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La Constitución en tres palabras Opinión

La Constitución en tres palabras

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Siempre y cuando a través de alguna triquiñuela no se postergue nuevamente la elección, pronto estaremos eligiendo a los convencionales. La tarea para ellos se viene compleja y difícil desde un comienzo, desde el momento mismo de consensuar una organización, un método y los sistemas necesarios para dar a luz a la creatura.

He visto y escuchado a postulantes en sus diferentes orientaciones, declives o desviaciones, haciendo variadas promesas, comprometiéndose a conseguir futuros espléndidos, ofreciendo sustanciosos cambios, derechos indeformables, privilegios colectivos, igualdades exclusivas, tortillas rotatorias y futuros garantizados.
Sospecho que todas estas ofertas de otoño, más las ilusiones de todos los esperanzados, no van a ser fáciles de concordar y conseguir.

Por mi parte: quisiera alivianarles la carga a los que sean señalados por el sufragio divino del pueblo mortal y les solicito solo tres dones que, de ser concedidos, harían la felicidad mía, de mi familia, mis amistades, mis correligionarios, mis vecinos, mi barrio, mi ciudad y mi país.

Son las tres palabras que estuvieron en el origen y que, se supone, constituyen la primera piedra del edificio a construir. Creo necesario y suficiente redefinirlas y recuperarlas:

Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Me responderán que pido poco, que eso está dado, que desde hace un par de siglos nuestra civilización y nuestro país gozan plenamente de sus delicias, que habría sido innecesario todo el andamiaje de una Convención Constitucional para establecer algo ya hace mucho tiempo concedido y constituido en principios rectores de nuestra convivencia, de la Democracia con mayúscula.

Porque vivimos en Democracia, ¿no?

Más de alguno se reirá en mis narices, otros carraspearán y darán vuelta la página; no faltará el principista que escriba una diatriba en mi contra, ni quienes me ajusticiarán por Twitter. O no pasará nada. No importa.

Tozudamente insisto: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Me extiendo y explico:

-Cuando digo “Libertad”, no me estoy refiriendo a mi infinito deseo de ser libre. No estoy pensando en la libertad de disfrutar de mi libertad. Hablo de la libertad del otro. De respetar yo al otro, y reconocer y promover su derecho a la libertad. Porque tengo la sospecha de que somos campeones para promover y hacer respetar nuestra libertad de restringir la libertad de los demás. Pero para ser yo realmente libre es necesario que trabaje y luche por la libertad del otro. Eso.

—Cuando digo “Igualdad”, me estoy refiriendo, por ejemplo, a la igualdad de posibilidades que debería existir.
¡Porque la igualdad de oportunidades ya me tiene hasta la coronilla! Todos la nombran como la panacea y no lo es. Porque actualmente un niño del Sename puede llegar a enfrentarse en un momento dado a las mismas oportunidades de un niño del Santiago College, pero nunca a las mismas posibilidades. Tomar o aprovechar las oportunidades que se les presentan es cosa individual, de cada niño, de cada joven, de cada ciudadano. Pero que todos tengan las mismas “posibilidades” es cosa colectiva, de todos nosotros, o sea, del Estado.

Y entonces la igualdad, que ahora no es igual, comenzaría a parecerse a la igualdad igual. Eso.

-Cuando digo “Fraternidad”, me refiero a la comunidad, al colaborar, al venid-y-vamos-todos, a la capacidad de ser conjunto, de ser equipo, de ser conciudadanos, de enfrentar juntos las tareas actuales y las futuras. Esas que se nos vienen duras, difíciles y complejas. ¡Muera la competencia!

Como decía Humberto Maturana: «Dejemos de hablar de competencia, para que aparezca la colaboración».
Porque para que uno gane la competencia, muchos otros tienen que perder. Y no deberíamos desear ni gozar la derrota del otro.

¿Cada uno saliendo solo de la pandemia? ¿Contra quién? ¿Ganándoles a quiénes? ¿Cada uno pisando sobre los demás para superar las crisis que se están fraguando y algunas ya reventando? No funcionará. Así como no ha funcionado en los últimos más de 40 años. Eso.

Tres palabras, tres derechos y tres deberes. Es todo lo que pido. Porque de esas tres palabras bien planteadas, explicadas y desarrolladas debería surgir la sociedad más afectuosa y más justa que aún no hemos podido concretar.

Liberté, Égalité, Fraternité.
Vive la Révolution!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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