No es una ocurrencia atribuir alguna pertinencia de la Arquitectura Moderna en los males provocados por enfermedades, pestes y otros sufrimientos humanos por minúsculos hongos y bacterias: ella está estrechamente vinculada, precisamente porque en el horizonte proyectual de los arquitectos, además del bien común y mejoramiento de la calidad de vida de la población, se especificó el propósito de amortiguar los efectos de la aglomeración en las ciudades, el hacinamiento, la falta de servicios y otras consecuencias urbanas que contribuyen de modo catastrófico a la proliferación de estos agentes, que actualmente alcanzó dimensiones pandémicas. Si la globalización se ha naturalizado en todos los ámbitos de la vida, una peste no se podría excluir de estos alcances.
De este modo, la arquitectura moderna, aquella despojada de decoraciones, de volúmenes simples, bañada de luz, con ventanales vidriados de grandes dimensiones, con construcciones ventiladas, generalmente pintadas de blanco y sin ningún componente orgánico en sus materiales constitutivos, no vaya a pensarse que obedecieron solamente a esa voluntad alentada por Schopenhauer y el élan vital de Bergson. No solamente era la estética del cubismo de Braque, del neoplasticismo de un Mondrian, aquí hay que agregar la carga de ciencia positiva que también orientó a la arquitectura en términos de higienismo, de antisepsia, de helioterapia y demás aspectos que introdujo la ciencia médica. Como se podrá observar, la Arquitectura Moderna condensó los avances del conocimiento humano en todos estos aspectos y, por solo este hecho, debiera considerarse patrimonio universal.
Estos avances civilizatorios han hecho revisar los principios del urbanismo y, mucho más, se afirma que el urbanismo moderno se inició en el siglo XIX por la intervención de médicos y sus medidas de higiene. Frente a esto, y en las condiciones locales, registros como los realizados en 1857 por el doctor Juan Bruner sobre la malas condiciones de las viviendas populares en Chile, habrían de constituir un desafío para la arquitectura: «El aire atmosférico de un espacio habitado se descompone permanentemente por la respiración, no siendo renovado a cada momento se torna poco a poco irrespirable. La falta creciente de oxijeno , que es el estímulo telúrico del sistema nervioso i muscular, paraliza la vitalidad de dichos sistemas, i el ácido carbónico, que se aumenta en proporción inversa el oxijeno, suprime la fuerza respiratoria de las vesículas de la sangre» (sic).
Bruner se refería al hacinamiento observado en las chozas y ranchos de los arrabales de las ciudades chilenas. También, si bien no era médico ni urbanista, Benjamín Vicuña Mackenna incorporó la higiene en sus ideas de un Santiago moderno, por ejemplo, estableciendo en sus Memorias: «… Alrededor de los centros poblados una especie de cordón sanitario, por medio de las plantaciones, contra las influencias pestileciales de los arrabales», y tuvieron como consecuencia espacial la segregación de la ciudad por medio del camino de cintura.
En este orden, y resumiendo, el urbanismo moderno quiso evitar la insalubridad segregando el origen de las pestilencias y las miasmas, que eran las viviendas de los pobres, además de ordenar sanitariamente el espacio de los ricos. Así, el urbanismo trasladó un importante problema a los arquitectos, quienes debían ocuparse de cómo proyectar viviendas higiénicas para los pobres.
Las respuestas fueron lentas, quizás debido a que los arquitectos nunca se habían dedicado a ello, sino a las mansiones y palacetes. Transcurrió una sucesión de acontecimientos que permitieron un despertar de la conciencia social y fue después de la Primera Guerra Mundial que las viviendas masivas fueron preocupación y especial objeto de conocimiento de los arquitectos.
La Arquitectura Moderna tuvo su origen en estas circunstancias, especialmente en Europa, y su preocupación central fue la vivienda obrera, que se desarrolló bajo dos presupuestos teóricos: la industrialización y la higiene, pero, a falta de la primera, recordando las limitaciones de la industria en la Europa de la posguerra, restaba abordar el problema de la higiene: viviendas iluminadas, asoleadas, que el sol permitiera ejercer su acción bactericida, agua corriente, baños bien equipados, cocinas preferentemente eléctricas, eliminación de rincones oscuros, barandas metálicas cromadas, que en definitiva no mostraban grandes diferencias con una imagen hospitalaria, por supuesto, moderna.
Además de esto, en Alemania –una de las cunas de esta Arquitectura Moderna– se estableció una norma de separación entre edificios que permitiera el asoleamiento de sus fachadas para evitar que el vecino proyectara su sombra sobre las fachadas que daban a zonas húmedas de baños y cocinas y se beneficiaran de la acción fungicida y bactericida del sol. De este modo, todo parecía indicar que la asepsia aparente de la arquitectura moderna, de los volúmenes puros bajo el sol no era solamente ornamental y finalmente estética, sino el resultado de su visión higienista.
Pero si pese a la acción de los arquitectos modernos de proyectar viviendas para enfrentar los males sociales, estos continuaban, era evidente que las responsabilidades habría que buscarlas en otro ámbito, dirigir una mirada holística, o aplicar una fórmula matemática simple: si se proporciona una vivienda digna e higiénica a un trabajador, pero el adjudicatario continúa en pobreza, la vivienda volverá al hacinamiento, se deteriorará y perderá sus atributos originales, es decir, no será ni digna ni higiénica. Por esta razón, la arquitectura moderna no puede cargar con la culpa de estos males y si alguna de estas viviendas quedase hoy en pie, debería conservarse para dar registro de aquella esperanza proyectual.
Transcurrieron cerca de 100 años y, como en una saga heroica, todavía resuenan los problemas que enfrentó la Arquitectura Moderna ante los males sociales provocados por las viviendas insalubres. Una de las obsesiones de Le Corbusier –el gran maestro de la Arquitectura Moderna– fue la lucha contra el îlot insalubre que, sin duda, dejó una huella en la arquitectura de todos los tiempos y, así, en tanto huella y memoria, en las condiciones actuales de peste global, la Arquitectura Moderna cobra gran actualidad.