Claramente el virus ha acelerado el futuro al cual transitaba la sociedad chilena. Aún no sabemos bien cómo vamos a terminar respondiendo a la pandemia, pero lo que sí es claro ES que ha modificado rápidamente nuestras formas cotidianas de socializar y cómo nos imaginábamos que sería el futuro.
Si hace 20 años hablamos de teletrabajo, supusimos que podríamos trabajar desde casa y desde lugares remotos, evitando los tacos y mejorando nuestra calidad de vida. Al parecer, eso estaría posiblemente ocurriendo. Por otro lado, hace 20 años, también pensamos que las tecnologías nos permitirían disfrutar de la ciudad de manera más amena. Eso aún no ocurre, porque seguimos confinados, pero podría ser parte de aquellas oportunidades que nos traiga el virus.
Las grandes crisis están llenas de posibilidades que podemos utilizar para generar mejoras. Una vez que ya está instalada la crisis, al parecer pone en entredicho los principales paradigmas, así que el llamado es a abrir las ventanas y mirar el horizonte en búsqueda de oportunidades. Aquí radica nuestra capacidad de no dejarles espacio a los discursos populistas, sencillos, que pretenden darle solución inmediata a todo lo que parezca por mínimo inquietante.
Nadie podría negar que necesitamos que esas oportunidades sean para todos, de manera que todos nos veamos beneficiados del trabajo remoto, la ciudad sin tacos, más limpia, segura y saludable.
Tenemos 3 posibilidades de enfrentar este futuro que se nos adelantó. Si bien ninguna de estas es cómoda para la realidad nacional, eso es positivo, porque nos saca justamente del espacio de comodidad, que tiende a frenar las posibilidades de cambios.
La primera opción la llamaremos estrategia de “echarle pa’delante”, que es enfrentar el futuro como viene, logrando que se configuren al máximo las nuevas formas que requiere una sociedad moderna. Esto implica, en orden de política pública, priorizar presupuesto para lo urgente y luego para lo importante, en este orden: salud, educación, vivienda para todos los ciudadanos de Chile.
La segunda opción la llamaremos la estrategia de «copy-paste», que supone mirar a los países que han enfrentado mejor la crisis, suponer que van por la vía adecuada, suponer que ese futuro es el que deberíamos alcanzar y, por ende, tratar de asimilarnos de la mejor forma posible. En cierta forma el mundo está enfrentado a esta estrategia, pero implica tener cuidado, porque nos puede llevar fácilmente a la polarización, que ya sabemos que no permite avanzar más allá de lo políticamente establecido.
La tercera salida la llamaremos la estrategia del “cómo voy ahí», que, si bien implica cambios en la vía de un futuro mejor, estos son planeados a corto plazo, por lo tanto, serían más que nada un maquillaje para dejar todo tal cual está hasta ahora, salir de la crisis, y volver a ser un país sin mucha proyección nacional y, en consecuencia, con altos grados de desigualdad profundizada. Quizás está sea la razón por la cual nos empecinamos en hablar de la pandemia como si nos agobiase en sí misma. Esta amenaza nos conmina a forzar la realidad, por plana que parezca, hacia una reflexión de sentido. De este modo, evitamos sucumbir a los populismos, que amenazan con fuerza donde se instala el miedo.
Ninguna de las 3 estrategias es cómoda, como afirmamos más arriba, ya que todas suponen salir del espacio de confort, cuestión que nunca es fácil ni placentera. Eso es lo que está ocurriendo, porque nos vemos enfrentados a un futuro que se nos adelantó y los tomadores de decisiones deberán resolver entre cuáles son los caminos más adecuados.
En este sentido es que el proyecto de ley que rebaja la dieta parlamentaria, que queda a contar de ahora en manos del Consejo de Alta Dirección Pública, ente llamado a promover la modernización, profesionalización y transparencia de la gestión pública, será una señal importante respecto de cómo estamos decidiendo enfrentar este futuro que nos adelantó la crisis sanitaria.