Este año político en Chile comenzó con varios hechos que reflejan muy bien el profundo conflicto social que estamos viviendo, por ejemplo, la semana pasada se aprobó la ley de paridad para un eventual proceso constituyente y las masivas marchas feministas para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Sobre esto último, se estima que solo en Santiago habrían asistido más de dos millones de personas el domingo 8 de marzo de 2020, una de las movilizaciones más masivas desde el término de la dictadura.
Además, la semana pasada el Presidente Sebastián Piñera presentó la denominada “Ley Gabriela” que tipifica y penaliza como femicidio o feminicidio aquellos casos que quedaban impunes con la ley actual, por ejemplo, porque se daban en relaciones afectivas informales, como el pololeo. Es valorable que por fin se haya aprobado esta ley que llevaba años en el Congreso de la República, sin embargo, cuando el Mandatario hacía su promulgación, dijo una frase polémica: “No es solo la voluntad de los hombres de abusar, sino también la posición de las mujeres de ser abusadas”.
Las declaraciones del Presidente contienen varias ideas políticas implícitas o latentes que es preciso analizar, considerando nuestro escenario actual. Si bien la polémica estuvo centrada en la segunda parte de la frase presidencial que atribuía la culpa de ser abusadas a las propias mujeres, llegando a que ese mismo día, pero unas horas más tarde, el propio Mandatario tuviera que explicar sus dichos y dijo lo políticamente correcto, como casi toda la opinión pública.
Las palabras del Presidente podrían ser interpretadas como un lapsus que deja entrever una visión inconsciente, pero que está presente de modo transversal en la sociedad chilena y es que las mujeres tendrían la responsabilidad y la culpa de ser abusadas. He oído a hombres jóvenes o de izquierda comentarios que comparten el mismo argumento de fondo de lo dicho por Piñera: “A las mujeres les gusta que les peguen”. La evidencia empírica sería que las mujeres elegirían libremente iniciar y mantener relaciones afectivas o sexuales con hombres que las violentan.
Obviamente, ese argumento refleja la misoginia y el machismo que legitima socialmente este tipo de violencia y reduce un complejo fenómeno social a una decisión personal, sin considerar que se trata de un problema político (porque tiene que ver con el poder) de larga data en nuestra civilización. Este tipo de prejuicios también influyen en los jueces, por eso se denuncia la “revictimización” que las niñas y las mujeres sufren en el sistema judicial, porque se culpa a las propias víctimas de la violencia que sufren y difícilmente se llega se penalizar este tipo de situaciones como un delito. ¿Por qué este razonamiento –el de culpar a las víctimas de su propia desgracia– no se esgrime en otra clase de violencia o en otra categoría de delitos?
Siguiendo con el análisis de la frase presidencial, en la primera parte se alude a un asunto esencial, pero poco debatido hasta ahora en el debate público y que requiere de mayor atención: la responsabilidad de los hombres, en tanto género masculino, en la violencia que ejercen en contra de las niñas y las mujeres.
De una forma foucaultiana, Piñera lo denomina: “La voluntad de abusar”. Si lleváramos a su máxima expresión esa línea argumental, podríamos decir que el abuso sería algo voluntario, por lo tanto, se trataría de una cuestión de voluntad de los hombres, un ejercicio de poder, el decidir si ejercen o no la violencia en contra de las niñas y las mujeres, una acción deliberada con plena conciencia. Resulta interesante ver cómo este reconocimiento de “la voluntad de abusar” de los hombres se alejaría del enfoque patologizante que hasta ahora ha predominado, exculpándolos de su responsabilidad en los abusos que cometen, diciendo a su favor que serían “enfermos mentales” o psicópatas sin voluntad ni plena conciencia de sus actos.
El acto fallido del Presidente desmentiría eso, confesando “la voluntad de abusar”, dándole el favor a la célebre frase de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres: “Un violador no es un enfermo, es un hijo sano del patriarcado”. Evidentemente, la mirada patologizadora evade la responsabilidad de los hombres en los actos de violencia que ejercen, como si no tuvieran que hacerse cargo de esta práctica y comenzar a tomar conciencia y cambios.
No obstante, después de las masivas movilizaciones feministas que se han llevado a cabo en Chile y alrededor del mundo, nos encontramos en un punto de inflexión para la libertad de las niñas y las mujeres. Llegó el momento de reflexionar profundamente y en serio las visiones, los valores y las ideologías de género –esas sí que son verdaderas ideologías de género– que sustentan las prácticas de violencia ejercidas por los hombres en contra de las niñas y las mujeres. La violencia machista es una forma de abuso de poder que ha sido aceptada e incluso vista como algo natural durante mucho tiempo en nuestra civilización, pero hoy en día eso está transformándose.
Este año tomaremos decisiones políticas que definirán los caminos de esta comunidad imaginada llamada Chile, estamos asistiendo a una coyuntura histórica, la crisis institucional, la revuelta social y las masivas marchas feministas reflejan un verdadero cambio cultural que implica sacudirnos del viejo orden patriarcal y patronal que siempre había imperado y hasta ahora lo habíamos respetado –el llamado “peso de la noche” portaliano–. Ese orden permitía demasiado abuso, miseria y violencia, faltaba dignidad y libertad para las niñas y las mujeres. La feminista española María Milagros Rivera Garretas dice que asistimos al fin del patriarcado.