Aclaro de antemano que no soy un defensor de las AFP ni de las Isapres, menos de la banca, todas las cuales han generado un gran valor y beneficiado el desarrollo de un mercado de capitales inexistente desde mediados de los 70, pero que no han sabido administrar y hacer extensivo a sus clientes o afiliados las bondades del sistema al amparo, muchas de ellas, de monopolios y giros exclusivos que fagocitan e inhiben toda posibilidad de competencia. Es más, en búsqueda de la anhelada sinergia, fundamentan frecuentemente en sede de competencia que las fusiones son el medio para lograr que los consumidores finales nos viéramos beneficiados. Un mito, creo.
Pero al parecer, si ello ocurrió, la gente no lo percibe, no lo percibió ni lo hará. Adicional a lo anterior, el mercado de capitales no goza de buena prensa. Es más, diríamos que se le asocia, peyorativamente, a una cierta clase social enquistada entre la aristocracia, el latifundio, la minería y religión, donde unos nos hablan de «Sanhattan» mientras otros de «la cota mil».
Este es el escenario que avizoró la expresidenta Michelle Bachelet, en particular su segundo mandato, en donde se comenzó a engendrar esta división en nuestra sociedad. Quiéralo ella o no, eligió personeros y dio señales inequívocas de querer borrar un modelo a través de retroexcavadoras y pésimas políticas sectoriales donde las AFP no eran el objetivo, sino solo el símbolo. En paralelo, y lo más grave, se dio margen para que comenzara a gestarse una izquierda con ribetes de insurgencia, en particular, en determinados establecimientos educacionales, federaciones de estudiantes, colegios profesionales, municipalidades, Parlamento y, por qué no decirlo, La Araucanía.
Esta izquierda, derrotada en las urnas, hoy prolifera por la fuerza. Se arrogan haber ganado la batalla de las ideas cuando en realidad no han ganado una, salvo, la del amedrentamiento, la intolerancia y la violencia. No han creado, muchos de sus voceros, un emprendimiento y creen conocer de tributos; no han trabajado ellos «un peso» a alguien, sino que han saltado de las aulas o consultoras al Congreso; no han pisado sus huestes una iglesia, y la repudian de antemano; no han redactado sus pensantes un ensayo, y creen que podrán hacerlo en una Constitución; no saben muchos de ellos lo que son los deberes en contraste a un derecho; finalmente muchos no saben de historia y pocos saben de dignidad cuando no repudian la violencia. En resumen: dan cátedra desde una inexperiencia brutal.
Al amparo de esta última, las redes sociales han sido su letal arma. Videos se transforman en viral. Y su mejor aliado, la pasividad del Presidente en imponer orden, algo tan básico como fundamental, para lo que fue elegido pero que, al parecer, obviarse se transformó en su legado. Otro desastre.
¿Dónde quedó la sensatez?, me pregunto. Ella no puede haberse olvidado. El actual proyecto de retiro de AFP no es malo, es pésimo. Regresivo, inconstitucional, algo tan irreal y sui generis que nos recuerda lo peor del ejercicio del derecho y los resquicios legales durante el período de Salvador Allende.
Sin embargo, no es eso lo más lesivo, creo yo, sino que la señal que se envía de parte de la izquierda hacia quienes, como uno, apuntan a un país unido, desarrollado, comprometido. Porque, finalmente, todo se resume en un chantaje: por la ineptitud o la fuerza.
Que la institucionalidad económica requiere reformas es un dato. Pero hay consenso amplio en sectores de lo que hay que hacer. No vale la pena reiterar lo diagnosticado, en particular respecto de las AFP e Isapres, industrias que tienen que ver con la expectativa de vida de la gente y, que al parecer, se les olvidó que son tan parte del mercado de capitales como elementos fundantes de la seguridad social. A ellas, asesores como entorno, les cabe una inmensa, si no infinita, responsabilidad en todo este cuadro, de sensibilidad e insensibilidades frente a «su gente, sus afiliados o sus clientes», mucho mayor, quizás, que las que les cupo a los parlamentarios de «Chile Vamos» y sectores de la Concertación, que dieron su voto favorable a la iniciativa.
Pero, no por este cuadro, pueda ocurrir que la izquierda amenace y se arrogue el uso de la fuerza, física y moral, para alcanzar sus objetivos refundacionales. Porque, así como vamos, en ausencia total de autoridad presidencial como sensatez política, más temprano que tarde, la Cordillera de Los Andes no será necesaria para separarnos mucho más de Argentina.