La Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AGCID) estuvo de aniversario, y no es cualquier número: son 30 años de existencia que coinciden con su creación cuando recuperábamos la democracia en los 90.
Para entonces la AGCID, que surgía bajo el alero del entonces Ministerio de Planificación y Cooperación, se presentaba como un organismo clave en el acompañamiento de nuestra política exterior a la hora de recuperar presencia y un rol en el mundo, inexistentes a causa del ostracismo de los años de la dictadura militar.
Y por cierto que sus logros son importantes. Así las cosas AGCID ha hecho de la cooperación un acto de realismo político y también de poder conceptual que nos ha permitido ganar respeto, empatía y conocimiento global.
Pero junto a los 30 años de vida llegó la pandemia y, con ambas cosas, los desafíos se multiplicaron y complejizaron.
Hoy la cooperación vive un cambio de paradigma que va más allá de “la ayuda” que nos obliga a replantear nuestras estrategias de cooperación en sus instrumentos, direcciones y destinos.
La cooperación, inscrita en los tradicionales esquemas Sur – Sur, Triangular o en su conocido programa de becas, enfrenta ahora la tarea de impactar con identidad en la generación de bienes públicos regionales, ser actor en mecanismos de participación regional y levantar una “propuesta 2.0” para seguir contribuyendo en sectores que quedarán altamente dañados por efectos del COVID, como es el caso de la educación, que verá multiplicadas sus fallas de desigualdad y segregación una vez que volvamos a la nueva normalidad.
También está el reto de atreverse a una agenda renovada que apoye la participación en cooperación de actores de la sociedad civil creando sinergias con “liderazgos entrantes”, como gremios, academia, gobiernos regionales, municipios y emprendedores. Una agenda “a tono” con los temas que hoy permean transversalmente el debate público, como la participación de la mujer, la sostenibilidad, la transformación tecnológica, la cohesión social y la brecha digital.
Se necesitarán nuevas dosis de audacia institucional para posicionar a AGCID en sectores protagonistas del contraciclo post COVID, como lo será la reconstrucción, buscando levantar una oferta en espacios creativos como el de las políticas de asociación público-privada que serán claves para desarrollar infraestructura pública regional e incidir en empleos, liquidez y reactivación de nuestros países. A la misión de los bancos internacionales, los inversionistas institucionales, el Estado y los empresarios, la AGCID podría ayudar, por ejemplo, con un benchmarking de información que comparta una cierta estandarización de las mejores prácticas e instrumentos del Chile “poscrisis”, creando un stock de información que aliente la velocidad, conocimiento y certeza en el impulso de políticas de recuperación que lideren los gobiernos.
Hoy será el rol en pandemia, pero ayer fue nuestro desempeño poscrisis subprime, terremotos o incendios. Chile tiene mucho que contarle al mundo en políticas públicas resilientes y con fundamentos, y AGCID puede ser una plataforma catalizadora para aquello, posicionando con originalidad una oferta propicia con estos tiempos.
El valor de AGCID como instrumento de política exterior deberá pasar revista más que nunca a una arquitectura cambiante de la cooperación y a la tarea de incidir con eficacia en la discusión global de manera inversamente proporcional a nuestros recursos, siempre limitados.
Eso demanda talento, conocimiento y audacia. Un empeño que debe superar la convencional dualidad de ser donante y receptor para movernos a nuevos rangos y modalidades de acción, con indicadores incluyentes que reflejen de mejor manera el impacto de nuestras acciones, a través de resultados contundentes y medibles.
Y ahí está también la necesidad de leer el momento internacional, en el cual algunas agencias de cooperación exhiben una atávica inclinación al exceso de orgánica por sobre la innovación, lo que hace que la ayuda se mantenga muchas veces fragmentada en una multipolaridad de proyectos y acciones que compiten y se superponen entre sí.
A ese panorama se suma un sistema multilateral que enfrentará como nunca un desafío de credibilidad mayúscula en la era post COVID, donde la tensión comercial y política de Estados Unidos y China también se ha trasladado a la cooperación.
Chile tiene aún un capital de prestigio en la escena multilateral al que debe echar mano para refrescar su “menú” de cooperación con una mirada integrada, regional y alineada con las tendencias globales, aprovechando liderazgos y socios “likeminded” para este nuevo orden mundial que asoma.
Es ahora o nunca.
Se vienen años en que AGCID deberá perseverar en la senda de sus logros, que son destacables por cierto, pero que no deben capturarla en la autocomplacencia o la entropía.
Es imperioso quebrar inercias y “mirar fuera de la caja”, bajo el estrés que nos pone a todos la pandemia y que nos obligará también a replantearnos la eficacia del Estado y sus agencias en varias direcciones.
Pues bien, la cooperación no es una excepción y requeriremos una AGCID exploradora de áreas emergentes, que busque nuevos socios de acción, que innove en la construcción de programas y que se despliegue con acciones de alcance amplio, que trasciendan la bilateridad del ciclo del gobierno de turno y el cliché de pensar que cooperar es simplemente un trade off de “dar y recibir”, entre países ricos, de renta media o baja.