Estoy preocupado. El Gobierno inició el desconfinamiento de esta terrible pandemia, con un muy buen plan, que denominaron “Paso a Paso”. Hasta ahí todo bien, pues el plan está bien hecho, de eso no hay duda. Pero asume una cosa errónea que va a echar todo el plan abajo: que los ciudadanos chilenos tenemos el nivel cultural-educacional de los de Noruega, y esto está muy lejos de la realidad. Pero para qué ir tan lejos, tampoco tenemos el nivel de España.
Vaya un rato a revisar el índice de Gini. Este coeficiente representa el nivel de distribución de ingresos de un país y se limita a dar una imagen de cómo está distribuida la riqueza en una sociedad, poco importa que sea esta una sociedad feudal, capitalista o socialista, que sea una sociedad rica o pobre; lo que mide es cuán equitativa o inequitativamente está distribuida la riqueza.
Desafortunadamente, este índice no se mide todos los años y eso hace que la información no sea perfecta, pero, bueno, díganme donde existe información perfecta, porque me iría corriendo a vivir ahí, donde el libre mercado sí que funcionaría, ¡pero no nos desviemos!
En las mediciones que existen, el No.1 mundial es Eslovenia consistentemente, con un per cápita de US$38.462 por paridad de compra, en el lugar 36 del mundo según los índices, es decir, no es el más rico, pero sí donde esa riqueza se distribuye más igualitariamente entre sus ciudadanos.
Noruega está en el lugar 9 y en general los países nórdicos están en ese vecindario. España está 60 y el Reino Unido 61. Estados Unidos, que tanto les fascina a muchos chilenos, está 112 en el ranking, ¡pésimo! Y China, sí, China, 90, mejor que el admirado referente. Si bien el ranking no es perfecto, sí nos da una idea de cómo vamos y, así, usted verá que estamos 131 de 166 países medidos, ¿qué le parece? A mí, por lo menos, paupérrimo, si éramos el jaguar de Latinoamérica. Estamos mejor que Ecuador, México, Paraguay y también que Venezuela –en el paraíso del PC y el Frente Amplio las cosas andan mucho peor que en la terrible democracia chilena, para que se ubiquen un poquito–, también estamos mejor que Colombia y Brasil, del vecindario Sudaca, pero, obviamente, este no es ningún un consuelo.
¿A qué voy con toda esta disgregación que parece intrascendente? Simple, a que la inequidad en la distribución de la riqueza genera inequidades en muchas áreas de la economía: salud y educación, pensiones, algunas de las más importantes, aunque hay que reconocer el enorme esfuerzo que ha hecho este Gobierno y todo el personal de la salud, por darle un tratamiento equivalente a todos los pacientes que han tenido la temible COVID-19. Al menos en los pacientes críticos, esto se ha logrado y no ha habido chileno sin acceso a tratamiento intensivo de alto estándar. Chapó para todos los involucrados.
Pero vayamos a la educación. En mi modesto criterio, la educación está en las fundaciones de la sociedad, esas fundaciones donde se soporta el edificio, y ya vimos para el último gran terremoto, en Concepción, qué pasa cuando las fundaciones quedan mal hechas. Algunos me dirán que es la familia, vale, vale, pero para el desarrollo sostenible de un país, es la educación y debería haber poca discusión al respecto. En una sociedad educada, hay mejor salud, la gente entiende mejor, por ende, se comporta mejor, y suma y sigue, un círculo virtuoso. Esa es nuestra gran diferencia con Noruega… y España.
Aquí es entonces donde falla el modelo; alrededor del 45% o más de los chilenos es analfabeto funcional, es decir, sabe leer, pero no entiende lo que lee. Las personas que leen pero no entienden lo que leen, sufren un menoscabo importante en sus capacidades mínimas para desenvolverse en la vida; pierden capacidad de comunicarse con otros y quedan excluidos del debate social. No desarrollan sus habilidades de abstracción, pierden la memoria y es probable que sean adultos mayores con problemas de salud mental.
El 88% de los niños de 8º Básico (14 años de edad), tienen logros de aprendizaje equivalentes a 1º Básico (6 años) en lenguaje, y 92% en Matemáticas, pese a pasar 1.200 hrs. anuales en la sala de clases, el doble del promedio de la OCDE.
Es aquí donde está el problema y la razón por la cual el plan, tan bien preparado, tiene grandes posibilidades de fracasar. La gente no cumplirá las tres medidas básicas que se le exigen: lavado de manos, uso de mascarilla y distanciamiento social. La última, será las más difícil de lograr. En una sociedad de mal educados, pero donde los derechos son infinitos y los deberes casi inexistentes –gracias, clase política–, todos creen que se pueden poner primero en la fila y tratarán de hacerlo. Las micros y el Metro, y aquí Gini vuelve a aparecer, seguirán atestadas.
Ya vimos esta semana, en el inicio de la fase 2 en la comuna de Santiago, que ha habido focos de altas aglomeraciones en el Mall Chino –donde el caos fue tan brutal, que se tuvo que clausurar–, en el sector de Meiggs, afuera en las AFP, en el Registro Civil, en algunas sucursales bancarias. El alcalde Felipe Alessandri habló de la “tormenta perfecta” e, incluso, se atrevió a decir: “Aquí claramente la estupidez humana ha sido superior”. Valiente el alcalde, no vaya a ocurrir que algún parlamentario se dé por aludido y parta con una querella por injurias y calumnias.
¿Solución? Porque me van a decir para qué escribo esta lata sin proponer algo. El plan debe ser más pausado, la fiscalización mucho más estricta, las multas verdaderas, sin que los jueces ultragarantistas de este país manden a todos los pobrecitos que violan la ley de vuelta a hacer la fila, con un tantán. Las exigencias a las empresas que reciben clientes no pueden ser solamente de la puerta para adentro, los malls que abran, lo debiesen hacer con un aforo máximo, acordado con los municipios y, también, todas estas empresas tienen que hacerse cargo de la fila de los que quieren entrar, es decir, la responsabilidad debe ser completa. Porque el chileno no entiende y se van a subir unos arriba de otros para llegar primero, así son las sociedades hipercompetitivas, y cuando obedece, lo hace porque hay mano firme y reglas claras, explicadas con peras y manzanas, de esas para analfabeto funcional.
Y, de paso, empezando por el Gobierno, pensemos más en la educación de nuestros niños y menos en el plasma nuevo que nos podemos comprar, así a lo mejor en 30 años lo logramos.