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Una década entre terremotos y pestes Opinión

Una década entre terremotos y pestes

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Pablo Paniagua Prieto
Por : Pablo Paniagua Prieto Economista. MSc. en Economía y Finanzas de la Universidad Politécnica de Milán y PhD. en Economía Política (U. de Londres: King’s College). Profesor investigador Faro UDD, director del magíster en Economía, Política y Filosofía (Universidad del Desarrollo).
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Se sabe que Chile es un país sísmico y afectado por tragedias naturales, pero en estos últimos seis meses esa expresión ha adquirido un significado muy por fuera de lo natural y telúrico. En febrero se cumplió el décimo aniversario del terremoto de Chile de 2010 (conocido como el 27-F) y además este mes el país ha sido victima de la llegada de la pandemia COVID-19. Mientras conmemorábamos aquel catastrófico evento natural, ahora lamentablemente debemos sumar otro a la lista de problemas, pero de origen biológico y de consecuencias también inesperadas. De esta forma, y durante estos últimos meses llenos de dificultades, no podemos dejar conjuntamente de hacer ciertos paragones y paralelos entre los desastres naturales que nos han afectado y el terremoto social que hemos vivido desde octubre (conocido como 18-O). La ironía quiso que esta década abriera con un terremoto natural y cerrara con un terremoto social combinado —más encima— con una pandemia viral de futuro reservado. No obstante, reflexionar respecto a las diferencias y similitudes de ambos sismos (el 27-F y el 18-O) podría dar ciertas luces de esperanza y humanidad para poder responder, en comunidad, solidaridad y armonía, a los recios meses que se vienen de ineludible convivencia con esta brutal pandemia.

Si bien a nivel del “shock económico”, la magnitud de los daños de ambos terremotos no es comparable, sin duda la forma en la cual ambos impactaron a la economía y a los negocios en el corto plazo tienen mucho en común. El Estado destinó cerca de US$6.400 millones para la reconstrucción de la infraestructura post 27-F. Mientras que las pérdidas en infraestructura post 18-O se estiman en US$1.400 millones. Además, ambos terremotos fueron eventos inesperados que de forma repentina impidieron la libre circulación de bienes y de personas, e interrumpieron las cadenas nacionales de cooperación y de comercio. Sea a nivel de libertad de desplazamiento como a nivel de actividad económica, ambos terremotos fueron golpes duros análogos para todos los ciudadanos, en especial para las pymes.

Se piensa que la principal diferencia entre ambos terremotos es el hecho de que el primero fue exógeno y natural, mientras que el segundo fue autoinfligido y social (hecho por ciudadanos). Pero dicha observación desconoce la profunda diferencia simbólica, valórica y espiritual entre ambos fenómenos: mientras el primero (27-F) fue un evento exógeno que unió y fortaleció los lazos de hermandad y solidaridad entre chilenas y chilenos, el segundo (18-O) ha sido un evento que ha generado polarización, división y odio entre los ciudadanos. Dicho en simple, la diferencia fundamental entre ambos es valórica y espiritual. Mientras el primero hizo florecer el entendimiento, la bondad y lo mejor de nosotros, el segundo ha sacado a la luz la desavenencia y lo peor de nuestra humanidad. Dada esta paradoja de sentimientos con respecto a los dos terremotos anteriores, cabe solo preguntarse —con cierto grado de temor— ¿que tipo de sentimientos y pasiones podrá ahora despertar la pandemia del coronavirus entre nosotros?

Dada la ineludible amenaza del COVID-19 a nuestra población, y a diez años del 27-F, es vital reflexionar y mirar hacia atrás para rescatar todo lo positivo y humano que tal anterior desafío natural hizo surgir entre nosotros. Solo de esta manera y rescatando aquel espíritu de comunidad y entendimiento podremos hacer frente, no solo a la creciente polarización, al odio y la violencia, sino que también a todas las pestes que hoy nos amenazan. Rescatando aquel espíritu de hermandad y compañerismo del 27-F podremos reestablecer la comunicación y fortalecer el entendimiento, hoy extraviados, y así poder navegar las turbias e inciertas aguas de la actual pandemia combinada —de forma imprevista— con la crisis social. En estos momentos difíciles, esperemos que el espíritu de unidad y solidaridad que existió una década atrás pueda ser reencontrado y reanimado. Al final del día, y como bien sabemos en esta pequeña franja de tierra telúrica, la esperanza y la unidad es lo único que puede brillar después de cualquier tipo de tormenta y peste.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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