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Pandemia y filosofía Opinión

Pandemia y filosofía

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Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
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El 22 de febrero recién pasado, el CNR (Consiglio Nazionale delle Ricerche) emite una declaración pública que señala lo siguiente: “no hay epidemia del Sars-CoV2 en Italia.” Se reconoce que ha aparecido una gripe infecciosa que podría causar síntomas leves en el 80% de los casos. Y se añade: “Es posible que, entre el 10% y el 15% de los casos, se desarrolle una neumonía, pero la evolución de la enfermedad será benigna para la absoluta mayoría de los casos. Se calcula que solo un 4% de los pacientes requerirán de una terapia intensiva para su recuperación.” Ese mismo día 22 se podían contar solo 79 infectados en toda Italia.

El 26 de febrero, cuando el número de infectados sube a 470, el eminente filósofo Giorgio Agamben publica en Quodlibet una columna con el siguiente titular: “La invención de una epidemia”. Citando el informe del CNR, Agamben denuncia “la emergencia frenética, irracional y del todo inmotivada por la supuesta epidemia debida al virus corona.” Culpa a las autoridades por difundir un clima de pánico y de “provocar un verdadero estado de excepción con graves limitaciones al derecho de movimiento y una suspensión del normal funcionamiento de las condiciones de vida y trabajo.”

Agamben observa críticamente que la declaración de estados de excepción se ha convertido en una práctica gubernativa normal. En la presente coyuntura, la “invención de una epidemia” conduce a una “militarización” de las comunas y regiones. Para que ello suceda basta que se haya detectado un solo caso, una sola persona enferma de quien se desconozca la fuente de su infección. Una declaración tan vaga e indeterminada puede ser hecha extensiva a múltiples regiones implicando una “grave limitación de la libertad.” Ello implica limitaciones al derecho de reunión en lugares públicos y privados, siendo afectados eventos de carácter deportivo, cultural o religioso. Puede también significar la suspensión de clases en escuelas y universidades, y la imposición de cuarentenas.

Según Agamben, salta a la vista la desproporción de estas medidas frente a algo que no parece ser más que una común epidemia gripal. Lo que hay detrás del deseo de intervenir en esta particular epidemia es un “pretexto ideal” para ampliar los límites de lo excepcional. Para ello se ha inducido un pánico colectivo que nos fuerza a arrojarnos en brazos del Estado en busca de su protección. El Estado estimula además un miedo a la cercanía con el otro, con quien debemos mantener una distancia de metros. Esto ha significado la abolición del prójimo y la extinción de la solidaridad, un círculo vicioso que el Estado aprovecha para aumentar su poder sobre nosotros.

Resulta claro que, en sus reiteradas referencias a los estados de excepción, Agamben intenta exorcizar a Schmitt y su ideal de un Estado ejecutivo fuerte. Es precisamente Schmitt quien ata la soberanía estatal a la excepción. En su desconfianza frente a Estado se puede también observar la deuda de Agamben con Foucault. La metonimia “decapitar al rey”, que implica la marginación del Estado, es parte de la desconfianza y rechazo que exhibe Foucault frente a cualquier manifestación de autoridad. Su idea de una microfísica del poder explora todos los sitios y resquicios donde pueda ocultarse el poder y autoridad de la burocracia, de la ley, de los regimientos, de los asilos, de las escuelas, para denunciar como estas instituciones se conectan, de una u otra manera, con la macrofísica estatal.

En su libro Disciplina y castigo, Foucault incluye una sección en la que describe el ejercicio de la autoridad durante las plagas y epidemias. Tal como los filósofos y juristas han ideado la noción de “estado de naturaleza” para concebir la ley y los derechos, los gobernantes han ideado la noción de “estado de plaga” para imaginar e imponer proyectos disciplinarios, y en el caso de la lepra, proyectos de exclusión. “La plaga se combate con orden”, un orden político que “le asigna a cada individuo su lugar, su cuerpo, su enfermedad y muerte, y su salud, por medio de un poder omnipresente y omnisciente.”

