Pablo Longueira es como aquel famoso artefacto de Nicanor Parra: una cruz doliente, en la que hay clavado un letrero que, en lugar de INRI, dice: “Voy y Vuelvo”.
Nos anuncia de tanto en tanto, con enojo, mirada altiva y grietas entre cejas, que se retira “para siempre” de la política, alegando que es una actividad que él aborrece, que los políticos son lo peor del mundo, que se pasan muy malos ratos, que hay mucha politiquería, demagogia y mediocridad.
Da la sensación de que Longueira viene retirándose de la política “para siempre” desde que apenas empezó a participar en ella, hace más de 40 años. Ahora ha vuelto al ruedo, pero anuncia desde ya que solo estará hasta que se apruebe la nueva Constitución, y luego se retirará de la política, ahora sí que sí “para siempre”. No sabemos, quizás suceda antes, si en el proceso penal pendiente le va muy mal.
Contrario a lo que él afirma, intuyo que Longueira goza y le apasiona la política, trasluce que le crepita el alma como si fuera una hoguera. Trabaja duro por sus convicciones y, como es normal, tiene aspiraciones de poder para concretarlas. Supongo que en más de 40 años, la política le ha regalado muchas alegrías y gratificaciones, con logros que le han merecido reconocimiento y amistad. Todo eso satisface a cualquier ser humano, y en buena hora si acierto en esto y Longueira lo ha experimentado. La satisfacción que se siente cuando se logra algo en beneficio del país, de un pueblo o de mucha gente es inconmensurable.
Es por eso que todos los políticos con relativo éxito se quedan zumbando como abejas hambrientas del néctar y polen de esta actividad adictiva, la política. Por eso los políticos nunca jubilan ni mueren. Y si llegan a morir, resucitan. Es una actividad vitalicia. Pero los políticos no andan diciendo, como Longueira, que odian serlo y que lo sufren como dormir en una cama de clavos de un faquir. Eso sería masoquismo. Y menos si ya lo han sido por más de 40 años, como Longueira, porque eso ya sería vivir por propia voluntad toda una vida en el infierno.
Tampoco anuncian con frecuencia los políticos que se retiran “para siempre”. Lo hacen quizás una vez, dos, como un truco para que sus partidarios hagan procesiones a su casa, los halaguen, los llamen y los mensajeen para implorarles su “retorno” y terminen llevándolos en andas a la gloria de la presidencia de cualquier cosa.
El que se retira de verdad de la política, en general lo hace con recato y silencio, sin escupir al cielo.
En cambio, me imagino ahora a Longueira acostado de noche en su cama de clavos de faquir sufriente, pero soñando ser Presidente de Chile. ¡Y con todo derecho! Más de un cuarto de los miembros del Congreso, incluso los retirados con recato, deben soñar lo mismo todas las noches.
Pero más importante que todo eso, Longueira tiene condiciones de liderazgo indiscutibles, y aunque yo no comparta para nada sus ideas, hay que reconocer que –además de ello– Chile está muy escaso de liderazgos.
No tiene miedo de ir a contracorriente. Tiene visión y sabe dónde dirigirse, lo que le otorga convicción. Tiene energía, estrategia y táctica. Fue clave en el crecimiento de su partido. Puso muy bien sus ojos y gastó sus zapatos en sectores populares, incorporándolos a la UDI.
Cruzó a la vereda de enfrente para llegar a acuerdos con la Concertación. Fue serio y responsable cuando le prestó ropa a Lagos, para que completara su período presidencial con normalidad en medio del escándalo sobresueldos. Y cuando la DC cometió un error electoral y quedó con sus candidatos fuera de competencia, facilitó una ley que lo solucionara. Todo ello muestra que también mira al país, al sistema político y su estabilidad, más allá de su propia nariz y la de su partido, con sentido estratégico.
Pero en estos últimos días ha sostenido algo totalmente contradictorio. Arengó a sus tropas para la defensa de sus convicciones: “Pongámonos de pie y vamos a ganar. Cuando nuestro sector se une derrotamos a la izquierda y triunfamos”. Y descarta la idea de Allamand del Rechazo para Reformar: “¿Qué es eso?”, pregunta Longueira. “Puro temor. ¿A qué le temen?”. Y llama así nuevamente a luchar sin temor por lo que realmente creen.
Pero sostiene que, si gana el Apruebo, “sería una derrota política que nos impedirá, a los que vayamos a defender las ideas de la libertad… rescatar algo de la actual Constitución.”
Entonces, Longueira desenvaina su espada táctica y de frío cálculo, para sostener que “mantener lo mejor de esta Constitución no es votar por el Rechazo” sino votar “Apruebo, pero no desde una hoja en blanco”.
¿Pero por qué? El sostiene que así le va “a aguar la fiesta a la izquierda no democrática”. ¿Cree que no les va a aguar la fiesta y manosear el voto a los chilenos que genuinamente voten Apruebo, no por cálculo, sino por convicción, sean de derecha, centro e izquierda democrática?
Y entonces agrega, y quizás sueña, que “si todos votamos Apruebo será una gran noche de unidad. Todos celebraremos y no habrá derrotados”, transformando al plebiscito en “un acto simbólico… y nadie podrá adjudicárselo en su favor… lo que tendremos es que el plebiscito es irrelevante…”.
O sea, primero pide a los suyos que luchen por lo que creen, que no tengan miedo y que son capaces de ganar. Pero para el plebiscito les propone que no luchen ni voten por lo que realmente piensan ni creen, sino que voten lo contrario, Apruebo, o blanco o nulo, para que todos los votos se confundan o “licúen”, y todos aparezcan como ganadores y el plebiscito “no signifique nada”.
Yo podría entender su propuesta si estuviéramos frente a un plebiscito fraudulento, sin libertades de reunión y de expresión. Pero no es así. Es un plebiscito que cumple las reglas. Al contrario, precisamente la ejecución de la propuesta de Longueira lo que haría es convertir el plebiscito y su resultado en un engaño.
Parece proponer una trampa para que no se conozca la real voluntad popular. Es una falta de respeto a la democracia y sus instituciones, más grave aun cuando se trata de decidir un asunto tan sustancial como el relativo a la Constitución que nos debe regir a todos los chilenos.
La propuesta de Longueira es una aplicación de mala fe del Acuerdo por la Paz y la Democracia que firmaron todos los partidos políticos, menos el PC y el Frente Amplio, y de las normas constitucionales que se dictaron por el Congreso para ejecutarlo. Es deslegitimar una parte de dicho proceso usando una carta de mentira y bajo la manga.
¿Por qué no pedimos a todos los chilenos que voten de manera transparente, por lo que de verdad quieren y creen, para realmente conocer su voluntad? ¿De qué sirve engañarnos y hacernos trampas llamando a votar de manera fingida, mentirosa, con carambolas y rebotes calculados? Ese tipo de tácticas no opacan las verdades. ¿Cuál es la dificultad que quienes crean conveniente voten Rechazo, para que luego puedan defender, en cualquiera de los procedimientos ya establecidos, los principios y normas de la actual Constitución?
De otro modo sería, usando las propias palabras de Longueira: “Puro temor. ¿A qué le teme?”.