En el contexto de la pandemia global y su impacto en la economía y las actividades productivas afectadas como consecuencia de periodos de confinamiento, se afirma que “hay que reactivar la economía”, así de simple y directo, como si esta crisis pandémica con sus efectos en la economía, en el caso de Chile, con una crisis de legitimidad institucional aún por resolverse por la vía de un proceso constituyente, no hubiese procesado ningún aprendizaje entre los poderes del Estado, el sector productivo y la ciudadanía laboralmente activa.
Entonces, ¿qué estamos afirmando cuando se dice hay que reactivar la economía? Si la idea es reactivar la economía que produce empleos precarios, la que practican los grupos económicos rentistas, extractivistas, explotadores de recursos primarios, la actividad económica de la cual usufructúan los grupos empresariales coludidos en carteles, al parecer, reavivar este tipo de economía no sirve de mucho para los desafíos que tenemos en este siglo XXI.
Tampoco resulta muy atractivo o alentador reactivar la economía vigente con bajos niveles de innovación, creatividad y calidad de sus bienes, servicios y procesos productivos, sustentada por trabajadores a honorarios, sin una mínima protección social. Por eso es importante preguntarnos cuál es la economía que supuestamente tenemos que reactivar.
¿Y si mejor nos planteamos transformar la economía en un bien común mucho más cercano a las personas? La economía, como lo demuestra la evidencia internacional en muchos países y regiones del planeta, puede ser generativa, inclusiva, creativa, digital, sensible, al servicio de las personas y sus hábitats, atenta a los balances dinámicos de los ecosistemas. Podemos ser ricos o generadores de riqueza en innovación, en creatividad, sensibilidad y sostenibilidad.
Ya es hora de que la economía no este solo en manos de los economistas. En el mundo actual, la economía del siglo XXI poco tiene que ver con un Ministerio de Hacienda o un Ministerio de Economía. Eso es parte del problema, como también lo es la (de)formación que reciben los economistas y los ingenieros al sobrealimentarse con las teorías neoclásicas y neoliberales, así como de teoremas no comprobados por la evidencia científica ni empírica, pero que tienen la fuerza de axiomas en los procesos de toma de decisiones económicas.
En esta misma línea, Arnoldo Hax, un importante ingeniero chileno del MIT, señaló ante una audiencia perpleja y de sonrisa liviana, en el encuentro de ICARE 2007, que “el empresario tiene que darse cuenta de que es hermoso tener diversidad (…), acabo de estar con el presidente de SAP, el software más importante en administración y él estudió filosofía. Tenemos que incorporar a nuestras empresas a historiadores, a filósofos, a literatos, porque si contratamos solamente a ingenieros vamos a crear un ambiente demasiado inconfortable”. Hax viene de ida y de vuelta y conoce la importancia de las cosmovisiones, los procesos históricos y de escenarios dilemáticos que requieren la práctica de valores compatibles con la complejidad de dichos escenarios.
Han pasado trece años desde que estas ideas fueran expresadas por Hax ante la élite nacional; sin embargo, seguimos como si nada, o, mejor dicho, como si aquí no hubiera pasado nada, ya que continuamos en un Chile y en una economía nacional demasiado inconfortable, gobernada por un reduccionismo economicista sobrevalorado y sobrestimado. Da lo mismo si las directrices o políticas provienen de un Aninat, Eyzaguirre, Velasco, Larraín, Briones o de una Repetto o Sanhueza. Vayan a dar una vuelta larga de aprendizajes donde profesionales de diversas interdisciplinas y personas comunes y corrientes ya han puesto en práctica las economías en colores que requiere el siglo XXI.
¿Cuánto sabe la primera autoridad del país, doctor en Economía graduado en Harvard, sobre economías policromáticas? Habría que constatar de qué forma los avances en economía ecológica, verde, circular, solidaria, inclusiva, digital, naranja o creativa, violeta o sensible, vinculados a enfoques y propuestas para transformar la economía, para producir cambios generativos, fueron parte de su programa de gobierno.
