Para gran parte del mundo, la anunciada “anexión” de Cisjordania por parte de Israel quedó en suspenso, puesto que no se efectuó en la fecha esperada, el 1 de julio. Los analistas hablan de que se habría debido al difícil contexto que vive Trump, o al “fuerte” rechazo de la Comunidad Internacional, al rebrote del COVID-19 en Israel o a “prioridades más importantes”, según dijo Benny Gantz, futuro sucesor de Netanyahu.
Pero lo cierto es que la anexión ya se ha consumado casi por completo, y una ocupación que se suponía ser temporal, se ha vuelto permanente. Para entender Palestina hay que situarla en un contexto continuo de colonización, la que comienza el año 1948 y sigue manifestándose hoy en sus diferentes formas: ocupación, expulsión, represión y segregación. La anexión no se produce de un día para otro, es un proceso.
Entonces, cuando la Comunidad Internacional llama a Israel a detener los planes de anexión, significa limitarnos a pedirle (sin mucho convencimiento ni vehemencia) que retome su cotidianidad, ese catastrófico “statu quo” que se traduce en la ya existente anexión de facto; significa volver a la permisividad con la que Israel demuele casas de los palestinos, los expulsa y en su lugar los reemplaza con colonos para los nuevos asentamientos.
Para los palestinos una declaración jurídica de anexión no cambiará en nada el día a día de una anexión que está en un punto sin retorno. La anexión no es algo nuevo ni menos una reciente estrategia del denominado “Acuerdo del Siglo”, sino que es una invariable del proyecto colonial israelí definido así desde sus inicios.
Ante ello, el llamado es a no dejarnos engañar por artimañas comunicacionales cuando sobre el terreno la anexión está en su pleno esplendor, e Israel de hecho ya ejerce soberanía sobre Cisjordania: a los asentamientos les rige la ley israelí, mientras que a los palestinos una ocupación militar. Es decir, hace décadas que existe un sistema de discriminación institucionalizado que debió haber movilizado las conciencias del mundo.
Entonces “la aplicación gradual de la anexión” o el uso de otros eufemismos, como “extensión de la soberanía israelí”, no cambia en nada la esencia de una realidad existente: la anexión de facto de la Cisjordania Ocupada, la que es ilegal a la luz del Derecho Internacional.
Por último, es importante que la “anexión” de Cisjordania no nos haga olvidarnos de Gaza, esa franja de tierra extirpada a la fuerza de Cisjordania y de toda Palestina, que vive (o sobrevive) a diario asediada, asfixiada y bloqueada. Ni tampoco olvidarnos de los palestinos de Israel, víctimas de un despojo de su identidad. Ni de los palestinos de la Diáspora, quienes desde los campamentos de refugiados anhelan retornar a sus hogares. Ni tampoco de los de Jerusalén Este, que en su calidad de apátridas son víctimas de una israelización sin precedentes.