La ciudad de Santiago es una sumatoria de distintas ciudades, con realidades y contextos específicos muy disímiles entre sí.
La pandemia generada por el brote global del COVID-19 no ha hecho otra cosa que desnudar, una vez más, las graves brechas de desigualdad e inequidades urbanas y territoriales que aquejan nuestro modelo de desarrollo urbano, y que se hacen especialmente sensibles en épocas de crisis como la que está atravesando el país y el mundo entero.
Si bien es cierto, en una primera etapa, las medidas de cuarentena y confinamiento decretadas por la Autoridad Sanitaria se concentraron en las comunas del cono de alta renta de la región Metropolitana, hoy vemos -con especial preocupación- cómo esas medidas se desplazan hacia las comunas de la periferia de la ciudad, las que sin duda presentan condiciones de habitabilidad muy diferentes a las comunas que enfrentaron este desafío en un primer momento. Al respecto, en los últimos días se han visto varios estudios que ponen el acento en que la principal complejidad de estos barrios es el hacinamiento. Sin embargo, si bien este es un problema evidente, no es el único ni el más importante.
Los argumentos expuestos aquí, provienen del análisis de datos de una encuesta aplicada por el Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS) en septiembre y octubre de 2019, donde se recogieron resultados sobre diversos aspectos de los habitantes de distintas tipologías de barrios de Santiago, que consideraron diferencias socioeconómicas, pero también de localización, centralidad y accesibilidad, así como distribución de densidad residencial.
Nuestro argumento es que el hacinamiento, mostrado en diversos mapas que han surgido para caracterizar barrios populares, no es el único problema que complejiza las cuarentenas en estos sectores. Un aspecto no visible en los mapas, es la alta intensidad de los vínculos entre las personas para enfrentar la precarización de la vida cotidiana y la baja presencia del Estado. Los resultados muestran que en las zonas populares existe mayor frecuencia de vínculos vecinales e interacción barrial que en el resto de la ciudad. Esto corresponde a zonas del pericentro y de la periferia sin vivienda social, en comunas como San Joaquín y Puente Alto, también, en aquellos barrios periféricos con condominios de vivienda social, como, por ejemplo, Bajos de Mena en Puente Alto; Población Valle de la Esperanza en Maipú; Población Parinacota en Quilicura, o también, la Villa Cordillera y Hortensias en San Bernardo. En todos, cerca de un 80% de sus habitantes dice encontrarse todos o casi todos los días con alguien conocido al salir a la calle. En contraste, en otros barrios centrales o del sector oriente con alta presencia de profesionales estas cifras apenas se acercan al 50%.
En esta misma línea, pero ahora consultando por visitas realizadas a la casa de vecinos, los resultados muestran una tendencia relativamente similar. En específico, para las zonas de la periferia que cuentan con vivienda social, un 48,1% de las personas menciona que ha visitado la casa de un vecino durante los últimos 12 meses. Esta cifra desciende levemente a 41,6% en las zonas del pericentro o periferia que no cuentan con vivienda social y a un 30% en zonas centrales con alta densidad residencial (Las Condes, Vitacura, La Reina y otras comunas).
Por otro lado, consultando si es que han recurrido a sus vecinos al necesitar algún tipo de ayuda, los resultados van en la misma dirección, destacando la periferia de la ciudad como aquella zona donde se produce en mayor medida la interacción, ayuda e interdependencia entre vecinos. Además, en cuanto a la intensidad de las interacciones, los resultados muestran que, nuevamente son los habitantes de la periferia, y en particular quienes habitan barrios con viviendas sociales, quienes muestran la mayor intensidad de relaciones, superando ampliamente la realidad del resto de la ciudad.
Asimismo, respecto a la confianza vecinal, los resultados muestran una tendencia similar a lo anterior, destacando la alta confianza e identificación que tienen los habitantes de zonas populares con sus vecinos. En específico, cerca del 70% de las personas que habitan en zonas con vivienda social está muy de acuerdo con la afirmación “puedo confiar en mis vecinos”, mientras que, solo un 20% afirma que está en desacuerdo con tal afirmación. Por su parte, al consultar por el grado de identificación que poseen con sus vecinos, los resultados muestran que el 63,3% está de acuerdo con la afirmación “me identifico con la gente de este barrio”.
Estos altos niveles de interacción social son una consecuencia de estrategias para poder hacer frente al desamparo y la vulnerabilidad de muchos de sus habitantes con el mercado laboral o las ayudas del Estado. Representa a los grupos de vecinos que se organizan para paliar los efectos de un modelo de desarrollo que los excluye de la geografía de oportunidades de la ciudad, donde a través de la comunidad, es posible suplir la ausencia del Estado en muchas esferas de la vida cotidiana.
Estos fenómenos que exceden los aspectos físicos o materiales, pero que también son parte de las dinámicas urbanas y la construcción social de la ciudad, deben ser considerados en las medidas para enfrentar la pandemia. No se trata de prescindir de las cuarentenas necesarias, sino de focalizar territorialmente la ayuda del Estado, en aquellos lugares en los cuales la interacción social es una cuestión de sobrevivencia.