo alguno respecto de un nuevo texto, seguiría vigente la actual Constitución, la que pese (¿o por?) a estar suscrita por Ricardo Lagos y todos sus ministros de 2005, conserva la plena aceptación de la derecha.
De este modo, en la medida que más expectativas quiméricas se generen en los millones de chilenos que concurran a votar en los plebiscitos de abril y en las elecciones de octubre, más desilusión y frustración habrá por el escuálido resultado que se logre en términos de una ley fundamental que represente efectivamente los deseos de la mayoría de los chilenos y que pueda proveer el marco para sustituir realmente el “modelo chileno”. Es claro que la sustitución del modelo neoliberal injusto y abusivo heredado de la dictadura ha sido en definitiva la gran demanda del “estallido” o la “rebelión” social que tuvo lugar a partir del 18 de octubre y que se consagró con la mayor manifestación de la historia de Chile, el 25 del mismo mes, que tuvo como centro la Plaza de la Dignidad y que congregó a cerca de un millón y medio de personas.
Y dado que la mayoría centroizquierdista de la sociedad chilena se ha visto desde hace treinta años engañada por su liderazgo concertacionista-nuevomayoritario, un nuevo engaño alimentado por dos años de crecientes expectativas provocará mucha más rabia, frustración y violencia que la que se ha expresado con ocasión del reciente estallido social. Recordemos que ya llevamos ¡cinco gobiernos electos para sustituir el modelo neoliberal heredado de la dictadura; gobiernos que terminaron legitimándolo, consolidándolo y perfeccionándolo!
Por esto es que resulta muy triste ver que muchísimas personas de buena fe siguen creyendo todavía que sería posible suscitar una “vuelta a las raíces centroizquierdistas” del liderazgo de la ex Concertación. Y que, pese a todas sus obvias dudas por la oscura naturaleza de este enésimo “consenso” derechista-concertacionista, consideren que es mejor –reviviendo también por enésima vez la teoría del “mal menor”– entusiasmar a la población a que participe de este proceso que partió viciado, en lugar de contribuir a esclarecer en la sociedad chilena –tan abrumadoramente desinformada por una prensa y TV completamente de derecha– la verdadera naturaleza de los males que la aquejan, que no es otra que la pervivencia de la obra refundacional de la dictadura (¡para la que realmente ella usó una “retroexcavadora”!) gracias al solapado viraje derechista del liderazgo concertacionista que la consolidó especialmente entre 1990 y 2010.
En definitiva, estas personas de buena fe no se dan cuenta de que la Concertación no fue un “mal menor”, sino un “complemento” de la derecha. Que esta última lo único que no podía hacer –por mucho que se lo propusiese– era legitimar el mismo modelo que había impuesto “a sangre y fuego” a través de las Fuerzas Armadas. Y que esa labor de legitimación solo podía llevarla a cabo la “centroizquierda”, en la medida que se virara solapadamente hacia la derecha y lo aplicara también como suyo. Y eso fue lo que hizo, consolidando el conjunto de estructuras y políticas económico-sociales dejadas por la dictadura; lo que reconoció crudamente el considerado, por moros y cristianos, como el principal ideólogo de la “transición”, Edgardo Boeninger, en su libro de 1997, Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad (Edit. Andrés Bello).
Así, Boeninger planteó que, a fines de los 80, el liderazgo de la Concertación llegó a una convergencia con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (p. 369). Y podríamos añadir: convergencia que hasta el día de hoy no está en condiciones políticas de reconocer…