Estas son las imágenes que informan la peligrosa y lamentable filosofía de Agamben. En respuesta a Agamben, Sergio Benvenuto, otro filósofo italiano, afirma que, en la lucha contra esta pandemia, la distancia nos une, y que la estrategia del miedo puede ser la mejor manera de asegurar esa solidaria distancia. Benvenuto escribe: “esparcir miedo puede ser más sabio que tomar las cosas con filosofía.” Y añade: “a veces el tener miedo es un acto de coraje.”

Habría que decir también que la lectura que Agamben hace de Schmitt es incompleta. Es cierto que el autoritarismo de Schmitt defiende la idea de un Estado ejecutivo fuerte que tiene en sus manos decidir la excepción. Lo hace como manera de contrarrestar al Estado administrativo que consigna la Constitución de Weimar como manera de avanzar políticas sociales democráticas, algo que Schmitt claramente rechaza. Las medidas que se han tomado en Italia para combatir la pandemia no tienen que ser, como piensa Agamben, resultado del instinto autoritario de la elite dominante que busca cualquier excusa para decidir la excepción. Esas medidas son, más bien, las que adopta un Estado administrativo que responde solidariamente a la necesidad de la hora.

Donald Trump, defensor de la idea de un Estado ejecutivo fuerte, es también un enemigo declarado del Estado administrativo (que denomina “deep state”). Su campaña anti-estatista, su fobia con respecto al Estado administrativo, es causa directa del caos epidemiológico que enfrenta hoy en día los Estados Unidos. Los productores y distribuidores de los elementos médicos, necesarios para salvar vidas, se quejan de la carencia de directivas federales con respecto a donde exactamente destinar sus productos. En la actualidad, los hospitales de todo el país compiten desesperadamente por las mascarillas y los ventiladores mecánicos que se necesitan para combatir la pandemia.

El Wall Street Journal reporta que el contra-almirante John Polowczyk, encargado de la distribución de esos suministros médicos en FEMA (Federal Emergency Management Agency), ha declarado que congresistas han solicitado la nacionalización de esta línea productiva y que el Estado centralice su distribución. Polowczyk se opone a ello porque hacerlo sería activar el Estado administrativo, el “deep state”, cuya destrucción ha sido el objetivo primordial del gobierno de Trump.

Es claro que hay aquí una errada filosofía política que hace peligrar la tarea de los gobernadores por preservar la vida de miles de estadounidenses. Esa filosofía es el neoliberalismo. No muy distinta es la filosofía que inspira a Agamben y Foucault y que conduce a una fobia respecto del Estado, no necesariamente del Estado en general, sino del Estado administrativo. Es una fobia que ambos comparten con Schmitt. Foucault le atribuye al Estado administrativo una capacidad intrínseca de expansión cuyo objetivo principal es invadir a la sociedad civil. En sus lecciones acerca de El nacimiento de la biopolítica, considera que hay “una especie de continuidad genética o implicación evolucionaria” entre el Estado administrativo, el Estado de bienestar, el Estado burocrático, el Estado fascista y el Estado totalitario. Sin nombrarlo, Foucault está repitiendo a Schmitt para quien la democracia tiene afinidad con el totalitarismo. Repite también a Hayek quien se manifiesta de acuerdo con Schmitt en este respecto.

Me parece que la alternativa es una política republicana que perciba al Estado como promotor y defensor del bien común. El republicanismo se opone frontalmente a la política libertaria porque su propósito fundamental no es maximizar la libertad individual, sino que busca antes que nada el bien de la comunidad. El republicanismo, al igual que Foucault, piensa necesario disciplinar a la autoridad, custodiar constitucionalmente a los custodios, pero en ningún caso busca su destrucción anárquica. Si se trata de garantizar a todo precio una abstracta y sacralizada libertad individual, y se fomenta filosóficamente la fobia respecto del Estado, no habrá manera de unir a la ciudadanía para mitigar y superar el azote de esta pandemia. Una política del bien común requiere una burocracia profesional que se rija por principios morales que promuevan y equilibren la solidaridad y la subsidiariedad. Las asociaciones intermedias podrán florecer subsidiariamente con la cooperación solidaria de una autoridad fuerte que proteja a los más débiles frente a epidemias y pandemias, y otros azotes económicos y sociales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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