Se conmemoró el 17 de septiembre el aniversario Nº 26 del fallecimiento de Karl Popper, pensador austríaco de renombre mundial por sus relevantes e influyentes ideas en el campo de la filosofía de la ciencia.
Haciendo gala de prestancia intelectual, se definió siempre a sí mismo como un filósofo rezagado del racionalismo y la Ilustración, valorizando por sobre todo la discusión crítica de las ideas, pues era un convencido de que que nadie llega a estar jamás en posesión de la verdad absoluta.
A su juicio, el deber de un intelectual es ayudar a los demás a liberarse espiritualmente y a entender la actitud crítica; ilustrar en vez de deslumbrar, como intentan algunos pseudointelectuales. Un filósofo no es un guía ni un profeta. No es un pregonero de los oscuros secretos del mundo, del ser humano, de la historia o de la existencia. Por el contrario, un filósofo –respetando la independencia espiritual de las personas–, en vez de proporcionar respuestas definitivas, busca animar en los otros unas sed de preguntas, de cuestionamiento de los supuestos saberes, provocando así la formación de opiniones libres, de reflexiones autónomas.
En el plano de los hechos sociales, para Popper las ideologías son el contrapunto de la ciencia. Mientras la ciencia es capaz de someter a pruebas y rehacer sus propias elaboraciones, las ideologías (políticas, religiosas o pseudocientíficas) se declaran infalibles y, resistiéndose a la crítica, afirman la certeza indiscutible de sus dogmas.
Entre sus muchas ideas interesantes y profundas, destaco en estas líneas su concepto de la democracia, el que está en relación estrecha con su concepción de la sociedad. Para Popper una “sociedad cerrada” es una sociedad conservadora, jerarquizante, racista, nacionalista, enemiga de la razón, adoradora del poder y del Estado. Con la expresión “sociedad abierta” designa, en cambio, un tipo de convivencia humana en la que la libertad de las personas, el encuentro solidario, la racionalidad, la tolerancia a la diversidad, la protección de las minorías y la defensa de los más vulnerables constituyen los valores primordiales.
Aunque es un escéptico respecto del establecimiento de una sociedad perfecta, la democracia constituye para Popper la menos imperfecta forma de gobierno. En la democracia occidental se encuentran los valores de la “sociedad abierta”. Popper entiende a la democracia como aquella organización social en que ni siquiera los malos gobernantes pueden causar unos males excesivamente graves, pues pueden ser destituidos sin derramamiento de sangre. Al contrario de la dictadura, un régimen democrático está mucho más predispuesto a las reformas y, para ello, no debe rehuir los debates ni las discusiones ciudadanas.
Karl Popper se ha ganado, a no dudarlo, un lugar en el panteón de los grandes maestros pensadores que, cada cierto tiempo, vale la pena recordar.