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«Sistema Nacional Satelital” de Chile: necesidades, prevenciones y riesgos Opinión

«Sistema Nacional Satelital” de Chile: necesidades, prevenciones y riesgos

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Jorge Vera Castillo
Por : Jorge Vera Castillo Ex asesor científico y de cooperación. Misión de Chile ante la Unión Europea en Bruselas. Miembro Asociación Chilena del Espacio - ACHIDE.
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Cuando hoy en día cada lector puede distinguir hasta el barrio de la comuna donde reside o trabaja e, incluso, ampliándola y aproximándola, obtener detalles de su particular interés, en una buena imagen satelital –en la especie, de Santiago, capturada por el satélite Sentinel-2A, del Programa Europeo de Observación de la Tierra COPERNICUS, en abril de 2016–, ya no debiera discutirse la necesidad estratégica de la destinación de importantes recursos financieros y humanos, para el uso con fines pacíficos del cosmos, el espacio ultraterrestre, en aras del desarrollo nacional de nuestra sociedad y de un mejor y seguro vivir de nuestros ciudadanos y nuestras ciudadanas.

De allí que tener una Política Nacional Espacial es una necesidad prioritaria y urgente para Chile, desde hace ya varias décadas, ya a fines del siglo XX, y, que, lentamente, los últimos gobiernos han venido elaborando algunas propuestas con contenidos, para avanzar en aquella. Lo más reciente es que el Presidente Piñera, el martes 13 de octubre de 2020, “presentó el Sistema Nacional Satelital (SNS), pilar fundamental para materializar el ambicioso Programa Espacial de Chile”, detallando sus nueve grandes hitos de implementación, según precisa la información brindada oficialmente por el Ministerio de Defensa (Mindef), lo que revela un cuestionable nuevo enfoque, manteniendo un déficit institucional estratégico, desde lo civil.

Lo anterior, confirma la necesidad imperiosa de volver a contar con una Agencia Chilena del Espacio (ACE), que, creada como Comisión Asesora Presidencial, el 17 de julio de 2001, por Decreto N° 338, se desarrolló, instalada en la entonces existente Subsecretaría de Aviación, del Mindef, pero con un presidente y secretario ejecutivo civiles, y, que, con el transcurso de los años, y como resultado de malas decisiones gubernamentales y ministeriales, fue reduciéndose y, así, desapareciendo, y ya desnaturalizada y sin recursos, hacia el 2009-2011. Cuando la ACE inició sus actividades, la describí, detallé y valoré ampliamente en El Mostrador, el 2 de octubre de 2001.

Después, en el año 2014, se creó el Comité de Ministros para el Desarrollo Espacial, cobijado en la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel), del MTT, hasta marzo de 2018, sin una gran acción propositiva, con esporádicas reuniones, funcionamiento mermado, y con burocráticas e inauditas limitaciones para poder implementar acuerdos de cooperación espacial internacional. El caso más emblemático fue el retraso, de más de un año, en decidir quién suscribiría, por Chile, el llamado Arreglo de Cooperación con la Comisión Europea y su Programa COPERNICUS. Finalmente, con el Subsecretario de Telecomunicaciones, tuvimos que viajar hasta São Paulo para su firma, el jueves 8 de marzo de 2018, en una ceremonia conjunta, durante la suscripción de los Arreglos con Brasil y con Colombia.

En cambio, nuestros países limítrofes-vecinos, y los restantes de Suramérica, y algunos otros de América Latina y el Caribe, habían seguido avanzando en sus respectivos desarrollos espaciales, bregando siempre por contar con una adecuada institucionalidad, dedicada y especializada, con recursos humanos altamente preparados y con suficientes recursos financieros. Todo esto se ha traducido en que dichos países cuentan con Agencia ad hoc, algunos sí con otro nombre, como Comisión, encargada de esta esfera estratégica en todo desarrollo nacional y científico.

A los conocidos y sólidos emprendimientos, de antigua data, de Argentina, Brasil y México, pueden agregarse, y destacarse, institucionalidades creadas ya en pleno siglo XXI: la Agencia Bolivariana para Actividades Espaciales (ABAE) y la Agencia Boliviana Espacial (ABE), como las más consistentes, con continuada existencia, con presupuestos adecuados y con unos resultados excelsos que, en el primer caso, se traduce en tener ya, en órbita, 3 satélites propios, y el otro caso, con un satélite en órbita, el Túpac Katari, y un segundo en plena programación. Y todo ello, a pesar de y/o en el contexto de sus respectivas problemáticas internas, como dos países en búsqueda de una creciente autonomía estratégica, con sus desarrollos científico, espacial y tecnológico, para ir afianzando sus independencias y soberanías. Por cierto, en Chile, una vez más, poco se conocen, no se destacan ni se divulgan estas experiencias, aunque una de ellas sea de un país limítrofe.

Así, se entenderán algunas prevenciones a tener muy cuenta, en este Gobierno y los próximos. En lo esencial, el desarrollo espacial contemporáneo requiere insertarse en el mundo, basado en la cooperación internacional, siendo cardinales los vínculos que se busquen, concursen y se seleccionen, atinadamente. Una interlocución de cooperación e integración, prioritariamente regional y subregional, pero abierta, en la esfera espacial, a socios distantes, geográficamente, con una pionera o nueva pero reconocida experiencia, es fundamental. Dichos contactos se facilitarán, y serán confiables, entre pares e interagencias. La CELAC ha hecho una valiosa contribución, bajo actual Presidencia Pro Tempore de México, al abrir la adhesión a la firma de una Declaratoria de Constitución de un Mecanismo Regional de Cooperación en el Ámbito Espacial, como primer paso para la creación de una Agencia Espacial Latinoamericana.

