Este 26 de abril, celebramos como todos los años el Día Mundial de la Propiedad Intelectual, con el enfoque y lema: “La Propiedad Intelectual y las PyMEs: para que las ideas lleguen al mercado”.
¿Por qué le damos hoy tanta importancia a la Propiedad Intelectual (PI)? Respondiendo con el mismo lema: para que existan incentivos de materializar las buenas ideas, y que éstas luego de ser protegidas, lleguen a agregar valor a lo ya existente y sean útiles para la sociedad. Así se genera y fomenta innovación y emprendimiento. Al respecto, algunas reflexiones desde lo micro a lo macro.
Hoy los activos intangibles, principalmente derechos de PI, tienen una importancia estratégica en el mundo globalizado y constituyen una herramienta fundamental de los mercados, tanto en la dinámica entre empresas, como entre países. La PI protegida, se transforma en ventaja competitiva y ventaja comparativa, respectivamente.
Estos activos intangibles de las empresas son, por lo mismo, cada vez más valiosos en términos relativos, en relación al valor total de cada empresa. Se ha visto así que los activos tangibles, especialmente bienes raíces, fábricas, maquinarías, camiones, etc. han perdido significativamente valor relativo comparado con patentes, marcas comerciales, secretos empresariales, etc.
El modelo económico seguido por Chile durante las últimas décadas se basó en la explotación de recursos naturales no renovables sujetos a agotamiento y fluctuación de precios en los mercados internacionales. Desde la década de los años 2000, los gobiernos tratan de promover la sustitución de dicho modelo por uno basado en la innovación y el conocimiento. Lo anterior, fundado en que la innovación aumenta la productividad, competitividad, creatividad y sobre todo sostenibilidad.
Esas transformaciones han implicado prestarle más atención a la cadena de I+D+i+e (investigación y desarrollo e innovación y emprendimiento), y la interacción virtuosa de sus componentes. Por ello es que a menudo se culpabiliza al Gobierno de no dar un impulso decidido al factor inicial y clave: la inversión en I+D. Según el Ministerio de Ciencia y Tecnología, Chile invierte actualmente sólo el equivalente al 0,35% de su PIB en investigación y desarrollo ($668.551 millones). El promedio de los países OECD se sitúa en un 2,4%. De esta inversión únicamente un 30% es financiado por las empresas, cuando precisamente ellas deberían ser las destinatarias y beneficiarias principales de las innovaciones resultantes. Igual es interesante que las empresas chilenas tampoco juegan un rol relevante en la ejecución del gasto en I+D (sólo 34% vs. un promedio OECD de 71%). Son las universidades quienes son determinantes en ello, con lo cual adquiere mayor relevancia aún una eficaz transferencia tecnológica que debe operar desde la academia al sector productivo. Evidentemente esa división de actores entre aquellos que generan tecnologías y los que luego la producen en serie, comercializan y usan, provoca una serie de dificultades en la necesaria convergencia de intereses, culturas, lenguajes y estrategias que debe existir en este ecosistema.
Con los años aprendimos y creemos necesario promover:
1) Que es indispensable utilizar una amplia gama de estrategias de transferencia tecnológica para franquear la brecha entre universidades y empresas. El modelo tradicional (“push”), de tomar las tecnologías desarrolladas por nuestras universidades y ofrecerlas a empresas, presenta muchas veces divergencias entre lo que los investigadores suponen útil y necesario investigar y desarrollar, y los desafíos y problemáticas que el sector productivo realmente requiera resolver. Es necesario paralelamente ir fortaleciendo los enfoques más proactivos (“pull”), en que partimos por levantar necesidades reales y concretas que experimentan las compañías y se las presentamos a los equipos de investigadores de las universidades para que, con sus capacidades y conocimientos de última generación, propongan soluciones creativas, eficientes y competitivas.
2) Que se requiere integrar intermediarios esenciales que ayuden a cerrar la brecha y acercar a los actores. Estos intermediarios son las oficinas de transferencia tecnológica que hoy funcionan al alero de casi todas nuestras casas de estudio, más los hubs tecnológicos que ayudan a posicionar las tecnologías universitarias competitivas en los mercados internacionales. Su continuidad a través de los planes gubernamentales es una necesidad incuestionable.
3) Que la participación del sector empresarial en el financiamiento e igualmente en la ejecución de las actividades de I+D tiene que fomentarse a todo nivel. Naturalmente, ello requiere fomentar la conciencia de la importancia de la innovación tecnológica, tanto a nivel de las PYMEs como de la gran empresa. Probablemente, se requiere avanzar en un cambio cultural entre los ejecutivos de las compañías, en el sentido de ver más réditos que riesgos en las inversiones I+D. Una mucha mayor colaboración con otros actores del sistema sería conveniente como forma de compartir riesgos.
4) Que se refuerce fuertemente la colaboración público-privado para abordar conjuntamente la elaboración y ejecución de la futura Estrategia Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI) para el Desarrollo, establecida en la Ley 21.105. Para ello, se requiere que esta sea una verdadera panificación estratégica del modelo chileno de I+D+i+e, con una gobernanza del sistema que promueve la verdadera co-creación y co-decisión público-privada. El futuro Sistema de CTCI tendrá el desafío de hacer trabajar armónicamente todos los múltiples actores ya existentes (universidades, empresas, asociaciones gremiales, INAPI, DDI, Ministerio de Ciencia y Tecnología con la ANID, etc.).
5) Que la futura Estrategia Nacional de CTCI no sea utilizada para los intereses político-partidistas, sino que refleje genuinamente una visión de país, atienda por tanto a los intereses transversales del territorio y de la ciudadanía, con criterios de multidisciplinariedad, inclusión y sostenibilidad económica, social y medioambiental, todo con una mirada a largo plazo.
En este contexto, este Día Mundial de la Propiedad Intelectual 2021 nos tiene que ayudar a tomar conciencia de que las PYMEs no sólo cumplen un rol fundamental en la economía, y no sólo constituyen la inmensa mayoría de las empresas, siendo el principal empleador del sector productivo. Las PYMEs son igualmente uno de los principales usuarios de derechos de propiedad intelectual, y son parte y medio esencial para que las innovaciones científicas, tecnológicas y sociales lleguen al mercado y alcancen a los usuarios y consumidores. No existe camino para obviarlas. Por ello, resulta indispensable de que sean consideradas debidamente en la Estrategia Nacional y en la gobernanza de un sistema nacional de propiedad intelectual e innovación.