El último año calendario ha sido especialmente desafiante para el aseguramiento de la continuidad del proceso de aprendizaje de los estudiantes del sistema escolar. El estallido social, en una primera instancia, y sobre todo la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus ha incidido en que los establecimientos educacionales tuvieran que modificar drásticamente la manera en que ponen en práctica los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Esta situación ha sido altamente desafiante para todos los actores del sistema, porque ha requerido del “aprender haciendo”, para poder sostener una relación que normalmente se construía de manera presencial y que hasta el momento se ha desarrollado íntegramente a distancia, ya sea mediado por internet u otras vías.
La vida cotidiana se ha visto afectada por la respuesta a esta necesidad. Tanto los estudiantes como los docentes deben combinar en el mismo espacio sus tareas educativas con otros roles al interior del hogar y otras funciones. Existe cierto consenso en que ha sido un período muy estresante por todos los cambios que ha implicado, los que ocurren en un contexto general mediado por el riesgo de infección y múltiples problemas económicos y sociales. Pareciera ser claro que la gran mayoría de las personas quisiera que termine esta etapa, para volver a llevar a cabo una vida más normal y presencial.
Las últimas semanas en Chile han estado marcadas por un estancamiento en el número de contagios, lo que ha motivado a múltiples decisiones de desconfinamiento de las ciudades y las diferentes actividades sociales. Un ámbito que hasta ahora no ha tenido cambios es el trabajo en los establecimientos educacionales. La autoridad ministerial ha liderado un trabajo comunicacional orientado a motivar el retorno a la presencialidad. Sin embargo, esta posición ha contado con una posición inalterable por parte de los actores del sistema (tanto profesionales de la educación, asistentes de la educación, docentes y estudiantes), de no retornar hasta que existan certezas de no multiplicar los contagios.
Está tensión entre las posiciones ha dado pie a un conjunto de opiniones y comentarios. Uno de los más polémicos ha sido la representación de que los docentes no quieren volver a la presencialidad, que se sentirían en cierta medida cómodos con el estado actual y que no dispondrían de la voluntad de hacer ajustes para el trabajo en los establecimientos educacionales. El Colegio de Profesores ha asumido un rol de defensa respecto de esta posición, indicando que no existen las condiciones que brinden seguridad para el retorno.
Frente a esta situación, ¿cuál es la opinión de los docentes y directivos de los establecimientos educacionales? ¿Es cierto que no quieren retornar a la presencialidad?
Para responder esta pregunta, se realizó un estudio orientado a docentes y representantes de equipos directivos en que se hicieron preguntas sobre un potencial retorno a la presencialidad. Para ello, se consideró un concepto propio de la investigación sobre el cambio educativo que puede favorecer a este análisis: la preparación para el cambio. Este término se comprende como el compromiso de los miembros de una organización con la implementación de determinado cambio, considerando aspectos tanto perceptivos como conductuales, es decir, la evaluación sobre dicho cambio y la intención de participar de él.
En el ámbito educativo, la investigación ha identificado tres grandes dimensiones que componen la preparación para el cambio: cognición (creencias en relación a los resultados de los esfuerzos asociados al cambio), emoción (sentimientos en relación a los cambios propuestos) e intencionalidad (energía puesta por los individuos para el éxito de las transformaciones).
Se diseñó un cuestionario que, considerando el concepto descrito, lo adaptó para poder evaluar qué percepciones y actitudes tienen los profesionales de la educación respecto de un potencial retorno a la presencialidad, considerando una mirada cognitiva, afectiva e intencional respecto de los cambios que habrá que realizar para enfrentar una nueva etapa presencial en sus respectivas instituciones educativas.
Un total de 245 personas respondieron este cuestionario. 104 eran miembros de equipos directivos y 141 eran docentes. La encuesta se aplicó en el mes de agosto de 2020, fecha en que empezó a disminuir el número de contagios del virus y se desarrollaba una etapa progresiva de desconfinamiento.
Los resultados obtenidos fueron bastante contundentes. El cuestionario contaba con un conjunto de enunciados en que los encuestados debían manifestar su grado de acuerdo (donde el valor “1” corresponde totalmente en desacuerdo y “5”, totalmente de acuerdo.
La media de las respuestas al total de preguntas fue de 3,95, lo que da cuenta de una disposición general positiva al retorno a la presencialidad.
