Chile es reconocido internacionalmente como un líder en los sistemas de pago. El BC chileno fue el primer banco central del mundo, junto con el Banco de Inglaterra, en implantar un sistema de pagos de alta velocidad para las transacciones minoristas en 2009[1]. La penetración de las tarjetas de pago es muy alta. Con el Banco del Estado, Chile dispone probablemente de uno de los instrumentos bancarios más eficaces del mundo para bancarizar a los bajos ingresos.
Hoy estamos viviendo un gran revuelo en los medios de pago. La tecnología está permitiendo la aparición de monedas digitales privadas o públicas de distinta naturaleza: monedas estables (stable coins) como el proyecto Diem (exLibra) de Facebook o criptoactivos como Bitcoin. Algunos bancos centrales se activan en proyectos de dinero digital de banco central (DDBC). Por ejemplo, en Suecia ya está circulando uno. China ha puesto en marcha tres programas piloto a gran escala para distribuir yuanes digitales para los pagos cotidianos. Se dice que el Banco Central Europeo hará anuncios en este sentido en junio de 2021. Janet Yellen, como nueva jefa de la FED, es más partidaria del tema que su predecesor.
Chile no puede perder su ventaja en este ámbito. Están en juego cuestiones económicas, democráticas y, digamos, geopolíticas.
¿Qué es el DDBC? Cuando Clemente paga a Almendra en billetes, ambos utilizan una moneda emitida por el Estado chileno, que es de seguridad absoluta y la única moneda de curso legal. Cuando paga por transferencia bancaria, las cuentas utilizadas son dinero digital creado por agentes privados, los bancos, y a veces transmitidos por otros agentes privados (Transbank, Visa, Mastercard, quizás mañana Facebook). En caso de default de unos de esos jugadores, el sistema de pago se peligra.
La pregunta es: ¿por qué Clemente y Almendra no pueden utilizar una moneda digital emitida por el Estado chileno como lo hacen con los billetes? En realidad, el BC ya emite moneda digital, pero está reservada para las transacciones entre bancos. El DDBC simplemente abriría esta posibilidad para las transacciones minoristas.
Vemos cuatro ventajas de un DDBC en Chile:
1- Existe una tendencia lenta pero segura de disminución relativa del circulante en la masa monetaria y las facilidades digitales deberían acelerarla. En la actualidad, el efectivo representa el 5% de la masa monetaria en sentido amplio (con un repentino aumento en los últimos seis meses hasta el 8% debida a los dos «retiros» y otros factores atados a la crisis actual). Ahora, es importante preservar una parte del dinero como bien público emitido por el soberano. Hace parte del contrato social que legitima la confianza depositada en el dinero.
2- Los intermediarios de pago privados, en Chile y en el extranjero, se encuentran en una posición oligopólica. Para un pequeño negocio, Transbank, Visa o Mastercard facturan entre el 1 y el 3%, lo que es abusivo. La capitalización bursátil de Visa, Mastercard y American Express alcanza US$ 1 trillón, es decir, 4 veces el PIB de Chile. Los bancos chilenos, como hemos visto en una columna anterior (“Una mirada al sector financiero chileno”), están entre los más rentables de los países de la OCDE. La presión competitiva de una alternativa de pago como el DDBC sería útil.
3- Hay que plantear una cuestión democrática: ¿por qué solo los bancos deben tener acceso a la única moneda segura, la emitida por el Estado, dejando más o menos a las empresas y los ciudadanos de a pie a merced de una crisis bancaria como la de 1982?
4- El último punto es la soberanía. Con el advenimiento de monedas digitales privadas o de DDBC en dólares, euros o yuanes que circulen con cierta fluidez, ¿no existe el riesgo de que el peso sea desbancado y, por tanto, de la dolarización progresiva de la economía? Perderían las autoridades cierto control sobre la política monetaria del país. Un DDBC chileno es la mejor protección contra este riesgo y, a la inversa, un medio de hacer más eficaz la política monetaria (en particular permitiendo que los tipos de interés estén vinculados a la moneda).
La cuestión es técnicamente compleja, por supuesto. El BC debe avanzar con cautela, ya que no puede permitirse un fracaso técnico que afecte a su credibilidad siendo que el sistema de pago funciona bastante bien en la actualidad. Por ejemplo, ¿qué tipo de delegación concederá el BC a los gestores del DDBC? ¿Deben existir fichas (por ejemplo de $5.000 o $10.000 como ahora con los billetes) o solo cuentas? ¿Debe mantenerse el anonimato que proporciona el efectivo o no? ¿Es necesario gestionar en forma de registros centrales o distribuidos? ¿No existe el riesgo de que el DDBC sea «tan eficiente» que la gente abandone las cuentas corrientes en sus bancos privados, o incluso que lo haga bruscamente durante una corrida bancaria? Se verían entonces los bancos obligados a financiarse directamente en los mercados o con el banco central, a un costo superior. Estas cuestiones tienen un principio de respuesta a nivel internacional y, en todo caso, el BC tiene el tecnicismo para resolverlas si hay voluntad política para ello.
Mientras tanto, el debate sobre la introducción del DDBC en Chile debe abrirse de forma más transparente y abierta que hoy. El tiempo apremia.
[1] BIS Quarterly Review, March 2020.
(*) François Meunier, economista, profesor de finanzas (ENSAE – Paris)