El sector financiero tiene un papel esencial en una economía: ayuda a transferir recursos, compartir riesgos y crear información e incentivos para otras actividades. Es entonces importante que sea seguro, eficiente y, si se puede, de bajo costo. Cuanto más desarrollada esté una economía, mayor será la proporción de su sector financiero en el PIB.
De ahí el enigma que estamos planteando hoy día. Con un 4,8% del PIB en Chile, el peso del sector financiero (principalmente bancos, seguros y fondos de pensiones) está entre los más altos de los países de la OCDE y alcanza una cifra inédita para su nivel de desarrollo. A juzgar por el siguiente gráfico, que lo compara con algunos otros países, este sector está sobredimensionado. Si es así, ¿por qué?
Los EE. UU. o el Reino Unido están, por supuesto, a la cabeza de este ranking. Por un lado, albergan los dos centros financieros más importantes del planeta, Wall Street y la City; por otro, aprovechan de rentas específicas en este sector, un hecho bien destacado ahora por los economistas (por ejemplo, Philippon, 2015, Has the US Finance Industry Become Less Efficient?).
Alemania está muy por debajo, con un 3,4%, al igual que España. Japón alberga un importante centro financiero con Tokio y, como Chile, tiene un sistema generalizado de fondos de pensiones. Sin embargo, su sector financiero alcanza solo al 4,2%. México está en el 4,1% y Francia en el 3,6%, pero estaba en el 2,5% cuando tenía el ingreso per cápita que tiene Chile hoy.
¿Qué explicaciones, entonces? Es difícil pensar que Santiago alberga un centro financiero internacional, a pesar de los esfuerzos que se han hecho para construirlo. Con las AFP, el país cuenta ahora con una excelente capacidad técnica en materia de gestión de ahorros, pero lamentablemente sin repercusiones en las exportaciones de servicios financieros. Los factores geopolíticos propios de América Latina impiden hasta la fecha una estrategia de centro financiero, como lo es Londres para Europa. También es difícil ver cómo puede explicarse esto por una necesidad o por una calidad de servicios financieros mucho más importantes que en otros países.
Por lo tanto, debemos considerar si la causa no es una rentabilidad muy fuerte de las empresas bancarias, de seguros y de gestión de fondos.
En lo que respecta a los bancos, son muy rentables por razones en gran parte históricas. La violenta crisis financiera de 1982 llevó a las autoridades a introducir regulaciones extremadamente estrictas y rigurosas. La Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras ahora lleva a cabo una supervisión muy cuidadosa. Pero conocemos el dilema clásico entre lo prudencial y lo competitivo: tener bancos muy seguros a menudo significa construir obstáculos muy altos para los potenciales nuevos competidores. Esto crea una situación de oligopolio que favorece su rentabilidad. Parece ser lo que está sucediendo en Chile, sin hablar de concentraciones en el sector, como la compra del BBVA por parte del Scotia Bank.
Así, la participación del sector financiero en el IPSA (Santander, Banco de Chile, BCI, ITAU y Mercury) constituye el 22% de la capitalización bursátil del IPSA (al 1 de diciembre). Para Francia, la proporción es de sólo el 8%; la del Dow Jones en los EE. UU. es del 14%.
Otro índice: la rentabilidad de un banco se mide por la relación entre su valor de mercado y su patrimonio contable (price-to-book o P/B), que traduce cómo los bancos se las arreglan para valorar con sus ganancias el capital que tienen de sus accionistas. Los tres principales bancos chilenos (Santander, Banco de Chile y BCI) tienen una P/B de 1,61. Los cuatro bancos más grandes de los EE. UU. tienen una P/B de 0,97; los cuatro bancos europeos, de 0,47. El Santander en España tiene una ratio de 0,53 cuando el Santander en Chile de 1,85. Parte de esta rentabilidad se comparte con sus empleados, de modo que están entre los mejor pagados del país. Eso produce el efecto clásico de flujo de talentos hasta este sector, aunque las personas que salen del sistema universitario podrían ser más productivas en otros sectores del país.
Los seguros y la gestión de activos son también actividades muy rentables. Ahora lo sabemos para las AFP: en 2019 tenían un valor agregado (su PIB) de casi mil millones de dólares, un tercio de los cuales correspondía a los salarios y dos tercios a los ingresos de capital. Eso es mucho para una simple actividad de gestión, aunque sólo represente el 0,4% del PIB de Chile.
Conclusión: es posible que los reguladores no hayan hecho suficiente hincapié en la competencia, eso sin hablar de la posibilidad, presente en todos los países, de «captura» de esos reguladores por parte de un sector con un peso político significativo. También debemos cuestionar un potencial efecto pernicioso que tendría la unidad de cuenta UF: las comisiones y los intereses se indexan automáticamente a la inflación, de modo que se crea una especie de velo sobre los ingresos financieros que impide una verdadera competencia. La fortaleza del sistema financiero chileno no justifica un precio tal alto pagado por todos.