Una segunda prevención, de gestión y responsabilidad estatal y gubernamental, es que una Política Nacional Espacial –este es el contexto y denominación adecuados– nunca debiera considerarse ajena y/o distante de nuestra Política Exterior y, también, de nuestra Política de Defensa y Seguridad. Sin una omnicomprensión de este carácter, los esfuerzos se pueden ver abandonados, abortados, interrumpidos y/o subvalorados, como ha sido, hasta ahora en la vida nacional. Y ya en el inicio de la tercera década de este siglo XXI, todo lo espacial debe estar inserto en una Política Científica, Tecnológica, del Conocimiento y de Innovación, más aún cuando ahora, al fin, contamos con un Ministerio ad hoc, aunque aún esté confinado en incómodas y pequeñas oficinas, y ya enfrentado a inaceptables reducciones en su presupuesto para el 2021.

Desde mi panorámica, y con la experiencia de haber sido corredactor , junto a Jean-Luc Devynck, mi contraparte en París, del primer “Acuerdo Marco de Cooperación en el Ámbito de las Tecnologías Espaciales y sus Aplicaciones”, con el Centre National d’Études Spatiales (CNES), firmado por el presidente de la ACE, Nelson Hadad Heresy, y por el presidente del CNES, Alain Bensoussan, en la XII FIDAE, el miércoles 3 de abril de 2002, y, además de mis esfuerzos en Bruselas, de casi dos años, para llegar a aquella firma del Arreglo con el Programa COPERNICUS, una última prevención responsable es que serán cardinales la continuidad, implementación y seguimiento de los textos escritos y suscritos, para que no se transformen en letra muerta.

Así, junto al estratégico Arreglo con la Comisión Europea, la Subtel firmó un Acuerdo –para estos esenciales propósitos operativos, que van otorgando confianza, credibilidad y gestión internacionales– con la Universidad de Chile, el viernes 9 de marzo de 2018, como el último acto de apoyo al desarrollo espacial, del Gobierno de la Presidenta Bachelet Jeria, lo cual fue anticipatorio y beneficioso, hasta hoy, gracias al acceso abierto, gratuito e íntegro a toda la data y los datos dimanantes de su constelación de 6 familias de satélites SENTINEL, y de sus servicios de medición in situ, con sensores (terrestres, aéreos y marítimos) en seis áreas temáticas.

Los riesgos de la opción adoptada por el actual Gobierno en esta delicada materia, al buscar un vínculo contractual con Israel, son muy graves. País pequeño en población, pero con un enorme y sofisticado desarrollo científico, espacial y tecnológico, orientado en lo esencial a sus objetivos militares agresivos en contra de sus países vecinos de Oriente Medio y de los derechos inalienables del pueblo de Palestina, a labores de inteligencia y de monitoreo de su proceso de colonización y de ocupación de territorios, condenado por las Naciones Unidas, reiteradamente. Además, la segunda mayor colectividad palestina de Suramérica reside en Chile. Afectaciones a la imagen país serán lacerantes, en subregión suramericana y en región latinoamericana y caribeña, al reactualizar nexos con Israel.

También, riesgos para nuestra independencia y soberanía nacionales, en la esfera espacial, son enormes. En estas materias nada es al azar, y no son para los ineptos y los inocentes. Incluso, esos “turistas” israelitas, descubiertos en extrañas ‘excursiones’ en Torres del Paine y en Patagonia, casualmente, todos siempre estaban vinculados, vía GPS, a centros y entidades científicas, judías y sionistas.

Y, será muy riesgoso para el relacionamiento estratégico de nuestra Política Nacional Espacial, con nuestra Política Exterior y nuestra Política de Defensa y Seguridad, que he postulado como muy primordial, desde el punto de sus principios y valores, en particular en la búsqueda de una Globalización de la Decencia, en la cual el Estado de Israel repugna, en la actual llamada comunidad internacional, y para el objetivo de edificar un mundo multipolar.

Finalmente, recuerdo que en mi artículo “Rusia y FACh”, publicado en El Mercurio, el viernes 9 de septiembre, ya en 1994, en su página A2, escribí: “La creación de una agencia espacial chilena, especializada y abierta a la más alta tecnología en esta esfera, es una necesidad nacional y estatal”. Seguir con este déficit estratégico, en el año 2021, será una mala decisión para Chile, y una peor noticia, lamentable, para los miembros, especialistas e interesados de la reactivada Asociación Chilena del Espacio (ACHIDE), presidida por el Ing. Héctor Gutiérrez Méndez, quien fuera un muy abnegado secretario ejecutivo de aquella recordada ACE. Mucha coherencia, consecuencia, continuidad y perseverancia, en la esfera del Desarrollo Espacial, para Chile, son y serán cruciales.

Por todo lo anterior, ese acuerdo negociado con Israel para este nuevo enfoque elegido de un “Sistema Nacional Satelital”, debiera ser enteramente revisado y/o cuestionado claramente en la instancia y oportunidad parlamentaria-legislativa correspondiente, así como por partidos políticos y por organizaciones defensoras de la Vida y la vigencia cotidiana de los Derechos Humanos, en todo nuestro territorio, y con nuestro espacio exterior. Las imágenes satelitales de origen israelita, no escaparán a un fuerte escrutinio público condenatorio. Y ya el Fasat Charlie, algo cansado, nos observa, nos convoca y demanda mejores criterios, no desatinos, y una gran voluntad política.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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