Hoy, uno de los consensos extendidos es que no podemos ni queremos volver “a la vieja normalidad” y las discusiones giran más bien sobre el qué, el cómo y el cuándo de las transformaciones y cambios, con diferencias respecto de la profundidad y rapidez deseadas.
Para la inmensa mayoría de la población de Chile y el mundo, el transporte, la movilidad diaria, es un verdadero karma. Algo que se soporta y se sufre como un mal inevitable, que te tienes que “bancar”, todos los días. Y lo peor, es que ese karma está desigualmente distribuido y para muchos –demasiados– se transforma en un infierno.
A mi juicio, esto permite comprender mejor una paradoja. El que “la movilidad”, o en particular “el transporte”, no aparezcan entre las principales demandas de la gente y que, sin embargo, cualquier gota rebalse el vaso y produzca estallidos aparentemente desproporcionados. Pero como no se puede desear lo que no se conoce, continuamos soportando día a día la misma indignidad y el mismo karma.
Para la economía nacional la compleja movilidad urbana implica muchas horas improductivas y altos costos por subsidio y representa uno de los sectores más contaminantes, fuertemente responsable de la emisión de gases efecto invernadero. Para la salud de la población, aparte de los daños asociados al ruido, la ansiedad y el estrés, es causante de miles de muertes relacionadas a la mala calidad del aire, a las que se suman anualmente unas 2 mil víctimas fatales y 70 mil heridos en casi 100 mil siniestros viales.
Si miramos las consecuencias que tiene para el organismo humano el dejarse transportar en lugar de autodesplazarse, de moverse uno mismo a pie o en medios propulsados a energía humana, si consideramos que el sedentarismo está asociado a la mayor parte de los problemas de salud que afectan a las personas que vivimos en ciudades, propiciar la movilidad activa es un imperativo de salud.
La movilidad y el transporte reflejan como espejo las inequidades, los problemas de segregación, discriminación y maltrato que denunciamos y que tanto queremos y necesitamos cambiar. El 80% del espacio vial está destinado a los autos, en circunstancias que menos del 30% de los viajes se realizan en automóviles.
La latencia de un virus que puede ser letal obliga a repensar y a pausar por un buen tiempo las políticas de concentración de viajes en el transporte público y masivo. El temor al contagio conducirá naturalmente a la gente a evitar su hacinamiento cotidiano, y a las autoridades, a implementar mecanismos para regular y hacer cumplir la baja densidad.
Utilizando el concepto de Hannah Arendt, sin duda es importante instalar socialmente la asociación entre usar la bicicleta y frenar la pandemia, continuar y potenciar la campaña “Bicicleta Modo Esencial COVID-19”, difundir las razones de por qué en tantas ciudades del mundo la bicicleta se está promoviendo oficialmente como la forma ideal de moverse evitando contagios y fortaleciendo el sistema inmunológico, la salud física y mental. Al pedalear lo hacemos guardando naturalmente el distanciamiento físico, activando nuestro cuerpo y la generación de endorfinas, en contacto con la radiación solar y el aire, y a un ritmo que permite mantener contacto humano y que propicia la convivencia, sin emisiones contaminantes y a costo cero.
Pero eso no basta. Ni la más transversal y efectiva campaña comunicacional bastaría para generar cambios de hábitos, menos aún en el espacio más normado, inseguro y riesgoso de la vida humana urbana, el espacio de la vialidad y el tránsito, donde los cambios no son espontáneos ni se hacen solos.
De no mediar una intervención fuerte y decidida, la gente se volcará a los autos. Toda la que pueda, volará a endeudarse y a comprar uno, de primera, segunda o tercera mano. Porque aún no hay otra opción, no masivamente, no al alcance de cualquiera. La esencia, el eje del sistema de transporte urbano hasta la pandemia, fue el auto. La ciudad construida, la vialidad y las normas se fueron adaptando por más de 100 años a esas máquinas y a esa forma de moverse.
Es ahora, en cuarentena, cuando debemos tomar decisiones, trabajar mucho y muy rápido, enviar mensajes claros para evitar “volver a la vieja normalidad”, e incluso a un escenario mucho peor, con más autos, más congestión, polución y ruido, y a un costo cada vez más alto, para las personas y para la sociedad. Es hora de implementar una política redistributiva del espacio público en favor de la vida y la salud de las personas, las ciudades y la naturaleza. De prevenir y evitar otra pandemia, la del automóvil, ofreciendo alternativas reales, seguras, dignas y atractivas para movilizarse masivamente en ciclos, para poder autotransportarse a energía humana pura, o con potencia asistida, con energía limpia, sustentable y renovable.
Lograr cambios efectivos y eficientes pasa por un enfoque integral, sistémico, por poner en práctica un Plan de Movilidad Segura y Sostenible interinstitucional, con financiamiento, con programas complementarios e interdependientes que aborden la redistribución del espacio vial y la seguridad de tránsito (reducción y control de velocidades, habilitación de ciclovías tácticas, intersecciones seguras), la seguridad ciudadana contra el robo de bicicletas y la intermodalidad (biciestacionamientos seguros), facilidades de acceso a bicicletas (subsidio a la compra y reparación, pago por kilómetro recorrido, programas de compra de bicicletas a plazos sin intereses, fortalecer los sistemas de bicicletas compartidas), fomento al mercado y emprendimiento en el rubro, escuelas de bicicleta (programas dirigidos a adultos para aprender a andar en bicicleta, para circular en tránsito, entre otros).
Es hora de trabajar juntos, colaborativamente, Estado central y municipios, academia y medios de comunicación con la sociedad civil organizada, con financiamiento de empresas y organismos internacionales, en el diseño y rápida implementación de la nueva movilidad, basamento estratégico de la nueva ciudad. Es hora de intervenir las ciudades con decisión y audacia en favor de los modos activos, sanitariamente seguros, promotores de salud y no contaminantes, de cero costo y cero emisión: la caminata y la bicicleta.
Ante la megacrisis global, interdependiente y multidimensional; sanitaria, ecológica, climática, económica y social, la bicicleta viene a romper con el karma de la movilidad, emerge como el dharma, como un camino activo de protección, de práctica personal diaria para cuidar y mejorar nuestras vidas, la de los otros y la del planeta.