Las preguntas que abordaban la dimensión cognitiva respecto de los cambios que habría que realizar en el retorno a la presencialidad, evidenciaron una valoración positiva de las oportunidades de mejora que se presentan a sus instituciones. Los participantes tendieron a indicar que esperan que sus establecimientos realicen todos los cambios que se requieren para abordar los futuros desafíos a los que se enfrentarán y que estas transformaciones probablemente serán positivas para esas instituciones. Sin embargo, tienen alguna reticencia respecto de las capacidades de los colegios para llevar a cabo mejoras efectivas.
Respecto de la preparación afectiva para los cambios que se avecinan al retorno presencial, se mantuvieron las respuestas favorables, aunque más moderadas que en la dimensión anterior. En particular, los encuestados no se manifiestan mayormente incómodos o desmotivados con tener que hacer modificaciones en su trabajo o cambiar la forma en que tenían planificado cumplir con sus tareas. Por su parte, hay una visión relativamente menos favorable respecto del entusiasmo que genera la vuelta a clases presenciales. Sin perjuicio de ello, el promedio de las respuestas siguió evidenciando una tendencia positiva.
Desde el punto de vista conceptual, la “preparación para el cambio” se juega en la dimensión intencional. Aquí se manifiesta la real disposición a actuar, lo que va más allá del análisis cognitivo o afectivo respecto del cambio. En esta dimensión las respuestas fueron claramente positivas, más aún que en las dimensiones anteriores. El enunciado que obtuvo mayor aprobación refleja con claridad esta situación: “haré mi mayor esfuerzo para que la nueva etapa presencial sea exitosa”. Por su parte, el resto de las preguntas, que indagaban en la intención de realizar las tareas que se encomienden, aunque sean nuevas, la completa dedicación a las tareas que haya que realizar o la energía que pondrán en esas tareas también alcanzaron valoraciones muy positivas.
Los resultados de este cuestionario mostraron entonces una positiva preparación para los cambios que se avecinan frente al retorno presencial. Docentes y directivos tienen percepciones cognitivas y afectivas, pero sobre todo una favorable intencionalidad de enfrentarse a una nueva etapa presencial, incluso cuando ella signifique la realización de cambios o la incorporación de nuevas actividades en su repertorio de responsabilidades.
Esta conclusión es muy distante de la representación de un problema de actitud para el retorno. Otros estudios realizados en este período han identificado que los profesionales de la educación vislumbran que su trabajo se realiza de mejor forma y que pueden realizarse más cuando se realiza en su propio establecimiento, en conjunto con sus estudiantes.
Las últimas semanas, se han sumado al debate instituciones expertas como UNESCO y otras voces especializadas -chilenas e internacionales-, alertando sobre las graves consecuencias que tiene para los estudiantes. El retorno a clases presenciales debiera ser la primera prioridad -indican- considerando todos los resguardos sanitarios que ello implica.
Sin perjuicio de ello, y tal como se mencionara anteriormente, la posición de las comunidades escolares evidencia un claro rechazo a la idea de volver en estos momentos a la presencialidad. A esta tensión, este estudio muestra que esa disposición no tendría que ver con una actitud desfavorable al trabajo que implicaría una potencial vuelta a clases. Al contrario, los encuestados evidenciaron una positiva inclinación a todos esos aspectos.
Estos antecedentes muestran la necesidad de establecer diálogos más profundos entre los diferentes niveles y actores del sistema educativo, en que puedan buscarse soluciones conjuntas a un problema que nadie quiere vivir y respecto del que no existe alguna comodidad.
Hasta ahora, esos diálogos no se han dado con la relevancia que se requiere. Asimismo, la sociedad chilena está sumida en una grave crisis de confianza y legitimidad respecto del poder político y las principales instituciones sociales. Ambos elementos -y el objetivo riesgo de contagio de un virus que puede ser mortal- emergen como hipótesis que podrían ayudar a comprender que diferentes comunidades escolares no quieran dejar un estado de trabajo que les es particularmente incómodo y poco satisfactorio, como son las relaciones virtuales y a distancia en culturas profundamente marcadas por la presencialidad.
Muy pocos se sienten conformes con este régimen y aún así no están dispuestos a abandonarlo. ¿Qué se requerirá para enfrentar el proceso de enseñanza y aprendizaje en un contexto de pandemia, de una forma que sea lo más enriquecedora posible para las comunidades educativas, especialmente los estudiantes? Es difícil aventurarse a dar una respuesta “en frío”. Por ello, se vislumbra como fundamental la búsqueda conjunta de soluciones, lo que implica abandonar -al menos un poco- la arraigada cultura vertical del sistema escolar y generar condiciones que permitan un real proceso de escucha y colaboración entre las partes.