Nos hemos propuesto dedicarle tres columnas a la nueva carta Encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti, recientemente publicada. Seguro mucho se dirá y discutirá. Ya está sucediendo. En estas reflexiones conjuntas queremos hacer una lectura crítica y continuada. Por eso comenzamos con los primeros tres capítulos (n° 1 al 127). Más que comentar un análisis completo o repetir los puntos principales del documento eclesial, nos abocamos a destacar y discutir aquellos que nos pueden dar luces ético-políticas para nuestro quehacer nacional.
La pluma de Francisco ya nos es conocida y muchos de los temas y acentuaciones, también. Varios de ellos los hemos comentado en otras ocasiones, pues están presentes en sus textos, cartas y llamados anteriores; sobre todo aquellos donde agudiza su crítica contra el neoliberalismo, el consumismo y el individualismo. Manifestación de ello son sus conocidas publicaciones: Evangelii Gaudium (2012) y Laudato Si’ (2015) y, el muy interesante y menos divulgado discurso a los Movimientos Populares en Santa Cruz de la Sierra del año 2015, también llamado “las 3T”, por la insistencia del papa en Tierra, Techo y Trabajo como camino para una paz social y política, al cual vuelve a aludir en Fratelli Tutti (n° 127).
Después de tanta historia, tanta teología y tanta praxis seguimos pensando que Dios permanece lejano e inalcanzable. Seguimos interpretando al cristianismo como un camino interior o una relación “espiritual” con Dios. Al menos en lo referente a una comprensión generalizada. Craso error. El cristianismo no es ni una propuesta espiritual interior ni una referencia aislada a Dios. Dicho de otra manera, no hay cristianismo sin historia, ni espiritualidad cristiana sin actos, gestos y prácticas concretas en vistas del otro.
Este aspecto permanente en la historia del cristianismo, presente en la reflexión teológica y en la vida de los creyentes, se ha visto también amenazado por “espiritualismos” o formas lejanas a la propuesta de Jesús de Nazaret. Estas amenazas han estado también presentes a lo largo de toda la historia, tomando formas ligadas a la rigidez moral, al intimismo religioso, la obediencia a una doctrina o la práctica cultural de ritos. Todo ello en desmedro del mensaje fundamental de Jesús y, lamentablemente, de la vida ético-política de los pueblos.
Francisco no en vano es un obispo del sur. Hijo de la teología del pueblo generada en Argentina y del caminar latinoamericano expresado en Medellín (1968), Puebla (1979) y sobre todo Aparecida (2007). Todas ellas conferencias episcopales donde la “opción preferencial por los pobres” y el vínculo inseparable entre espiritualidad y ética, fe y política o seguimiento de Cristo y compromiso social se evidenciaron con claridad. Nada más lejano al cristianismo como el ensimismamiento religioso o el enclaustramiento sociopolítico. No cabe duda que dichas lecturas religiosas distanciadas de la lucha por la justicia o la defensa de los Derechos Humanos provienen del mundo acomodado, queriendo alienar al pueblo empobrecido que clama por su liberación.
El papa argentino sabe dónde está parado y eso nos da pie a una doble lectura. Por un lado, desde la valentía o parresía, más bien. Ese “decir veraz” frente a la hipocresía de las estructuras injustas y de quienes las han perpetuado. Y, por otro, su lugar vital. Es un obispo de la Iglesia y como tal habla desde una cúpula, desde un rol y desde una situación privilegiada. Todo ello pude que no le quite valor ni fuerza a su parresía y, muy por el contrario, exacerbarla, sabiendo el giro conservador que la Iglesia ha venido, con más o menos tensiones, teniendo desde mediados de los 90. Pero hace bien no ser ingenuos y saber quién habla y desde dónde lo hace.
Así, Fratelli Tutti vuelve a posicionar la dignidad (n° 8, 39, 68, 85, 106, 124) como un valor de primer orden y referirla a quien la ha otorgado, a saber, Dios. Dos cosas cabe explicitar: el cristianismo, desde sus orígenes ha establecido y promovido la dignidad originaria y universal de todo ser humano. Desde la invención del concepto de persona humana, hasta constituir el piso fundamental para la Declaración universal de los Derechos Humanos. Y segundo, que dicha dignidad se comprende como originada en Dios. Es Dios mismo quien crea en igualdad, sin distinción de ningún tipo. Y a pesar de que ello mereció interpretaciones y diferentes lecturas, con Jesús y el anuncio de los con-Jesús ya no quedan dudas: No hay griego ni judío, ni varón ni mujer, ni rico ni pobre, a los ojos de Dios. Lo que nos une es el ser hijos e hijas y entre todos y todas una hermandad fundamental. Por eso la dignidad no es solo social, ética, política, de género o cultural, sino también, y antes que todo, espiritual.