De la misma manera hay que considerar si las medidas tomadas por el Ejecutivo en plena crisis de legitimidad institucional, visibilizada por el estallido social y la actual crisis pandémica, dialogan con la ciudadanía y el sector productivo en modo adaptabilidad ecosistémica. Ello, al menos, debiese impulsar una gestión extraordinaria basada en innovaciones colaborativas, sobre todo en tiempos de complejidad, incertidumbre y riesgos próximos a la frontera del caos.
Imaginemos que Chile y su economía son una habitación, un lugar por explorar, que ha sido afectado por dos crisis sucesivas de distinta naturaleza, ¿qué hacemos? Podemos llegar y entrar a la escena de esa habitación, a su zona cero y “ordenarla”. Podríamos encender la luz, hurguetear y solo ver lo que queremos ver. A esto le llamo llegar y hablar de reactivación económica. ¿Y si mejor, entramos a esa habitación y la exploramos con luz ultravioleta? Lo más probable es que se haga visible una economía que evidencie las causas de la crisis de legitimidad institucional sistémica y los efectos de la crisis pandémica sanitaria en curso con una caída brutal del PIB de 14,1 %.
La luz ultravioleta, entre otros usos benignos, es una herramienta de análisis que permite identificar evidencias en escenas de crimen y, también, detectar restauraciones previas en obras patrimoniales y ciertos materiales constitutivos de las obras, al tener, estos, distintos patrones de comportamiento ante la luz ultravioleta.
Una economía violeta tendrá mayores posibilidades de diseñar e implementar políticas públicas sensibles y sostenibles, afines a la identificación de evidencias sobre lo que no funciona o funciona mal y detectar restauraciones poco prolijas en la marcha económica del país, revelando la materialidad de sistemas productivos carentes de innovación y de relaciones laborales abusivas, encubiertas por la aparente flexibilidad de una mano invisible incomprobable en su existencia.
Arnoldo Hax termina su exposición en ICARE 2007 diciendo: “Desde afuera yo veo a Chile con enorme cariño, pero también con mucha preocupación, porque estamos en una situación en la cual hay inquietudes, hay descontento, hay desacuerdos. Los invito a ustedes a que sean fuentes fundamentales de una respuesta solidaria que genere las condiciones para que este país continúe siendo un país hermoso como siempre lo ha sido”. ¿Y qué ves tú desde adentro?
Reemplazar la noción de reactivar la economía por la oportunidad de transformar la economía de forma gradual pero decidida, no es tarea exclusiva para economistas, mucho menos únicamente desde sus instrumentales sobre proyecciones y tendencias, ya que incluso en estas materias se manejan mejor los meteorólogos, los campesinos, los pescadores artesanales y las dueñas de casa.
Transformar la economía sugiere cambios en nuestra manera de relacionarnos con su importancia en la vida cotidiana y con nuestra capacidad adaptativa ante nuevas necesidades del mercado laboral, donde oficio o profesión se ejercen con mayor diversificación de posibilidades, opciones y alternativas, por tanto, el quehacer de cada persona se vuelve flexible a los cambios.
Una profesora puede ejercer la docencia o ser una productora de contenidos en plataformas digitales, inscribiendo la propiedad intelectual de dichos contenidos y explotando su oferta para distintas demandas. Un camarógrafo habituado a grabar escenas puede diseñar y promover experiencias audiovisuales mediante nuevos formatos para públicos diversos.
Ya sabemos que una escritora que vivía precariamente de la seguridad social en Inglaterra en un contexto sombrío de feminización de la pobreza se animó o la animaron, publicó un libro, luego una saga y de esas historias se realizaron películas estrenadas a nivel mundial y hasta parques de entretención temáticos de su personaje Harry Potter en al menos tres continentes. La feminización de la riqueza es una historia que puede comenzar personal, colectiva o global.
Transformar la economía implica generar nuevos indicadores o métricas para medir y evaluar su proceso transformacional, entre otros aspectos, fortaleciendo nuestra cultura del ahorro violeta, producción verde e inversión naranja, nutriendo la transformación económica de tecnologías 4D con alcances espaciales y temporales que incentiven procesos decisionales inclusivos, negociaciones apreciativas y diálogos policromáticos. Sean bienvenidos todos, e invitados también los y las economistas como fuentes fundamentales de una respuesta solidaria, innovadora y creativa.