Uno de los principales logros que resaltan con entusiasmo muchos economistas dice relación con la caída del índice de desigualdad de Gini durante las últimas décadas. Más allá de las imperfecciones teóricas y prácticas del indicador, se trata de un hecho irrefutable: Como se muestra en el Gráfico adjunto, el Gini cayó casi 10 puntos entre 1990 y 2015, a una tasa promedio del 0.45% anual, desde un nivel de 0,58 a 0,47.
Sin duda esto representa un avance, no obstante, consideramos que una mirada más precisa de lo ocurrido se hace necesaria. Tres elementos para considerar:
Primero. El índice de Gini actual es igual a aquel registrado a finales de la década de 1960, esto es, recuperamos este nivel luego de 60 años de historia (Rodríguez Weber, 2014).
Segundo. De acuerdo con el estudio de Atria et al. (2018) y los datos de la World Inequality Database (WID,2020), la trayectoria de la participación del 1% más rico en el ingreso nacional sufrió una caída desde 1990 hasta 2003 (a una tasa promedio de un 0,29% anual), pero luego volvió a subir (a una tasa de 0,17% anual) llegando al año 2015 a un valor similar al de 1990, esto es, alrededor de un 24%, la más alta participación entre los más de 40 países en los que se ha medido. (ver Gráfico)
Tercero. La participación del trabajo (los salarios) en la economía (Villanueva, 2017), correspondía a un 30% en 1990, creciendo hasta 1998 a una tasa anual promedio de 0.44%. Posteriormente se observa una caída hacia 2015 de un 0.48% por año, llegando a un valor de 31%, esto es, casi idéntico al del inicio del periodo en cuestión. (ver Gráfico).
De esta forma vemos que la mejora en el indicador Gini durante el periodo revisado (1990-2015) convive con el nulo cambio tanto en los ingresos del 1% más rico como en la participación de los salarios en la economía. Lo anterior conduce inevitablemente a la pregunta ¿Quiénes son más iguales entonces?
De los datos analizados, sostenemos que lo único que puede estar generando esta disminución del indicador GINI es la redistribución de ingresos desde las capas medias y medias acomodadas hacia los más pobres.
Es cierto, somos más iguales en términos de ingreso que en la vuelta a la democracia, pero el 1% más rico no entra en esta ecuación, este grupo sigue manteniendo el mismo 24% del ingreso, nuestro “récord” – lamentable – tanto en la OCDE como en América Latina.
Las políticas tributarias aplicadas durante democracia, si bien han reducido la pobreza y la desigualdad de ingresos (esta última a los niveles de 1960) entre los grupos medios y bajos, no han tocado a los grupos más ricos de la sociedad ni han permitido un aumento de la participación del ingreso del trabajo.
La baja carga tributaria sobre los ricos y súper ricos, sumada al hecho de que un 60% de los beneficios tributarios totales se concentran en el 1% más rico de la población, correspondiendo a 2,4% del PIB (Jorrat, 2005), difícilmente ayudan a contrarrestar el insoportable peso de la desigualad, obstaculizando sustancialmente nuestro recorrido hacia un desarrollo próspero e inclusivo.