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Educar en derechos humanos en tiempos de pandemia Opinión

Educar en derechos humanos en tiempos de pandemia

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Llevar adelante la docencia en el ámbito de la justicia social, la ética y los derechos humanos, desde siempre, ha implicado un trabajo que desde lo pedagógico resulta polémico, sensible y necesario.

A partir de nuestra experiencia, el contexto de pandemia ha significado atender en el día a día la contingencia de la crisis socio sanitaria, y poner por sobre los contenidos, la vulnerabilidad de la vida en un continuo de violaciones a los derechos humanos que esta situación no sólo visibiliza sino que además profundiza. Con la pandemia, son patentes las graves consecuencias de la política neoliberal que rige las decisiones políticas en la vida de las personas y familias. Los efectos de este modelo hoy toman vasta claridad en todos los ámbitos de la vida, no habiendo forma de esconder las contradicciones referidas al respeto a los derechos humanos en el confinamiento.

La vivencia que se gesta en la contingencia, resulta un contenido más que “ejemplificador” en relación al carácter público de los debates que están en la base del enfoque de derechos humanos.   Así las cosas, educar en estas materias hoy, vincula la temática con la complejidad social y con el modelo económico e ideológico que la amparan. Requiere analizar las condiciones estructurales a las que está vinculada la institucionalidad de los derechos humanos, que en esta contingencia plantea nuevos desafíos que asumir en relación a la vigencia, interdependencia y universalidad de los derechos humanos, como garantías de igualdad y no discriminación para todxs.

Abordar estos tópicos, nos impele a estar en constante análisis interpersonal, preguntándonos si las teorías tratadas y las metodologías adaptadas a la modalidad de educación virtual, logran aportar y estimular un proceso significativo, con tal de resignificar las experiencias vitales actuales de lxs estudiantes y sus realidades, desde un enfoque de derechos humanos. También, significa saber escuchar y atender desde la institucionalidad (pública y universitaria, no preparada necesariamente para vivir este momento) si las condiciones materiales, de equipamiento e infraestructura de lxs estudiantes otorga las posibilidades de goce efectivo del derecho a la educación (entre otros) o más bien, constituyen barreras que generan nuevas afectaciones en materia de derechos humanos.

Lidiar con la impotencia y con la incertidumbre que hay, implica desde lo discursivo y la práctica docente, traducir todo esto, hacia un léxico de los derechos humanos, entendiendo que también nosotras estamos inmersas en esa realidad, aprendiendo el comportamiento y consecuencias del COVID-19. Lo anterior, como una situación que plantea “derechos de necesidad”, y de bienestar que debe ser atendida por parte del Estado examinando y vinculando los instrumentos de protección a la exigibilidad de los mismos, pero también como una oportunidad que permite justamente politizar la vivencia de todos quienes estamos involucradxs en el proceso educativo.

Este escenario, que implica una conversación “a distancia”, por la virtualidad del contexto formativo, intenciona diálogos sobre cómo estamos sobrellevando la situación de confinamiento desde la subjetividad que nos entreteje bajo un paraguas común, pero con desigualdades sustantivas en cuanto a las condiciones materiales con las que enfrentamos la catástrofe.  Así, esta experiencia educativa plantea por un lado, tomar en serio la vida, los cuidados, la fragilidad, las necesidades y los cambios que están atravesando lxs estudiantes y sus familias en la crisis sociosanitaria, y por otro lado, implica respetar en el mismo ejercicio educativo, el o los derechos que permiten que esto sea posible.

Cuando se trata de la formación en derechos humanos en este escenario, se visibiliza su inexorable paradoja, pues, sólo por dar un ejemplo de tantos, sabemos que cada vez que nos encontramos de forma virtual hay estudiantes que en sus lugares remotos de ruralidad que rodea a Santiago y otrxs que han tenido que desplazarse de la región por una cuestión de sobrevivencia, no pueden estar en las sesiones, por la inaccesibilidad económica que no les permite conectarse. En otros casos, algunxs han perdido sus empleos o corren riesgo de perderlo, lo que no posibilita condiciones de continuidad de sus estudios.

Alentar una pedagogía en derechos humanos es una herramienta necesaria, y ha sido y es la bandera de lucha de muchas personas y grupos que, históricamente, se han visto afectadas directamente. No perdemos de vista la memoria histórica de los derechos humanos, que impulsada desde la época de la dictadura cívico militar de 1973 y reasumida con la revuelta social, hoy construimos, en conjunto en favor de la justicia social y la dignidad.

Dado el desolador panorama que enfrentamos, la enseñanza en derechos humanos se torna un imperativo ético político y ejercicio cotidiano, que requiere un nosotrxs colectivx para contribuir a pensar un sistema libre de opresiones. Se trata problematizar la necesidad de transformación de las instituciones, de cuestionar sus lógicas neoliberales y de repensar espacios alternativos para velar por la dignidad humana y la justicia social. Por ello, es un tiempo de reforzar la conciencia política del pasado reciente, que se actualiza con viejas y nuevas lógicas de acción colectiva, organizativas y populares. Damos énfasis en las redes colectivas que se han gestado, frente a la violencia doméstica y el hambre, que, bajo consignas como “solo el pueblo ayuda al pueblo”, reclaman sed de universalidad de los derechos humanos, en estos tiempos en que se muestra su deficitaria cobertura. Visibilizarlas resulta crucial para cuidar la vida frente a la adversidad, en la medida que permiten elaborar estrategias y aunar formas de acción conjunta. Asimismo, hemos de examinar la institucionalidad de la democracia, porque ésta no se sostiene con la suspensión de un estado de derecho y necesariamente, pese a las acciones espontáneas de subsistencia comunitaria, requiere de medidas que se posicionen desde la satisfacción plena a la dignidad humana y no sólo desde una lógica de la emergencia.

Con todo esto, instamos a la sensibilidad, a la actitud de mantenernos vigilantes, atentxs, a estimular el sentido de lo que consideramos justo desde el papel que juegan nuestras vocaciones y profesiones, a expresar la ofuscación ante las injusticias y una mirada crítica, para abonar un terreno transformador y óptimo en el respeto a los derechos humanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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