Las consecuencias del desarrollo y masificación del Covid-19 han evidenciado una vez más las inequidades sociales.
Si bien todos, en algún grado, nos hemos sentido vulnerables ante esta pandemia, hay personas que viven diariamente una desventaja significativa. A la vulnerabilidad física, que es más evidente en adultos mayores y personas de alto riesgo por condiciones de salud, sucede una vulnerabilidad social. Esta vulnerabilidad social se desencadena como una consecuencia de los efectos de esta pandemia y retrata las fuertes diferencias que, una vez más, son consecuencia de la desproporcionada inequidad socioeconómica, en un contexto transversal y mundial.
Antes de las cuarentenas obligatorias, moverse a pie y bicicleta parecía la mejor alternativa para evitar aglomeraciones del transporte público. La comparación era lógica considerando el nivel de congestión de personas tanto en el metro como buses, versus la amplitud que permitían las veredas o las calles para ciclistas.
Desafortunadamente, y al inicio de la pandemia, en Chile todavía no existían las condiciones de infraestructura, los incentivos políticos y sociales, ni las bicicletas necesarias que dieran abasto a un éxodo masivo de los usuarios de transporte publico ante un evento de emergencia pública sanitaria. Bogotá fue noticia por la inclusión de ciclovías temporales propuestas para descongestionar los buses, como medida ante el coronavirus.
A pesar de la vulnerabilidad y la incertidumbre, todavía una gran cantidad de personas tiene que seguir moviéndose en modos de transporte y espacios aglomerados. Muchas son las personas que tienen que realizar actividades que requieren presencia física para recibir remuneración (a veces diaria o semanal), que no tienen oportunidad de cumplir sus funciones haciendo teletrabajo.
Por otro lado, la urgencia del teletrabajo evidenció que hay ciertos sectores de la ciudad que no tienen acceso a internet, y familias que no pueden pagar estos servicios como parte de su presupuesto mensual. Existe evidencia que muestra el vinculo entre la distribución de ingresos y el acceso a internet. El teletrabajo, si bien ha sido una buena y novedosa alternativa en esta crisis, no ha sido universalmente inclusiva con todos los sectores de la población.
La epidemia ha evidenciado que la ciudad densa mal planificada no es solo insostenible, sino que es un problema de salud pública. La instrucción de permanecer en las casas y salir a comprar lo estrictamente necesario, evidenció la falta de más locales de barrio, la escasez de espacios más amplios y funcionales para las ferias libres, y la falta de equipamientos que permitieran un desarrollo de la vida con traslados reducidos.
Una vez pasada la emergencia, y cuando volvamos a reunirnos y planificar, urge pensar la ciudad desde la habitabilidad, desde la salud pública, desde el desarrollo local. La descentralización territorial de las actividades de comercio, oficinas, provision de equipamientos mínimos de salud y abastecimiento de bienes y servicios, es una urgencia de planificación en el largo plazo. La reducción de las distancias y tiempos de viaje no sólo depende de sistemas de transporte más eficientes, sino que de hacer que las personas deban viajar menos.
Si la mayoría de las personas pudieran acceder a sus trabajos y actividades diarias más cerca de sus hogares, el desarrollo de la red de transporte podría efectivamente funcionar a través de una red estructurante y una red de viajes, ya no ‘alimentadores’, sino que de cortas distancias. Los viajes en modos de transporte activos se masificarían, y los beneficios y ventajas de caminar y andar en bicicleta podrían ser accesibles a más personas.
Una vez pasada la emergencia urge priorizar y ser asertivos. El bienestar y la salud de sus ciudadanos en el centro de ello.