Esta pandemia nos obliga a decidir si avanzamos hacia un desarrollo sostenible, ecológicamente equilibrado y que potencie tanto al desarrollo humano como al económico, asegurando justicia ambiental y participación ciudadana o, muy por el contrario, retrocedemos al Chile del pasado, donde la crisis era la tónica constante. Estamos en un momento decisivo. Es tiempo de transformaciones radicalmente democráticas y Escazú es una de ellas. No esperemos hasta el último minuto, ni lamentemos más pérdidas. Avancemos hacia una transición justa y transparente que no deje atrás a ningún ciudadano, territorio o zona de sacrificio. Concretemos ese pacto por nuestro futuro. Quedan menos de 100 días, aún no es demasiado tarde para que Chile adhiera al Acuerdo.
Nadie se lo esperaba, de pronto solo ocurrió. Un virus arribó desde el otro lado del mundo y, en un par de semanas, se propagó por toda la tierra. No estábamos preparados. Por ello, estamos experimentando una de las catástrofes más grandes de la especie humana y yo me pregunto: ¿esperamos de brazos cruzados a que llegue la próxima?
En ese sentido, ¿es justo decir que no lo vimos venir cuando sabíamos que estaban destruyendo nuestro hogar para enriquecer sus bolsillos? No lo creo. La pandemia no llegó de la nada, era algo que los expertos advertían desde hace varios años pero que, como humanidad, nos habíamos dado el lujo de ignorar. ¡Qué necios!
Asusta creer que los problemas del futuro se han vuelto los problemas del presente y que el cambio climático no arrasará con nuestra especie mañana, sino que lo hará hoy y a plena luz del día. Entonces, cuando surja la próxima catastrofe, ¿nos volveremos a conformar diciendo que no imaginábamos que ocurriría?
La destrucción de nuestro medioambiente está acabando con el equilibrio que nos protegía y, por cada día que pasa, un nuevo proyecto contaminante atenta con destruir nuestro futuro. Es tiempo de decir basta. Formamos parte de la primera generación en experimentar las consecuencias de la crisis climática y, probablemente, de la última que aún puede hacer algo para detenerla. De aquí en adelante no podemos seguir permitiendo proyectos que destruyen nuestro medioambiente en nombre del progreso, sino que exigir estándares ambientales dignos en nombre de la vida.
Ya empezó la cuenta regresiva para firmar el acuerdo ambiental más importante de toda América Latina y el Caribe –el Acuerdo de Escazú– y es inexplicable que, a menos de 100 días que culmine su proceso de firma, nuestro Gobierno se niegue a suscribirlo. ¿Creerán que esto es un juego?
Me parece que, en tiempos de crisis, lo que antes se veía imposible hoy puede volverse posible. Es nuestro deber que ello sea para bien y no para mal. Hoy por hoy, mientras respondemos a la crisis sanitaria y sus shocks económicos, estamos tomando las decisiones políticas que definirán nuestro país del mañana. Por nuestra parte, los jóvenes, no permitiremos que ese nuevo Chile no contemple el Acuerdo de Escazú tras la pandemia.
Tanto la sociedad civil organizada como sus gobernantes, tenemos la oportunidad histórica de transformar nuestra praxis y tomar decisiones orientadas tanto a la salud del planeta como a la de sus habitantes. Y es así como esta pandemia nos obliga a decidir: avanzamos hacia un desarrollo sostenible, ecológicamente equilibrado y que potencie tanto al desarrollo humano como al económico, asegurando justicia ambiental y participación ciudadana o, muy por el contrario, retrocedemos al Chile del pasado, donde la crisis era la tónica constante.
Estamos en un momento decisivo. Es tiempo de transformaciones radicalmente democráticas y Escazú es una de ellas. No esperemos hasta el último minuto, ni lamentemos más pérdidas. Avancemos hacia una transición justa y transparente que no deje atrás a ningún ciudadano, territorio o zona de sacrificio. Concretemos ese pacto por nuestro futuro. Quedan menos de 100 días, aún no es demasiado tarde: que Chile firme el Acuerdo de Escazú, ahora.