En el momento en que la primera machi escuchó en un pewma (sueño) el sonido del kultrun (tambor ceremonial Mapuche) y se le presentó su imagen circular expresando el wallontumapu (universo) en su totalidad, se le entregó ese instrumento y su kimün (sabiduría) de esa manera: en la experiencia del territorio sagrado de los sueños. Allí aprendió a tallar su cuerpo en el que se guardarían –como en el útero de la tierra– algunos secretos escogidos; a coser su parche y dibujar en él con el color de su küyen (luna), y a hacerlo cantar, como cantaba su piwke (corazón), para comunicarse y comunicar: aprender y enseñar. Desde el sonido levantado por esa primera mujer en medio del campo, vibrando en el altar del territorio, sigue hoy percutiendo su trüpü (baqueta) sobre el wirin (dibujo) de su parche, el suelo o nagmapu, en el que nuestras acciones conscientes tejen la relación con la madre tierra, y resuena su sonido en su cuerpo de madera (el miñchemapu), para elevarse hacia arriba (wenumapu), en una esfera de equilibrio perfecto.
Desde una mirada interdisciplinar, la belleza del kultrun no sólo dice relación con su significado ritual desde una perspectiva performativa, o a la frecuencia de su sonido (su ülkantun) desde una perspectiva musicológica; sino también a las orientaciones y significados matemáticos que ofrece la geografía cuatripartita de su wirin. Ésta sintetiza el espacio del pikun (norte) y willi (sur), en alineación con la mawida winkul o cordillera de los Andes, puel (este) y lafken (oeste, o dirección del mar), en alineación con la línea simetral del recorrido solar; así como la circunferencia y diámetro, distribución equidistante de su geometría armoniosamente presente. Mirar el kultrun de esta manera es hacerse parte de la totalidad, del proceso armónico del vivir. Decimos que desde ese lugar la machi se comunica y comunica, aprende y enseña; por tanto, decimos que el acto educativo debe también desarrollarse desde esta mirada interdisciplinar.
Así como en este territorio, en otras latitudes también es posible encontrar vínculos entre la cultura, las artes, la sabiduría ancestral y las matemáticas. El Partenón, en Atenas, permite visualizar trazos geométricos en los que aparece el número irracional Fi, el mismo que Fidias utilizó para la composición de sus esculturas. Luca Pacioli, en Italia, propuso la Divina Proportione (utilizada por el mismo Leonardo Da Vinci) en donde las relaciones entre las distintas partes de una figura fuesen proporciones áureas, divisiones donde vuelve a aparecer el particular número Fi. La Catedral de Bagdad, la Catedral de Notre Dame o La Mona Lisa son otros ejemplos de obras artísticas que poseen esta particularidad. La Leda Atómica de Salvador Dalí, pintada en 1949, sintetiza siglos de tradición matemática, simbólica y pitagórica, caracterizada por un meticuloso análisis geométrico.
Tanto el acto educativo, la inspiración de las grandes obras arquitectónicas, como las expresiones de arte y la particularidad simbólica del instrumento de la machi, son ejemplos que nos sugieren la necesidad de dar una segunda mirada que nos permita ‘ver más allá’: traspasar la perspectiva focalizada que nos hace correr el riesgo de desenfocar la esfera perfecta, para contemplar el universo circundante que nos ofrece la educación interdisciplinar.