No es menor y creemos que es ya un acto político y espiritual el que Francisco explicite que la Encíclica está basada en el diálogo y reflexión conjunta con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb (n° 5, 29). Fratelli Tutti puede ser leída como una conversación pública y abierta a la ciudadanía entre el cristianismo católico y el islamismo, aunque en este último habría que ser más exactos, ya que el Imán no representa a todo el espectro del Islam. Así como el papa no representa tampoco todo el mundo cristiano. A sabiendas de ello, el solo acto da testimonio de lo que busca proponerse como amistad política, fraternidad o amabilidad política, el sabernos “caminantes de la misma carne humana” (n° 8).
Dicha dignidad espiritual impele a la construcción de un nosotros (n° 35) y el humanismo contenido en la fe debe alertarnos del desprecio, la exclusión y la indiferencia (n° 86). La dignidad es el motor, la fuente y la condición de posibilidad para la comunidad sociopolítica. Imposible no releer también desde aquí la principal consigna del despertar chileno y emocionarnos cuando en letras gigantes se proyectaba en un edificio, se gritaba al mundo entero y se territorializaba bautizando un lugar icónico y cargado de simbolismo como la actual Plaza de la Dignidad. Fratelli Tutti no tendría ningún problema en estar, junto con muchos otros textos, en las manos de la futura estatua que corone la nueva plaza.
Los primeros tres capítulos están llenos de denuncias. Francisco no escatima en ser crítico contra el sistema del descarte que “nos tiene más solos que nunca” (n° 12). Sin usar el término que aquí asumimos, el de indignación, no nos cabe ninguna duda que el sentimiento que abunda en estas páginas es ese: el de una indignación ética contra una humanidad sin horizonte (n° 26).
Podríamos preguntarnos a quién le habla el papa en estos capítulos. Quién es su interlocutor directo, más allá de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. ¿Para qué detenerse tanto, de nuevo, en su crítica y análisis ante los modelos socioeconómicos y una cultura que al parecer no se escapa del individualismo, la indiferencia y el egoísmo? Nos llama la atención porque no es lo único que vemos ni lo que abunda, al menos en las organizaciones de base. Aventuramos a que Francisco le habla a la clase dirigente, a los tomadores de decisiones, a quienes deciden qué abrir y qué cerrar, qué otorgar y qué quitar. El papa le habla a una elite económica y política. A quienes, a fin de cuentas, perpetúan el desprecio por el pueblo (n° 99), el individualismo radical (n° 105) y las estructuras donde dichas actitudes y hábitos se cimentan.
Aunque, al menos en estos capítulos, el papa no se refiere mucho a la Iglesia, dentro de esas elites también se encuentra la jerarquía y el Pueblo de Dios que, sin conciencia crítica ni la audacia propia de los seguidores de Jesús, permite, con complicidad, que dichas estructuras, hábitos y formas se mantengan.
La indignación nos abre a la esperanza, ella permite e impulsa cambios profundos como los que hemos vivido estas recientes semanas en Chile. Indignados contra el no reconocimiento de la dignidad de todos y todas, el pueblo de Chile ha abierto un camino histórico. Pero, a la luz de Fratelli Tutti, habría que afirmar que no es para nada fácil ni mucho menos está asegurado. Pues detrás de los abusos acumulados hay una “cultura”, una forma de pensar y decidir; y un cúmulo de miedos y de inercia con la cual hay que enfrentarse. La idea sacralizada de la propiedad privada en desmedro del destino universal de los bienes y del derecho de todos a su uso (n° 123) es una de las bases que el documento eclesial nos insta a reformular.
Seguir pensando la democracia, la justicia, la libertad, la unidad y la fraternidad, hoy por hoy manoseadas (14), es urgente para la construcción del nuevo Chile. Toda sociedad, dice el obispo de Roma, puede encaminarse cuando recobra la potencia del bien común (n° 66), cuando asume los bienes comunes como norte de su navegación ético-política y, a partir de ahí, reconstruye su orden social, su proyecto humano. Estos capítulos pueden ayudarnos para reflexionar y pensar en aquel horizonte común y lo que deseamos para encauzar de manera profunda, dialogada y consensuada en vistas de la construcción de un país justo y amable: de hermanos y hermanas.